Turda es una pequeña ciudad de Rumanía situada en el centro del país, en la región de Transilvania. Fundada por los dacios y luego conquistada por los romanos, se encuentra muy cerca de la urbe más importante y turística de los alrededores, Sibiu, y de Cluj-Napoca, a donde hay vuelos directos desde España.
Fue precisamente Roma la que empezó a explotar el principal recurso natural de la región, la sal, que se extraía de unas minas y que siguió constituyendo una de las principales fuentes de riqueza local, especialmente en la primera mitad del siglo XVI, hasta su cierre en 1932. En 1992 volvió a abrir pero con fines turísticos, para visitar su interior.
La Salina de Turda se originó geológicamente hace millones de años y alcanza una superficie de alrededor de cuarenta y cinco kilómetros cuadrados, con un espesor medio de doscientos cincuenta metros. Se calcula que llegó a tener casi treinta y nueve millones de toneladas de halita (sal gema).
Como decía antes, la salina se ha convertido en una especie de museo que reaprovecha las galerías subterráneas para mostrar al curioso cómo era la minería. En algunos puntos se llega hasta ochenta metros tierra abajo, aunque no tiene por qué resultar claustrofóbico necesariamente; es cierto que algunas galerías son angostas y además ofrecen un aspecto impresionante, con la sal tapizando todo de blanco, hasta las escaleras y las antiguas herramientas, pero otras zonas, son muy amplias. La imponente galería principal, por ejemplo, que se excavó a mano en el tercer cuarto del siglo XIX y alcanza casi un kilómetro de longitud; durante la Segunda Guerra mundial la usaron como refugio antiaéreo.
Pero toda la salina es ahora un espacio multidisciplinar con áreas que sorprenden bastante, ya que en 2008 se acondicionaron todas las instalaciones para dotar al complejo de ascensores, salas dedicadas a deportes (¡con canchas de todo tipo!), gimnasio, un anfiteatro con aforo para ciento ochenta personas donde se hacen espectáculos folklóricos e incluso un lago navegable en barcas que hasta tiene una isla de sal en medio.
También asombra que se hagan tratamientos terapéuticos aprovechando las condiciones que ofrece tan singular entorno, al parecer beneficiosas para el sistema respiratorio. Aparte de la sal, hay una humedad del setenta y cinco al ochenta por ciento, así como una temperatura más o menos estable todo el año, que oscila entre diez y veinte grados.
En eso se sigue la tradición del cercano balneario creado en otros tiempos por un célebre médico local, el doctor József Lajos Hanko, y que se mantuvo activo hasta 1834 -en 1936 se abrió un hotel pero tuvo que cerrar por la guerra-. Se basaba en las presuntas propiedades curativas del agua salada y el lodo de hasta dieciséis pequeños lagos poco profundos, uno de los cuales, el llamado Lago Romano, incluso tiene playa.
Foto: Cristian Bortes en Wikimedia
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