«Una vasta extensión de agua, el comienzo de un lago o de un océano, se prolongaba más allá de los límites de la vista (…) Más lejos, la vista seguía su masa que se perfilaba netamente sobre el brumoso fondo del horizonte. Era un verdadero océano, caprichosamente contorneado por las orillas terrestres, pero desierto y con un aspecto terriblemente salvaje.»

Así describe Julio Verne el mar de Lidenbrock en su novela Viaje al centro de la Tierra. Ahora bien, lo que hasta ahora creíamos mera fantasía del escritor ¿puede tener visos de realidad? ¿Es posible que haya realmente un mar subterráneo? Pues un artículo publicado recientemente en la revista Nature apunta en esa dirección.

Resulta que un equipo científico encontró un diamante rico en agua y que contenía trazas de un mineral llamado ringwoodita (en honor a su descubridor, el geoquímico Alfred Ringwood). El diamante procedía originalmente de una zona que separa el manto terrestre superior del inferior, es decir, entre cuatrocientos y seiscientos kilómetros de profundidad.

El caso es que ese diamante hallado ahora apareció asociado a moléculas de agua en una importante proporción (1,5%), lo que lleva a los expertos a proponer la teoría de que esa zona de transición del manto sea muy rica en agua. Tanto como para superar la de todos los océanos de la superficie juntos, lo que explicaría el gran dinamismo vulcanológico y tectónico del planeta.

Graham Pearson, de la Universidad de Alberta (Canadá) y director del equipo que firma el trabajo, dice que la ringwoodita encontrada «proporciona la confirmación de que realmente hay bolsas de agua en las profundidades de la Tierra». La confirmación teórica, por supuesto, ya que hoy por hoy resulta imposible obtener pruebas físicas como una roca procedente del manto directamente.

Porque aunque el ser humano ha llegado al espacio, lo tiene más difícil para llegar al centro del planeta. Alfred Ringwood proponía que el mineral que lleva su nombre podía encontrarse en la zona de transición del manto, originado por las altas presiones y temperaturas que hay en esa capa del globo.

Por tanto, sería sensacional descubrir algún trozo de ringwoodita que procediera de las entrañas de la Tierra, pero la única hallada hasta ahora había sido en meteoritos. De hecho, es un neosilicato de magnesio perteneciente al grupo de los olivinos del que se tuvo noticia por primera vez en 1969, asociado a un meteorito caído en Australia. Pero, en 2008, unos buscadores de gemas que excavaban en la grava de un río de Juina de Mato Grosso (Brasil) se toparon con un extraño diamante marrón.

Los expertos creen que el diamante salió a la superficie en una erupción volcánica en una colada de kimberlita (una roca ígnea formada a partir del magma y que es la que se encuentra a mayor profundidad). Medía sólo tres milímetros de ancho y carecía de valor comercial, pero se lo vendieron a unos científicos que buscaban otro tipo de rocas… y que dieron con algo que no tenía precio: dentro del diamante había un rastro microscópico de ringwoodita. Un golpe de suerte de ésos que tiene la ciencia de vez en cuando, como dijo el propio Person.

Pero no todos los científicos creen que deba extrapolarse el resultado del análisis del diamante a la teoría del agua subterránea con una muestra tan pequeña de ringwoodita. Es más, hay quien aún admitiendo que hubiera agua, no estaría en forma líquida sino bajo una variante molecular llamada hidróxilo, con sólo un átomo de oxígeno y otro de hidrógeno en lugar de los dos que debiera haber de este último.

Es decir, que no nos hagamos la ilusión de encontrar algo parecido al mar de Lindebrock y, por desgracia, menos aún con sus ictiosaurios y plesiosaurios luchando ancestralmente, su bóveda pétrea reluciente de relámpagos y sus playas limitadas por bosques de setas gigantes. La realidad, aún siendo tan prometedoramente fascinante, es más prosaica.

Vía: uk.news.yahoo.com


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