Un calendario es una tabla que divide el año en meses y días que pueden indicar también las fiestas y los santos celebrados en cada uno de esos días. Pero el origen de los calendarios, tal y como lo conocemos actualmente, hunde sus raíces en la Edad Media. Nos referimos, por supuesto, al calendario físico como objeto.

Los calendarios tenían en aquellos tiempos medievales un carácter litúrgico, es decir, en sus páginas se distribuían los días por meses y días según la calendación romana (kalendas, nonas y idus) los santos y mártires a los que se recordaba en el día de su muerte o martirio.

La palabra calendario en su equivalente latino calendarium también fue utilizada en la Baja Edad Media y durante la Edad Moderna para definir dos de las partes fundamentales de los Libros de Cabildo: los necrologios y obituarios, y los martirologios. Esto se debía a que estos textos estaban organizados a partir de un calendario romano.

La diferencia entre calendario y martirologio la resolvió Jacques Dubois en 1978. En el primero se mencionan en cada día el nombre de un santo, aunque con posterioridad se añadieron los nombres de otros santos y mártires, sin aportar referencias topográficas. Pero en algunos de esos días ni siquiera aparece un santo adscrito. En el segundo, en cada día se apuntan varios santos y mártires con sus respectivos elogios históricos e indicaciones topográficas.

Todos los calendarios medievales tienen la misma estructura; comienzan el 1 de enero (Kalendas Ianuarii) y en la mayoría de ellos cada mes ocupa una página entera o un folios completo del manuscrito en que fueron copiados.

Estos calendarios tenía generalmente unos elementos fijos que con el paso de las centurias podrían cambiar. Una parte técnica que incluiría los meses y sus correspondientes día, elementos de cómputo y referencias astronómicas y astrológicas.

Los días se enunciaban por meses según el sistema romano antiguo: calendas, es decir, el primer día del mes, nonas, que eran el 5 o el 7 si se trata de los meses de 31 días, e idus, el 13 o el 15, también en los meses de 31 días.

Entre los elementos de cómputo estarían las letras dominicales, muy comunes a partir del siglo XI. Estas letras van de la A, que correspondería al primer domingo del año, a la G, que correspondería a los días que siguen a ese domingo. Y también el número áureo, una cifra del 1 al 19 que tendría como referente los días en que se estima la llegada de la luna nueva o novilunio

El año de estos calendarios medievales se dividía en 12 meses, cada uno de los cuales ocupaba al menos un página. El epígrafe que encabezaría esa página sería en el caso, por ejemplo, de junio: Iunius habet dies XX. Luna XXVIIII.

Finalmente, en lo que respecta a los datos astronómicos y astrológicos, es decir, los días de entrada del sol según los signos del zodíaco, eran una información imprescindible para elaborar los horóscopos. Ejemplos de esto sería las leyendas XV Kalendas Februarii (18 de enero) Sol in aquarium (Sol en Acuario) y XV Kalendas Iulii (17 de junio) Sol in cancrum (Sol en Cáncer).

En estos calendarios también podríamos encontrar referencias a los días egipciacos o nefastos y los días de los equinoccios: Equinoctium vernale o en los que empiezan las estaciones: Autumnus hic oritur.

Dependiendo de la época o fecha en la que se escrituró el manuscrito en el que se copió el calendario podremos encontrar ejemplos cuyas iniciales están más decoradas, más allá de los habituales azules y rojos. Incluso en algunos códices, sobre todo, de finales de la Edad Media, vemos ricas miniaturas que enriquecen todavía más las páginas en las que aparecen.


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