Las fronteras de la Tierra empiezan a quedarse estrechas para el Hombre. Desde que a mediados del siglo XX se lanzara a la conquista del espacio, siempre ha habido un paso que dar más allá. Unas veces en abierta competición o rivalidad por ser el primero, otras veces en prometedora colaboración. Pero si al principio era una exclusiva de organismos gubernamentales, parece que últimamente se abre el abanico de participación a todos.

Uno de los mejores ejemplos es el programa SETI, que envía señales del cosmos a voluntarios para que las analicen con un programa ad hoc y reenvíen los resultados a la NASA. Otro podría ser los cada vez más frecuentes viajes fuera de la estratosfera para probar la experiencia de flotar en gravedad cero (o los proyectos de turismo espacial, que de momento son restrictivos económicamente pero quién si algún día…). Y no hay que olvidar el poder bautizar un cometa o un meteoro siempre que uno sea su descubridor, aún cuando pase de aficionado.

La última iniciativa se basa en vender parcelas de Marte, que sigue la estela de otra anterior que hacía lo mismo con la Luna. Ni a corto ni a medio plazo parece que la cosa vaya más allá de la anécdota, máxime cuando no se ha vuelto a poner el pie en nuestro satélite y falta aún bastante para llegar al planeta rojo. Pero ahora hay otra que es mucho más sencilla, si bien igual de confusa desde un punto de vista jurídico.

Me refiero a la posibilidad de adoptar una estrella que propone un joven astrónomo profesional estadounidense. Se llama Tim Metcalfe y trabaja en el Instituto de Ciencias Espaciales de Boulder, en Colorado (EEUU), con el telescopio Kepler, con el que se dedica a la búsqueda de nuevos cuerpos celestes. En 2008, Metcalfe creó una página web llamada White Dwarf Research Corporation, a través de la cual todo aquel interesado podía proceder a los trámites de adopción de una estrella.

Por supuesto, ni él ni nadie es dueño del espacio ni el proceso tiene validez legal alguna. En realidad fue una iniciativa para recaudar dinero destinado a financiar las siempre caras labores de investigación astronómica. Una especie de crowfunding primitivo con el que se esperaba conseguir un millón y medio de dólares.

Al parecer, no hay mucha gente interesada en adoptar estrellas, ya que apenas se han conseguido 150.000 en todos estos años. Quizá eche para atrás la clara advertencia de que la adopción no implica pasar a ser propietario (se entrega un certificado y listo), aunque no entiendo para qué querría alguien ser dueño de algo que se encuentra a millones de kilómetros. En cualquier caso el exiguo dinero se ha destinado a financiar proyectos e investigaciones de estudiantes del ramo.

La idea tuvo que superar algunos obstáculos: la NASA se desmarcó desde el primer momento y la Fundación Carl Sagan exigió un cambio de nombre porque el original coincidía con un libro del famoso científico. Pero, finalmente, la cosa logró seguir adelante, así que si alguien quiere tener una ahijada brillante por allá arriba puede entrar en el enlace adjunto y preparar el monedero.

Ojo, que digo monedero, no billletero, porque, sorprendentemente, es bastante barato: una estrella, entre 10 y 15 dólares, según su tipo; un planeta, 25; y un sistema planetario entero, 100.

Más información: White Dwarf Research Corporation

Foto: supportstorm en Wikimedia


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