La vida tiene, a veces, curiosas paradojas. Quién le iba a decir a Vladímir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin, el cerebro de la Revolución rusa, la referencia del comunismo del siglo XX, que acabaría al servicio involuntario del capitalismo convertido en una de las atracciones turísticas más visitadas de Moscú.

Lenin, máximo dirigente del Partido Bolchevique y primer presidente de la URSS, falleció en 1924 de un derrame cerebral e inmediatamente empezaron a llegar al gobierno miles de peticiones solicitando la conservación de su cuerpo. Haciendo caso a ese sentimiento, el famoso patólogo Alexei Abrikosov recibió la orden de embalsamarlo casi al mismo tiempo que se encargaba al arquitecto Alexei Shchusev que diseñara un mausoleo.

Ambos tuvieron que darse prisa porque el funeral oficial estaba programado para tres días después y, en el caso del sepulcro, había además que construirlo. Claro que no fue el definitivo, ya que las prisas obligaron a hacerlo de madera; unos meses después otro arquitecto, Konstantin Mélnikov, aportó un nuevo sarcófago.

En 1929 se iniciaron las obras del mausoleo definitivo, terminadas al año siguiente, bajo la dirección otra vez de Shchusev. Es un monumento hecho de materiales nobles (mármol, pórfido…), en forma de pirámide truncada pero con gradas para que los jerarcas soviéticos pudieran sentarse en él para presidir los desfiles por la Plaza Roja, donde se ubica. El conjunto se corona con una columnata de granito, mientras sobre las puertas de bronce figura el nombre de su ocupante en caracteres cirílicos.

El sarcófago fue sustituído en 1973 por otro concebido por el escultor Nikolai Tomski. La momia de Lenin descansa en un ataúd de cristal en el que se puesen ver sus inconfundibles y bien conservados rasgos; algo posible no sólo al arte de su embalsamador sino también a un sistema de refrigeración que garantiza las condiciones ambientales necesarias y a que se retoca periódicamente.

A su lado ya no tiene a Stalin; estuvo desde su muerte en 1953 hasta 1961, pero entonces corrían tiempos adversos a su memoria y lo sacaron para enterrarlo detrás del mausoleo, también junto a la muralla del Kremlin. En ese entorno yacen otros personajes importantes de la historia rusa, como más jefes de gobierno o el astronauta Yuri Gagarin.

En fin, la situación es hoy un poco contradictoria porque la mayoría de los rusos quieren que Lenin sea enterrado en una tumba normal, a lo que se opone, claro, el Partido Comunista (Putin dice que no si no hay mayoría absoluta), pero, a la vez, el mausoleo es visitado masivamente por los turistas, sean nacionales o extranjeros.

En cualquier caso, la pasada primavera fue reabierto tras una temporada de restauración, ya que los cimientos empezaban a ceder. Así quien vaya a pasar unos días a Moscú podrá entrar. Eso sí, sólo algunos días a a la semana: los martes, miércoles, jueves y sábados de 10:00 a 13:00 y, si es extranjero, por una cola especial mostrando el pasaporte. Y ojo, que está prohibidísimo hacer fotos dentro.


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