Imagen: meddrissi en Pixabay

Cuando alguien viaja a Marruecos es habitual que le ofrezcan asistir a un espectáculo ecuestre llamado comúnmente fantasía. Tiene su origen en el Aid el Broud, la Fiesta de la pólvora, que solía ser el punto culminante de algún evento mayor, como alguna de las moussems (peregrinaciones) o en ferias de ganado. Había mercado, danza y música folklóricas y comida pero el momento más esperado era contemplar la exhibición de los jinetes.

Con sus ropajes blancos, sus mukkahla (espingardas de fabricación artesanal) y sus caballos árabes preciosamente enjaezados, avanzan en trote en perfecta formación hasta que, de pronto, se lanzan al galope gritando y disparando simultáneamente sus armas. Entonces frenan en muy poco espacio para girar y dejar paso a la siguiente oleada, algo que consiguen gracias a su forma de cabalgar: a la jineta, es decir, con los pies hacia atrás y los estribos más altos de lo usual, lo que permite manejar la montura ayudándose con las piernas.

Estas cargas, hoy festivas, son el último resto que queda de la forma de combatir tradicional de la caballería marroquí. Paradójicamente resultó inútil para enfrentarse a ejércitos europeos como el francés o el español, pero en la actualidad «conquista» a sus turistas; especialmente en Marrakech, donde medio millar de jinetes protagonizan un macroespectáculo por la noche, aunque las versiones más auténticas se ven en los festivales de Meknés y Tizza (septiembre y octubre respectivamente).

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