Si hablamos de Salzburgo todos lo ligamos inmediatamente a Mozart porque en esa ciudad austríaca nació el genial compositor. Es un lugar donde se respira música, pues también fue el lugar natal de su padre Leopold (que compuso la célebre Sinfonía de los juguetes) y del director Herbert von Karajan, además de residencia del hermano de Haydn. Ya puestos digamos que, asimismo, eran de allí el médico Paracelso y el escritor Stefan Zweig.

Pero este post no va tratar de Salzburgo ciudad sino de un lugar que se encuentra a sólo cuarenta kilómetros, prácticamente en la localidad de Werfen, y que resulta realmente espectacular; uno de esos sitios que dejan boquiabiertos a los turistas: las cuevas de hielo de Eisriesenwelt.

Son las más grandes del mundo de su helado tipo, horadando los macizos de Tennen, a 1.600 metros de altitud. Hasta ellos se llega en teleférico y después a pie otros 20 minutos, cuesta arriba. Sólo el paseo y las panorámicas desde lo alto ya merecen la pena de por sí; sin embargo, una vez dentro el asombro da un paso adelante, ya que ante el visitante se abren 42 kilómetros de galerías naturales, aunque únicamente hay hielo en el primero, una zona denominada Eispalast (Palacio de Hielo).

Foto MatthiasKabel en Wikimedia Commons

Ahora bien, recorrerlo es toda una experiencia: paredes translúcidas, picachos, cascadas heladas, suelos lisos por los que se puede patinar… Todo ello con una gruesa capa de hielo por encima que en verano se reduce casi una decena de centímetros pero sin llegar a fundirse del todo.

Es un paisaje interior que se va descubriendo en semitinieblas, caminando sobre una pasarela con barandilla y alumbrándose con añejas lámparas de carburo, que es poco calorífico, ya que no se puede instalar iluminación artificial para mantener la temperatura baja; hay que garantizar que siga habiendo hielo (por cierto, formado por filtración del agua que se congela por el aire frío que penetra en la gruta). Es más, durante la visita se cierra el portón de entrada, en parte para mantener la oscuridad, en parte por las fuertes corrientes de aire que se producirían.

Foto Zairon en Wikimedia Commons

El itinerario dura unos 75 minutos que conviene realizar bien abrigado, especialmente en verano, que es cuando hay más contraste entre la temperatura exterior y la interior.

Una vez se dejan atrás el Eispalast y la cruz dejada por Posselt, el descubridor del sitio, hay que seguir por un túnel hasta un gran pasadizo que alcanza decenas de metros de anchura. El final es en la sala Neue Welt (Nuevo Mundo), a 1.595 metros. Luego toca descender otra vez.

Y una recomendación que agradecerá muchísimo quien la siga: conviene ir a primera hora si no se quiere tener que aguantar colas interminables.

Web oficial: Eisriesenwelt


  • Comparte este artículo:

Descubre más desde La Brújula Verde

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.