Uno de los grandes enigmas del mundo del alpinismo es saber si George Mallory fue el primero en coronar el Everest antes que nadie. Antes incluso que Edmund Hillary y Tenzing Norgay, que pasaron a la posteridad por haberlo logrado en 1953 mientras que el primero, de haber culminado su escalada con éxito, hubiera alcanzado el récord veintinueve años atrás, en 1924.

Hay opiniones a favor y en contra pero el que realmente podría habernos sacado de dudas nunca tuvo la oportunidad, ya que falleció junto a su compañero Andrew Sandy Irvine en la arista noroeste. De hecho, sus restos, bien conservados, fueron descubiertos a 521 metros del techo del mundo por el alpinista estadounidense Conrad Anker en 1999, con varios huesos rotos; Irvine sigue sin aparecer.

Ahora se acaba de echar más leña al fuego con la revelación efectuada por Tom, hijo del montañero Frank Smythe, pionero de los ascensos al Everest en los años treinta. Tom estaba preparando un libro sobre las aventuras deportivas de su padre y para ello consultaba copias de algunas viejas cartas de éste cuando se topó con una sorpresa: una epístola a Edward Norton, jefe de la expedición de Mallory, en la que le decía haber encontrado el piolet de Irvine, lo que interpretaba como una pista sobre el lugar exacto donde habían muerto él y Mallory en 1924.

La expedición de 1921, George Mallory en la foto, primero por la derecha de la fila superior) | foto dominio público en Wikimedia Commons

Según su interpretación, y era un experto en salvamento de montaña, los dos habrían caído por un barranco, yaciendo a 8.461 metros de altitud. Pero como la herramienta había sido avistada desde el campamento base con un telescopio no se pudo comprobar in situ. Es más, Frank Smythe decidió guardar silencio para evitar el sensacionalismo de la prensa (de hecho, cuando Anker encontró el cuerpo en 1999 periódicos y revistas de todo el mundo publicaron las fotografías).

El propio Frank llegó a estar en peligro cuando, tras llegar a 8.595 metros marcando el récord de altitud hasta la fecha, inició un dramático descenso lastrado por el agotamiento e incluso alucinaciones. Eso no le persuadió de hacer otro intento por llegar a la cumbre en 1935; a pesar de que el Dalai Lama había cerrado la posibilidad de obtener más licencias, Smythe contrató por su cuenta un equipo de sherpas, algo que sumado a lo mal visto que estaba escribir libros sobre el tema, terminó por desacreditarle ante sus compañeros de profesión.

Lo cierto es que no debía tener un carácter fácil y protagonizó altercados con algunos de sus socios, además de abandonar a su mujer por otra en 1938. El Everest, que había sido su obsesión, terminó trayéndole también la muerte, aunque no de la misma forma que a Mallory: al principio de una nueva expedición, esta vez en 1949, la malaria puso fin a su azarosa vida. Su segunda esposa, que se volvió a casar, harta de la cantidad de reclamaciones y demandas que se le acumulaban para que cediera sus archivos y papeles, quemó todo el material junto con los negativos fotográficos.

Ahora, su hijo Tom Smythe rescata todas estas historias en el libro Mi padre, Frank, en el que, sin duda, el capítulo más jugoso es ese presunto primer descubrimiento de los restos de Mallory e Irvine… aunque ello no desvele el misterio de si hicieron cima o no.


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