Ann Marie Grosholtz, apellidada Tussaud desde su matrimonio con el ingeniero francés Francois Tussaud, desembarcó en Inglaterra en 1802 y se instaló en Londres. Marie, natural de Estrasburgo, tenía entonces cuarenta y un años y cambiaba de residencia definitivamente huyendo del terror jacobino que se había desatado en su país, donde había sido arrestada junto a Josefina de Beauharnais (la futura esposa de Napoleón) y estado a punto de ser guillotinada (incluso llegaron a afeitarle la cabeza).

En el equipaje que Marie llevó consigo en su exilio había algo poco común: una colección de figuras de cera que le había legado Philippe Curtius, un médico para el que trabajaba su madre como ama de llaves y con el que había llegado a tener una relación casi familiar (hasta le llamaba tío). Curtius era un especialista en hacer modelos anatómicos de cera -algo muy típico en una época en la que los estudiantes no tenían a su disposición cadáveres ni atlas- y le había enseñado la técnica, por eso la adoptó como ayudante cuando Marie salió in extremis de la cárcel.

La prisión le había llegado por haber colaborado con el doctor en una exposición que se realizó en palacio ante Luis XVI y, sobre todo, por trabajar para la aristocracia modelando bustos de personalidades como el duque de Orleans, el ministro Necker; también de revolucionarios que luego cayeron en desgracia, como Marat o Robespierre. Al salir en libertad tuvieron que dedicarse a hacer máscaras mortuorias de los ejecutados. Hasta que en 1794 murió Curtius y Marie decidió marcharse a un lugar más tranquilo.

Museo Madame Tussauds Londres 2

Una vez en Londres se casó con el citado Francois y continuó con su trabajo. En 1835 organizó su primera exposición, que estaba dedicada a las víctimas de la Revolución Francesa e incluía aquellos retratos funerarios que había reunido de sus protagonistas. El sitio elegido fue Baker Street y el éxito permitió que se transformase en una muestra permanente, germen del museo que hoy en día se encuentra en Marylebone Road y lleva el nombre de Madame Tussaud’s. Cerca existen numerosos hoteles, con múltiples opciones para elegir cerca del museo.

A la entrada se puede ver la efigie de Marie, la primera de una amplísima colección de personajes históricos que se renueva periódicamente con otros nuevos de actualidad, aunque hay algunas secciones más o menos fijas que se han convertido en auténticos clásicos, como la Sala del terror. Así lo pueden atestiguar los dos millones y medio de visitantes que pasan por sus salas cada año, tras hacer colas interminables (a veces hasta dos horas) y pagar aproximadamente una treintena de libras por la entrada.

Eso sí, amortizadas de sobra. Primero, porque no todos los días puede uno pasarse una mañana entera haciéndose fotos libremente con Obama, la reina, el Papa, Lady Gaga, Hitler, Ghandi, Rihanna o Stephen Hawking, por citar sólo algunos de los famosos reproducidos en cera. Segundo, porque el parecido es asombroso (nada que ver con los resultados grotescos de otros museos de ese tipo). Y tercero, porque se han incorporado una serie de novedades interactivas que enriquecen la visita: el Espíritu de Londres (un paseo en tren que recrea la historia de la ciudad), el Madam Tussaud’s Experience (un espectacular planetario), etc.

Prueba de ello es la concesión de una veintena franquicias por todo el mundo: Ámsterdam, Las Vegas, Washington, Viena, Bangkok, Berlín, Honk Kong, Shanghái…

Más información: Madame Tussaud’s

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