De todas las construcciones que componen la Ruta de los Castillos del Loira, ese fascinante itinerario que sigue el curso del río homónimo por las zonas centro y noroeste de Francia, probablemente el más espectacular sea el de Chambord. Teniendo en cuenta que el número de castillos y palacios de esa lista asciende a cuarenta y dos y que la ruta está protegida como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, hay que deducir que el lugar merece realmente una visita. Y, claro, así es.

Lo de que sea el más bonito o interesante ya dependerá del gusto de cada uno. Pero nadie puede cuestionar su aspecto imponente e inconfundible gracias a su tamaño -el más grande de todos- y a ese coronamiento de torres, cúpulas y tejados de pizarra negra que se funden en un peculiar estilo renacentista francés, mezcla de la tardición arquitectónica gala y la influencia italiana. Y es que el rey Francisco I encargó el diseño original a Doménico da Cortona y el propio Leonardo da Vinci fue invitado a colaborar.

Inicialmente, el monarca sólo quería erigir un pabellón de caza para aprovechar el potencial cinegético de aquel bosque comprado a los condes de Blois del que aún hoy se conservan 5.343 hectáreas con un millar de ciervos y otros tantos jabalíes. Pero como tardó una veintena de años en concluirse, el resultado final distó mucho de lo pensado inicialmente. Francisco había caído prisionero de los españoles en la batalla de Pavía y al ser liberado decidió descansar en Chambord. Fue entonces cuando decidió ampliar el proyecto y añadir dos alas a la planta cuadrada.

La escalera helicoidal del castillo de Chambord | foto Zairon en Wikimedia Commons

Era el año 1526 y casi dos millares de obreros pusieron manos a la obra. El resultado es un castillo de planta cuadrangular con el torreón principal en el lado norte, en cuyo interior se halla el elemento más llamativo del conjunto: una gran escalera helicoidal, interna y de doble tramo, sostenida por ocho pilares, que enlaza los sucesivos pisos y se remata con una linterna. También es interesante la enorme capilla de dos plantas, aunque no se terminó hasta el reinado de Luis XIV.

Precisamente se conservan los aposentos de este rey -aparte de los de Francisco I-, recuperados por el mariscal de Sajonia años después, si bien su aspecto debió ser mucho más rico que en la actualidad al haberse perdido la mayor parte del mobiliario durante la Revolución, en una subasta. Antes, Luis XV le había cedido Chambord a su suegro Estanislao Leszcynski, monarca exiliado de Polonia. En 1809 Napoleón hizo lo mismo con el mariscal Berthier, su jefe de estado mayor en campaña, al que nombró príncipe de Wagram tras el triunfo en esa batalla.

Articulación entre la escalera y las galerías | foto Hélène Rival en Wikimedia Commons

Caído el régimen, el castillo estuvo a punto de acabar en manos de especuladores que pretendían vender sus piedras para la construcción, como si de una cantera se tratase.

Por suerte, se salvó de tan triste destino y el duque de Berry inició una restauración en 1828 que quedó a medias, cayendo de nuevo en la amenaza de ruina. Declarado Monumento Histórico en 1840, experimentó pequeños arreglos hasta la completa renovación llevada a cabo ya en la segunda mitad del siglo XX.

El Castillo de Chambord abre todo el año entre las 9:00 y las 17:00, según la estación del año. Entre el 1 de mayo y el 30 de septiembre ofrece un espectáculo ecuestre con trajes de época.

Más información: Domaine National de Chambord


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