Imagen: National Institutes of Health (NIH) en Wikimedia Commons

Antes de nada recordemos unos hechos acontecidos hace unos cinco años. Seguramente lo tienen aún en la memoria: fue cuando el virus H1N1, más conocido por ser el causante de la Gripe A, mató a miles de personas y sembró el pánico en todo el mundo. Nos acostumbramos a ver mascarillas y limpiarnos las manos con jabones especiales que aún hoy siguen disponibles para el público en los hospitales.

El N1H1 es un subtipo de Influenzavirus tipo A que pertenece a la familia de los Orthomyxoviridae y que ha ido mutando para originar epidemias como la gripe española, la gripe porcina, la gripe aviar y la gripe bovina. Está compuesto por dos proteínas que lo recubren, hemaglutinina y neuraminidasa, y su infección produce síntomas como secreción nasal, tos, dolor de garganta, fiebre alta (más de 38º C), malestar general, pérdida del apetito, dolor en músculos y articulaciones, vómitos, diarrea y, en casos graves, desorientación y pérdida de la conciencia.

Pero desde aquellos días, el ser humano ha ido desarrollando defensas inmunológicas que han rebajado notablemente su peligrosidad. De hecho, los anticuerpos creados por nuestro organismo nos hacen hoy prácticamente inmunes, con lo cual el virus ya no supone un problema. Aún así, persiste cierto temor, como verán a continuación.

Ahora volvamos al presente para descubrir que los científicos siguen trabajando con ese microorganismo asesino. El doctor Yoshirio Kawaoka quería averiguar cómo había evolucionado genéticamente el N1H1 desde su versión anterior a la pandemia para saber cómo atajar situaciones similares en el futuro y mejorar la elaboración de vacunas. Y para ello se llevó una cepa original a un laboratorio de la Universidad de Wisconsin-Madison.

Ahí surgió cierta polémica, ya que dichas instalaciones son de nivel 2, calificación relativamente baja en materia de bioseguridad (los laboratorios que estudian el Ébola o el Ántrax tienen nivel 3). Pero el problema no es sólo ése, ya que la cepa utilizada por este equipo era anterior a las defensas creadas por nuestro sistema inmunológico, por lo que un posible error, una fuga o una infección inadvertida, podrían provocar un nuevo brote de dimensiones inimaginables.

Por eso, para calmar susceptibilidades, los portavoces universitarios tuvieron que salir al paso y el propio Kawaoka se vio obligado a explicar que, pese a que en todo trabajo de ese tipo hay riesgos, su equipo había adoptado todas las medidas de precaución necesarias para evitar cualquier imprevisto, siguiendo los protocolos establecidos por el Comité de Seguridad en Biotecnología.

Lo mismo que se suele decir en las películas de terror justo antes de que ocurra el desastre, sólo que esta vez no tenemos argumento de serie B: la investigación parece haber concluido ya sin que pasara nada malo. El siguiente paso es la publicación del trabajo en alguna revista científica y la aplicación práctica de los descubrimientos.

Vía: Gizmodo

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