No pretendo meter miedo a nadie ni volverles hipocondríacos, pero imaginen que lleven un tiempo sufriendo fuertes dolores de cabeza, convulsiones, pérdida de memoria e incluso alteración del sentido del olfato. Que los médicos estén desconcertados y, no acertando con un diagnóstico, al final le hagan una resonancia magnética. Y que al analizarla descubran que la causa de ese continuo malestar sea un raro parásito alojado en su cerebro.
Temible ¿no? Esto es lo que le pasó a un ciudadano chino de cincuenta años cuando se puso en manos de un equipo médico de Reino Unido para intentar encontrar la solución a su problema. La resonancia reveló una serie de lesiones en la parte cerebral derecha que parecían un tumor, sólo que tomada una muestra para la correspondiente biopsia resultó que no había tejido cancerígeno.
Así que se tiraron cuatro años estudiando al paciente, comprobando atónitos que el mal parecía desplazarse dentro del cráneo y se trasladaba cinco centímetros más allá. Fue entonces cuando decidieron tomar medidas drásticas y operar. Y al abrir la zona se toparon con algo totalmente inesperado: un parásito de un centímetro de longitud, una especie de pequeño gusano plano nunca visto antes en el país. el laboratorio reveló que se trataba de una rara variedad de la solitaria llamada Spirometria erinaceieuropaei.
Rara porque, para empezar, sólo se encuentra en algunos países de Asia. Pero, sobre todo, porque generalmente no infectan al ser humano; desde el año 1953 sólo se han dado trescientos casos en todo el mundo, ninguno de ellos en Reino Unido. Por eso era muy importante -e interesante- saber cómo había llegado ese ejemplar a la cabeza del paciente. Las teorías apuntan, claro, a la ingestión de carne de algún animal donde el gusano había establecido su hogar o a la aplicación de algún remedio de medicina tradicional china a base de rana.
Hay que tener en cuenta que el ciclo vital de Spirometria erinacei europaei empieza en el agua, infectando crustáceos que luego son devorados por depredadores mayores como ranas o serpientes, huéspedes intermediarios hacia carnívoros más grandes como gatos o perros. De ahí pueden saltar al hombre -recordemos que en Extremo oriente se consume carne de perro-, si bien el parásito termina emigrando en busca de otro lugar porque no está adaptado a vivir en el organismo humano.
Generalmente, en los pocos casos en que se instalan en humanos lo hacen bajo la piel o en los pulmones, no en el intestino como sería lo natural. El hecho de que esta vez terminara en el cerebro puede considerarse mala suerte para su anfitrión, ya que su presencia provoca esparganosis, es decir, una inflamación de los tejidos porque el bicho se nutre de sus ácidos grasos, lo cual se manifiesta con múltiples síntomas.
El caso es que el análisis del genoma de ese Spirometria erinacei europaei mostró que tenía diez veces más ADN que cualquier otro ejemplar secuenciado hasta el momento. Y entre los genes favorecidos por ese cambio estaban los encargados de facilitar la invasión de tantas especies diferentes, lo que puede suponer un primer paso para explicar cómo el gusano pudo infectar con tanto éxito a un ser que normalmente no forma parte de su ciclo.
Vía: Genome Biology
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