Imagen: Richard Ruggiero en Wikimedia Commons

Una de las experiencias más intensas que se pueden vivir en un viaje es llegar al contacto directo con la naturaleza salvaje. Cualquiera que haga una excursión por el monte sentirá un placer especial la cruzarse con un ciervo o ver posarse cerca un águila. Pero una situación así en plena selva, alejado de la civilización y con animales potencialmente más peligrosos, es una vivencia especial.

Hace año y medio tuve ocasión de hacer algo así subiendo a las montañas Virunga en busca de los gorilas de montaña. Concretamente fue en el Parque Nacional de los Volcanes, en Ruanda, un territorio por el que estos grandes simios se mueven pasando de este país a Uganda y al Congo; para ellos no hay fronteras.

Lo primero que tienen que hacer los interesados es mandar una solicitud con bastante antelación, puesto que hay un número limitado de plazas y como la burocracia africana es aún peor que la española se tarda varios meses en concederlas. Hay que pagar por adelantado, entonces eran unos 500 euros, y tener claro que se va a ir porque ese dinero no se devuelve ni aunque se suspenda el viaje.

Una vez allí lo habitual es alojarse en Ruhengeri, localidad situada al noroeste, al pie de las montañas. Es tan fea y caótica como casi todas las ciudades africanas pero tiene su interés si se visita algún mercado típico o se ve el clásico espectáculo folklórico watusi; los hoteles suelen ofrecerlo. Los amantes de la Historia también se interesarán al saber que en Ruhengeri hubo grandes matanzas durante el genocidio; al ser un lugar fronterizo, las guerrillas tutsis hacían incursiones desde la vecina Uganda y al estallar el conflicto los hutus masacraron a los miembros de esa etnia.

Busca gorilas montaña I

Los gorilas fueron víctimas colaterales pero hoy en día su población parece haberse recuperado y asegurado. Para verlos hay que desplazarse desde Ruhengeri hasta el Centro de Interpretación del Parque Nacional a primera hora de la mañana. Al llegar, mientras los rangers están reunidos preparando la jornada, informándose de dónde se hallan las diversas familias, hay tiempo para desayunar en la cafetería. Luego se distribuye a los turistas en grupos de no más de 10 personas y a cada grupo se le asigna una familia de gorilas.

Evidentemente, estas familias -unos 400 individuos en total- viven de forma independiente unas de otras, por lo que hay múltiples itinerarios a seguir. Como arrastraba una lesión deportiva, yo quedé encuadrado en el trekking más sencillo, formado por ancianos. El que iba a salir en busca de Agashya. Éste era el nombre del espalda plateada, el jefe o macho alfa. Un ranger nos explicó sus características, el número de hembras y crías que tenía, el método para diferenciar unos de otros (por la forma de la nariz) y unas pautas de comportamiento para cuando los encontráramos.

Quien haya visto la película Gorilas en la niebla (por cierto, la casualidad quiso que me tocara alojarme en el mismo hotel que usaba Dianne Fossey cuando bajaba por provisiones) ya sabrá cuáles son: mantener la distancia de seguridad (8 metros), evitar hablar alto o hacer movimientos bruscos, obedecer siempre las instrucciones y, en caso de cabreo o ataque del macho, adoptar una postura de sumisión, agachándose sin mirarle a la cara y simulando mordisquear alguna planta. Aclarados todos estos puntos -ojo, los explican en inglés-, llegó el momento de empezar la aventura.

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