Al igual que Roma (y más sitios), París tiene una serie de colinas emblemáticas que no son tan conocidas porque les falta la dimensión mediática que proporcionaron los clásicos a la primera, pero que pueden resultar igualmente interesantes para un visitante actual. La más obvia es la del Sagrado Corazón, obviamente, pero hay una llamada Santa Genoveva, situada en la ribera izquierda del Sena, cerca de su confluencia con el Bièvre, que ocupa buena parte del quinto distrito del Barrio Latino y está coronada por el célebre Panteón.
Sin embargo, no es éste su único atractivo; también allí se ubica el Museo Nacional de la Edad Media, más conocido como Museo Cluny, donde se conservan las termas romanas homónimas.
La montagne Sainte-Geneviève debe su nombre a una abadía que ocupaba su cima antes de que, entre 1758-1781, se construyera el Panteón. Éste era originalmente una iglesia dedicada a la patrona de la ciudad, que el arquitecto Soufflot diseñó por encargo del rey Luis XV, pero la revolución cambió las cosas y antes incluso de que fuera consagrada la transformaron en un sitio para honrar a los franceses ilustres. La abadía primigenia, erigida en el siglo VI a instancias del rey franco Clodoveo I, el fundador de la dinastía merovingia, no estaba sola en aquellos escasos sesenta y un metros de altitud; la rodeaban ruinas romanas.
Entre dichas ruinas figuraban las de unas termas que habían servido de cimentación a Clodoveo para levantar su propio palacio (y sepulcro). Como es habitual en arqueología, se van superponiendo estratos y restos, unos sobre otros, dificultando las excavaciones y la interpretación de los arqueólogos e historiadores; lo que hoy se conserva no es más que una parte de un extenso complejo que ocupaba varias hectáreas, abarcando desde el bulevar Saint-Germain hasta la rue des Écoles, y desde el bulevar Saint-Michel hasta la actual sede del mencionado Museo de Cluny.
Hay que tener en cuenta que, frente a la creencia popular, las grandes termas no limitaban su actividad a los baños sino que también solían ofrecer biblioteca, barbería, masajes, tiendas, palestra para lucha libre y otros servicios. Aparte, eran -junto con el foro- un punto de reunión para relajarse, charlar con los amigos o hacer negocios, de manera que constituían un ámbito importante para el esparcimiento lúdico y las relaciones sociales; especialmente a partir del siglo I a.C., cuando dejaron atrás sus inicios, restringidos al ámbito privado, y se abrieron las primeras instalaciones de carácter público.
Las de Cluny son tardías, datadas entre finales del siglo I y comienzos del II d.C. Se situaban en la esquina entre el cardus y el decumanus de la urbe primigenia antecesora de París, fundada por los parisios, el pueblo galo que dominaba la región cuando Julio César conquistó la Galia.
Tras apoderarse de la ciudad, los romanos la reconstruyeron, siguiendo su método, a partir del eje que formaban dos avenidas principales cruzándose (los citados cardus y decumanus, germen de todos los campamentos de las legiones) y la bautizaron Lutecia. Abrir unos baños públicos (y un anfiteatro, en las cercanías) formaba parte también de la costumbre, no sólo porque satisfacía a sus ciudadanos sino también por ser un elemento más para romanizar a los galos.
Los trabajos de construcción corrieron a cargo de la poderosa hermandad de Nautas (armadores y propietarios de barcos), como demuestran algunos elementos arquitectónicos con forma de proa de nave. Aunque el más destacado en ese sentido es un motivo ornamental encontrado en el siglo XVIII en el sótano de la catedral de Notre-Dame: el Pilier des Nautes (Pilar de los Nautas), una columna galorromana erigida en honor a Júpiter y otros dioses por los citados barqueros de Lutecia en el siglo I, durante el reinado de Tiberio, como muestra de cooperación con el imperio. Tiene un pedestal y cuatro bloques cúbicos de piedra caliza decorados con bajorrelieves, cada uno de los cuales equivalía a un altar, así como inscripciones en un latín galizado.
El agua, unos dos mil metros cúbicos diarios, se acumulaban en un depósito y se traían mediante un acueducto, desde unos manantiales existentes en la meseta de Wissous, al sur de la ciudad. La pendiente natural de la colina era aprovechada para canalizarla hacia las diversas dependencias termales. Las aguas residuales se evacuaban mediante un alcantarillado que circulaba alrededor del complejo y desembocaba en un colector situado bajo el bulevar Saint-Michel.
Los usuarios accedían al edificio a través de un pórtico rodeado de comercios que estaba en lo que hoy es la rue des École. Como siempre, primero había un apodyterium, es decir un vestuario, desde el que se podía pasar a las palestras deportivas o a las salas del circuito hidrotermal. Éstas eran de tres tipos. El primero, situado en la parte occidental, era el caldarium (cella caldaria o cella coctilium), un cuarto para bañarse en un alveus (piscina) de agua caliente, generalmente construido hacia abajo. Contaba con un laconium o área seca para sudar antes de aplicarse aceite de oliva por el cuerpo y eliminar el exceso con el sudor mediante el paso de un estrigilum (rascador).
El caldarium se calentaba mediante el hypocaustum, un sistema calefactor subterráneo basado en un horno que elevaba la temperatura de las estancias superiores al distribuir el aire caliente por el subsuelo. Sus restos indican que se hallaba en la parte sur, en la esquina entre el bulevar Saint-Michel y la rue Du Sommerard. Al igual que otras estancias, el caldarium se decoraba con mármoles, mosaicos y pinturas, pero únicamente se conservan los muros superiores, desprovistos de ornamentación y realizados con piedras cúbicas separadas por filas de ladrillos.
Un segundo tipo era el tepidarium, un área templada, con agua tibia, que solía ocupar el punto central de las termas -en este caso correspondiente con la fachada principal-, en torno al cual se distribuían los otros; consecuentemente, también estaba más y mejor ornamentado, aparte de contar con claristorio para proporcionar luz natural. El de Cluny tenía una fuente monumental y en la parte norte daba paso a dos gimnasios; uno de ellos está integrado hoy en la novena galería del museo, la dedicada a los reyes franceses y a las esculturas de Notre-Dame que fueron derribadas durante la iconoclasia de la Revolución Francesa.
El tercer tipo, el frigidarium, consistía en una zona fría con una piscina cuyo tamaño variaba de un sitio a otro, pudiendo ser grande, permitiendo nadar o pequeña, sólo para sumergirse. Era el último paso del circuito, ya que el agua fría, al contraer la piel, cerraba los poros previamente dilatados por el calor del caldarium y el tepidarium, expulsando las impurezas. Un depósito que aún está allí acumulaba el agua necesaria que una vez usada, como decíamos anteriormente, se evacuaba. El frigidarium, que ocupa unos seis mil metros cuadrados, es el único ámbito de las termas de Cluny que se encuentra dentro del museo, ya que los anteriores quedan en el exterior al estar en ruinas.
Eso se debe a que conserva su cubierta original, sostenida por una bóveda de crucería que alcanza catorce metros y medio de altura, una de las más altas que quedan en pie de la época romana en Occidente. Está construido en opus vittatum mixtum, una técnica arquitectónica llamada también opus listatum que empleaba bloques de toba volcánica atravesados por una o más hiladas de ladrillos a distancias regulares o irregulares, cimentándose todo con opus caementicium (un cemento a base de mortero y piedras) aplicado como encofrado perdido, y embelleciéndolo con capas de yeso policromado (quedan restos de pintura azul en la bóveda y ocre rojizo en las paredes).
Asimismo, perviven estructuras subterráneas compuestas por galerías abovedadas, construidas en canto rodado y mampostería con argamasa, y bodegas. Desde ellas se puede apreciar el sistema de vaciado de la piscina del frigidarium, aunque no lo ven los visitantes del museo porque actualmente ese espacio está destinado a dependencias técnicas del personal. A cambio, el bello Pilier des Nautes que describíamos antes se exhibe precisamente en el frigidarium, ya que fue trasladado al Hôtel de Cluny al poco de encontrarse y ahora luce espléndidamente, recién restaurado, junto a restos de mosaicos.
El problema histórico de las termas de Cluny fue haber sido levantadas extramuros, lo que las dejaba desprotegidas y provocó que quedasen destruidas durante la invasión del lugar por los francos y los alamanes, hacia el año 275 d.C. Se sabe que Childeberto I incorporó lo que quedaba a su palacio en el siglo VI, pero los tres asedios vikingos sucesivos a París trescientos años después y el de Otón II en el siglo X debieron suponer la puntilla para el complejo. Las descripciones posteriores aluden más al recinto palaciego que a los baños y, de hecho, éstos se convirtieron en una cantera de piedras y mármoles para la arquitectura de París, tal cual pasaba con los edificios romanos en otros lugares durante la Edad Media.
Como veíamos anteriormente, en el año 1340 la colina fue adquirida por los benedictinos para establecer allí su abadía, utilizando algunas salas de las termas como graneros. En el paso del Medievo a la Edad Moderna construyeron un hôtel, es decir, una residencia para albergar a abades, nuncios y personalidades de alcurnia que les visitaban; ocasionalmente se usó para reclusiones, como le pasó a la inglesa María Tudor (la hermana de Enrique VIII, no la hija que reinó), esposa de Luis XII, que fue obligada a permanecer allí casi mes y medio con el objetivo de que no impidiese la coronación de Francisco I. El uso espurio de los baños continuó en los siglos siguientes, pasando a ser establos, cobertizos de las diligencias y taller de tonelería.
En 1810, pasado ya el período revolucionario, el ayuntamiento decidió situar en el frigidarium un museo de antigüedades que en 1816 se perfiló como sustituto del clausurado Musée des Monuments Français. Se compró la propiedad a los toneleros, se demolieron las construcciones que se habían ido levantando allí y, tras un proceso de limpieza y rehabilitación, quedó listo un nuevo centro cultural que fue asociado al Musée National du Moyen Age, Museo Nacional de la Edad Media, inaugurado en 1844.
Aparte de las ruinas romanas y el citado Pilar de los Nautas, sus colecciones incluyen, como piezas más destacadas, la serie de tapices flamencos La dama y el unicornio, algunas vidrieras de la Sainte Chapelle, esmaltes de Limoges, esculturas de Notre-Dame, tres centenares de marfiles y varias coronas visigodas de oro del Tesoro de Guarrazar.
Fuentes
André Du Sommerard, Les arts au Moyen-Âge | Ministère de la Culture, Paris antique | Musée de Cluny le Monde Medieval, Les Thermes | Wikipedia
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