A punto de llegar al primer cuarto del siglo XXI parece difícil creer que aún se pueda vivir una aventura como aquellas que protagonizaron los exploradores decimonónicos en busca de las fuentes del Nilo o el Paso del Noroeste.
Pero no es imposible experimentar emociones parecidas cuando se recorre la sabana del Serengueti, se ascienden los montes Virunga en busca de gorilas o se atraviesa la selva de Borneo intentando avistar orangutanes en libertad. En ese sentido, sí hay un lugar de la Tierra que traslada a otro mundo y otra época, que envuelve al viajero proporcionándole esa sensación de pequeñez frente a la inmensidad de la naturaleza, es la Amazonía.
Adentrarse en la inmensidad esmeralda que tapiza la cuenca del río más caudaloso del planeta ya no conlleva el jugarse la vida enfrentándose a fieras ignotas y tribus belicosas, como tuvieron que vivir Francisco de Orellana o, cientos de años después, Percy Fawcett. Pero ello no le quita un ápice de interés y, de hecho, recorrer ese inmenso cauce fluvial probablemente sea uno de los mayores atractivos para el viajero actual que quiera salirse un poco de lo clásico, con la ventaja que ofrecen hoy los adelantos en transporte, alojamiento, comodidad y seguridad.
A la Amazonía se puede acceder por varios países. Uno de los más solicitados últimamente es Perú, cuya parte noreste se adentra en esa región y ofrece una alternativa o complemento a la clásica visita por los Andes incas y la costa septentrional chimú, mochica y sicán. Allí se encuentran dos departamentos como Amazonas y San Martín, auténticas puertas de entrada al que ya es plenamente amazónico profundo, Loreto.
El primero, jalonado por aquel río Marañón que dio nombre a los integrantes de la alocada expedición de Lope de Aguirre -los marañones- y territorio ancestral de los bravos chachapoyas, todavía presenta una irregular orografía que deja patente su carácter fronterizo entre las montañas y la llamada selva alta o yunga, alternando densa vegetación con montañas, cascadas, etc. El segundo, al sur del anterior, tiene características similares.
Ahora bien, es Loreto donde el viajero podrá sentirse plenamente adentrado en la selva amazónica y, de hecho, es una de las regiones más extensas de toda Latinoamérica y la segunda menos poblada. Aquí confluyen el Marañón y el Ucayali para formar el cauce principal del Amazonas; y aquí el paisaje, vastamente llano y exuberantemente selvático, se pierde de vista mientras el calor y la humedad de su clima ecuatorial son los primeros indicativos de que algo está a punto de empezar.
El curso amazónico será el carril por el que moverse, a veces en bote, a veces en algún barco que evoque el recuerdo de los vapores que transportaban el caucho, el producto que durante aquellas décadas a caballo entre los siglos XIX y XX llevó al lugar una auténtica fiebre extractora.
Iquitos, que fue el principal puerto de embarque para los cargamentos caucheros, lo es hoy del nuevo recurso económico, el turismo. Se trata de la ciudad más grande de la Amazonía peruana y punto de partida para los cruceros fluviales, aunque antes es recomendable descubrir algunos de sus atractivos.
Se perdió la reducción jesuita fundacional pero ahí están la Casa del Fierro (diseñada por el mismísimo Gustave Eiffel), la Catedral de San Juan Bautista (construida entre 1911 y 1919) o las decenas de casonas y palacetes que quedaron como testimonio de los buenos tiempos. Si lo que interesa es, sobre todo, adentrarse en la selva, una buena forma de prepararse es visitando el Museo Amazónico, de carácter antropológico y etnográfico, completable con el AMAZ (Herbarium Amazonense, un centro biológico de la universidad) y el de Culturas Indígenas e incluso con el Barco Museo Ayapua, uno de aquellos cargueros debidamente restaurado.
Además, desde Iquitos se puede acceder a Pacaya Samiria, la reserva natural nacional más importante de la región: más de dos millones de hectáreas con bosques de várzea (ecosistema forestal que queda inundado en la estación húmeda) tachonada por decenas de lagos y donde viven ciento treinta especies de mamíferos como el jaguar, la capibara (el mayor roedor del mundo), el delfín rosado o varios tipos de monos en peligro de extinción, aparte de trescientas cincuenta especies de aves exóticas (tucanes, guacamayos…) y animales emblemáticos con leyenda como la anaconda y las famosas pirañas.
Con esa fauna cohabita medio centenar de comunidades indígenas, configurando el conjunto un sitio de especial interés no sólo para el viajero en busca de unas vacaciones activas -se hacen caminatas por la selva- sino también para el amante de la biodiversidad -avistamiento de flora y fauna-, para el que quiere conocer otras culturas -visitas y hasta pernocta en poblados- e incluso para el sibarita que disfruta del relax haciendo un crucero de lujo por el río.
Realizar paseos nocturnos a pie o en bote, contemplar los nenúfares gigantes de cinco metros de diámetro o alojarse en un lodge para dormir en plena selva, envuelto por los cánticos de las ranas y otros sonidos de ese entorno misterioso, son algunas de las posibilidades que ofrece la Amazonía peruana y que se pueden especializar aún más embarcándose algunas semanas en una nave de investigación o pernoctando en un poblado nativo.
Y Pacaya Samiria no es la única opción. En Loreto hay otras áreas protegidas como la Reserva Nacional Matsés, la Reserva Nacional Alpahuayo Mishana o el Parque Nacional Sierra del divisor, que se unen a varias más de la Amazonia peruana y constituyen un interesante destino, ya sea por sí mismas, ya como extensión de un recorrido por el país.
A todo ello se une una combinación perfecta de gastronomía y arte culinario, en realidad a lo largo de todo el país. Una fusión de tradición y modernidad que le han valido a Perú el título de Destino Culinario de Sudamérica durante 5 años seguidos por los World Travel Awards.
Pero leerlo sólo proporciona una idea. Hay que ir y vivirlo en persona para sentir la experiencia en toda su plenitud y comprender por qué Perú es el país más rico del mundo, una riqueza que no está en la economía o el mercado, sino en su cultura, en su amor y respeto por la naturaleza, y en sus indudables encantos.
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