Como les decía el otro día, mañana se acaba el mundo, si hay que hacer caso a la catarata de artículos, libros, películas y demás que se nos lleva viniendo encima desde hace tiempo. La profecía maya, lo llaman, a pesar de que no hay tal. Dejémoslo claro para empezar: los mayas jamás hicieron profecía alguna sobre el tema. Todo el asunto deviene de que su sistema de cómputo del tiempo se acababa en lo que en nuestro calendario es el 20 de diciembre de 2012, que ellos llamaron 13º Baktún.
Para entenderlo, repasemos cómo era el calendario maya, la famosa Rueda Calendárica. Imaginen dos ruedas dentadas que al girar encajan como un engranaje. Una rueda era el Haab, un calendario solar que, como el nuestro, dividía el año en 365 días, sólo que en lugar de 12 meses tenía 18, de 20 días cada uno, más un período complementario que reunía los 5 días sobrantes, considerados nefastos. Este calendario servía para la vida común. La otra rueda era un calendario ritual, religioso, de 260 días combinados con 13 números (apunten esta cifra, el 13, porque es importante, como se verá). Se llamaba Tzolkín y su uso era diferente, pues determinaba la existencia de cada persona, un poco como el Zodíaco en occidente.
Ambas ruedas giraban de forma que la fecha de una iba coincidiendo con la de otra jornada tras jornada. La fecha era un resultado de combinar las dos y no había repetición de ninguna hasta que pasaban 52 años solares y 72 rituales. El sistema se difundió por toda América Central: unos pueblos lo copiaban de otros, toltecas, aztecas… Cada 52 años se temía que acabara el mundo y la gente vivía atemorizada los últimos días; quemaban sus enseres e incluso se ocultaban en tinajas de barro. Y se ligó la fecha al regreso de Quetzalcoátl de su exilio para reclamar su reino, algo que coincidió con la llegada de los españoles.
Pero si los aztecas constituían un pueblo muy joven y apenas tenían recuerdo histórico de su poco honroso -por atrasado e inmigrante- pasado y, por tanto, no se preocupaban especialmente de cronologías más que en esos lapsos de tiempo, los mayas constituían una civilización milenaria, culta y muy avanzada científicamente. A ellos sí les interesaba saber hasta dónde se remontaban en el tiempo, así que la Rueda Calendárica no bastaba. Entonces, en su mayor período de esplendor, la Era Clásica (equivalente al período de nuestros siglos que va desde el final de la Antigüedad a la Baja Edad Media), inventaron la Cuenta Larga.
La Cuenta Larga les servía para calcular épocas, segmentos de tiempo muy grandes, como hacemos nosotros con los milenios, por ejemplo. Y como necesitaban una fecha de inicio, una referencia (como nosotros usamos el nacimiento de Cristo o incluso el Big Bang), ellos establecieron el 13.0.0.0.0. En nuestro calendario equivale al 13 de agosto de 3114 a.C. Sí, otra vez el 13 por todas partes; igual que nosotros solemos aplicar a todo un sistema decimal, ellos preferían ese número. No se sabe por qué eligieron ese día de ese año, pero si a esa fecha se le suma el tiempo transcurrido desde entonces llegamos al 13º Baktún, que se cumple hoy.
¿Y después? Pues simplemente no calcularon más. Quizá lo hubieran hecho de seguir usando la Cuenta Larga, ampliándola; pero tras acabar la Era Clásica cayó en el olvido y la civilizacion maya se diluyó de forma bastante misteriosa. Aunque, ojo, en 2010 se encontraron unas ruinas con una cuenta que llega hasta el año 7.000; a lo mejor es cuestión de buscar más. El caso es que, mientras, el fin del mundo de mañana está sirviendo para engordar muchas carteras; entre ellas las de los mismos descendientes de los mayas, que explotan el evento turísticamente.
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