En las islas británicas están bien servidos de misteriosos iconos pétreos. El más famoso es la Piedra del Destino, que se guarda en el Castillo de Edimburgo y se coloca bajo el trono británico durante la coronación de los reyes. Pero hay otros.

Uno de ellos, igualmente curioso, se encuentra en pleno centro de Londres, en el 111 de Cannon Street (enfrente de la estación homónima), encajada en uno de los muros de una sucursal de WHSmith, donde pasa bastante desapercibido: la London Stone es un bloque irregular (unos 53 cm de ancho por 43 cm de alto y 30 cm de fondo) de piedra caliza que, se cree, formaba parte de algo mucho más grande. Sólo que no hay datos.

La primera vez que se menciona documentalmente es en la Survey of London que elaboró John Stow en 1598, con una referencia al siglo X, en tiempos del rey sajón Aethlestan.

La piedra expuesta en el Museo de Londres en 2016 durante la reforma de su emplazamiento / foto Bartholomeus Thoth en Wikimedia Commons

Es más, en la Edad Media se hizo popular y los monarcas adoptaron la costumbre -luego perdida- de golpear ritualmente la piedra con sus espadas, tal como refleja Shakespeare en su obra Enrique VI; eso la popularizó hasta el extremo de abundaron en el entorno los nombres de lugares e incluso apodos de personas alusivos.

En tiempos de Isabel I se le hicieron poemas y en el siglo XVII se vendían, como recuerdo, pedazos arrancados a golpe de martillo.

La piedra en su emplazamiento actual / foto Ethan Doyle White en Wikimedia Commons

Pero los arqueólogos opinan que su origen se remonta a la época de la ocupación romana. De hecho, algunos piensan que la piedra sólo es la parte visible de alguna construcción que hoy se mantendría enterrada e inescrutable, mientras que otros sugieren que probablemente fue trasladada allí desde Bath para algún monumento.

Difícil saberlo puesto que todo a su alrededor ha sido urbanizado. La reja que la rodeaba hasta hace poco era decimonónica y se colocó por la necesidad de proteger la roca del vandalismo, igual que un par de siglos antes le habían puesto una hornacina (que ahora vuelve a ser el medio elegido para protegerla y exhibirla).

Lo cierto es que hay teorías para dar y tomar, alguna realmente estrambótica: la piedra de donde Arturo extrajo Excalibur; un miliario romano, tal como expresó Charles Dickens en su Diccionario de Londres; un talismán aún más antiguo que la presencia romana usado por los druidas en sus cultos, como se propuso -sin base alguna- en el siglo XVIII; un fetiche o tótem del antiguo Londres, teoría decimonónica que entroncó con otra que la identifica con el Palladium primigenio de Brutus, personaje de incierta historicidad…

La arqueología si ha podido establecer que formaba parte de la entrada de un complejo arquitectónico romano, un edificio administrativo, acaso el pretorio de Londinium. Pero, de momento, dada la imposibilidad de excavar, el misterio sigue en el aire.


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