¿La realidad existe? La pregunta puede parecer absurda, un simple oxímoron filosófico o un título caprichoso para atraer la atención, pero si entramos en el proceloso mundo de la física cuántica la cosa cambia. Un equipo de científicos de la Universidad Nacional de Australia, liderado por Andrew Trucott, acaba de demostrar que la realidad, en efecto, no existe… pero con un salvavidas de emergencia: una coletilla que dice que eso es así en el plano cuántico y mientras no sea medida.

Vamos por partes (subatómicas). La teoría no es nueva y ya fue formulada en 1978 por John Wheeler, quien llevó a cabo un experimento llamado de elección retrasada: haciendo rebotar haces de luz sobre espejos, la idea era dar a un objeto en movimiento -un fotón- la opción de comportarse como una partícula o una onda y determinar en qué momento «tomaba esa decisión». Según Wheeler, dicha decisión se produce en el momento de hacer la correspondiente medición al final de su trayecto.

Hubo muchas críticas y más de una burla, como la que representó Erwin Schrödinger en un experimento mental con un gato que, decía, podía estar vivo y muerto a la vez, pese a que Wheeler se refería exclusivamente al ámbito de la física cuántica. La cosa no pasó de ahí porque la tecnología se reveló insuficiente para aclararlo y se pensaba que nunca se alcanzaría el nivel adecuado. Pero pasó el tiempo y en 2007 se consiguió.

Ahora, los científicos australianos han refrendado ese último logro pero cambiando de protagonistas: en lugar de usar un fotón han recurrido a átomos de helio, atrapando un centenar en suspensión en lo que se conoce como condensado de Bose-Einstein y quedándose con uno solo para hacerlo pasar por un haz de rayos láser proyectados en direcciones transversales, formando una especie de rejilla para inducir al átomo a elegir una dirección.

Después se añadía aleatoriamente otra rejilla más para confundir al átomo y se comprobó que, en efecto, caía en la trampa. En tal caso se comportaba como una onda, mientras que en el primero lo hacía como partícula. Y aquí viene lo interesante: si el átomo, en efecto, escogió si comportarse como una u otra, parece posible que una medición futura esté afectando de alguna forma el pasado de dicho átomo.

Lo explica el propio Truscott: «Los átomos no viajaron de A a B. Únicamente cuando se midieron al final del viaje existió un comportamiento ondulatorio o de partícula». Ello confirma la teoría cuántica de que, a diferencia del mundo de las cosas grandes en que estamos acostumbrados a vivir, tanto la luz como un objeto con masa, caso de los electrones, pueden comportarse de esa forma ambivalente eligiendo su estado y actuando en consecuencia.

Más información: Nature Physics


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