Conor Oberst es el último de tantos a los que se ha colgado el título de Dylan del siglo XXI. Tengo que admitir que, aunque como siempre este tipo de etiquetas son tan falsas como inútiles, la primera vez que oí un tema de Bright Eyes (el nombre con el que publicó sus primeros álbumes), me recordó mucho a algunas etapas de Dylan. Pero con el tiempo y los cambios, las cosas han ido tomando un rumbo propio, aunque evidentemente las influencias siguen ahí.

Ahora Oberst publica su segundo album únicamente bajo su nombre, Upside Down Mountain (el primero fue el homónimo Conor Oberst de 2008). Trece temas en los que un oyente despistado puede apreciar poca diferencia con sus anteriores trabajos. Todos ellos irradian la misma calidez y densidad lírica, pero tienen esa vibración apasionada que quizá no veíamos desde I’m Wide Awake.

En conjunto el álbum es mucho más compacto y complejo que Cassadaga, One of My Kind o The People’s Key, quizá los que más se le parecen. Tampoco es un álbum sencillo, requiere de varias escuchas para apreciar toda su profundidad, principalmente por la importancia que tienen las letras.

Para alguien que nunca haya escuchado nada de Oberst puede ser un buen punto de partida, porque todas las influencias típicas que se le achacan (Neil Young, Dylan, Led Zeppelin, Doors, Ramones, etc.) están ahí para exploradores arriesgados.

Para mi ya es uno de los álbumes del año. Pero eso no es ninguna novedad, porque Oberst es de esos que nunca han hecho un álbum malo.

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