La historia de la conquista de América está llena de capítulos en los que el esfuerzo sobrehumano y las penalidades sufridas por muchos de sus protagonistas quedaron compensadas con riqueza y posición social más el paso a la posteridad. Sin embargo, cabe imaginar la cantidad de nombres que se quedaron por el camino tras un trágico o triste final. Algo así es lo que ocurrió con Ambrosio Ehinger e Íñigo de Vascuña y su desastrosa expedición que, sin embargo, dio pie a una rocambolesca aventura, con misterioso tesoro incluido.

Hay que situarse en el territorio de lo que hoy es el norte de Venezuela, donde Carlos V había concedido la exploración y posterior explotación en exclusiva a la familia banquera Welser, en pago por las deudas contraída con ella tras su financiación de la corona imperial. Los Welser podían disponer de una zona comprendida entre los cabos de Maracapana y Vela. El primer alemán enviado allí, como capitán general y gobernador, fue Ambrosio Ehinger (o Alfinger), que llegó al mando de cuatrocientos hombres.

Ehinger desconocía las Indias -sólo había estado antes en Santo Domingo- y su desembarco en la ciudad de Coro en 1528 provocó el cachondeo general al llevar consigo una corte ataviada de punta en blanco, como si visitara un palacio. Pero como había oído hablar de una tierra muy rica, organizó una expedición de germanos y españoles que, acompañada de un millar de esclavos, partió así en busca de El Dorado, alcanzando el lago Maracaibo -donde fundó la villa homónima- y la península de Goajira en un viaje donde contestaron a los constantes ataques indígenas con auténtica brutalidad.

Pedro de Valdivia (por Federico Madrazo)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El alemán logró extender su gobernación hacia el oeste atravesando la sierra de Perija, buscando la forma de volver a la costa y entrando en la actual Colombia. Como entretanto había conseguido reunir una apreciable cantidad de oro, unos sesenta mil pesos (aproximadamente ciento diez kilos), confió ese tesoro a su capitán Íñigo de Vascuña para que lo llevara a Coro mientras él continuaba explorando. Ehinger murió no mucho después, en mayo de 1533, sin poder regresar a la ciudad y tras cuatro días de horrible agonía causada por una flecha chimila que le atravesó la garganta. Pero al español no le fue mucho mejor.

Íñigo de Vascuña emprendió la marcha con sólo veinticinco hombres y tampoco logró llegar a Coro. El grupo se perdió por la selva y sufrió todo tipo de calamidades: agotados por el esfuerzo y el calor tropical, soportando lluvias torrenciales, abriéndose paso penosamente por la frondosa espesura, aquellos soldados fueron enfermando de fiebres y cayendo en repentinas emboscadas que poco a poco les fueron diezmando. Acabados los víveres, sin fuerzas para seguir cargando con aquel oro, decidieron enterrarlo para poder continuar la marcha y, si acaso, volver por él más adelante. Sin embargo el hambre se hizo tan acuciante que desplazó a todos los demás problemas y se vieron obligados a practicar el canibalismo, matando para ello a los indios que llevaban como porteadores.

Aún así, terminaron por perecer todos excepto uno: Francisco Martínez Vegaso, natural de Trujillo, que había llegado a Venezuela con Ehinger. Convertido en un cadáver viviente, fue recogido por una tribu que le curó y alimentó, salvándole la vida aunque a cambio de tener que trabajar para ella como esclavo. Como si de un cuento se tratase, con el tiempo se casó con la hija del cacique y al cabo de tres años estaba tan integrado que participaba en sus razzias bélicas. En una de ellas atacaron a un grupo de españoles capitaneado por Hernando de Alcocer, uno de sus antiguos compañeros al servicio de Ehinger. Martínez regresó con él a Coro.

En la ciudad se planteó entonces enviar una expedición para desenterrar el tesoro; Martínez, evidentemente, fue el encargado de guiarla, pero sin éxito. Después de tanto tiempo no se acordaba del lugar exacto y la partida volvió con las manos vacías. Él, no obstante, hacía salidas de vez en cuando para visitar a su familia indígena. O eso decía. Cuentan las malas lenguas que en Coro trabó amistad con un tal Pedro de Valdivia y se fue con él a la conquista de Chile… en una aventura financiada precisamente con el tesoro de Ehinger.

Es decir, según eso Martínez recordaba perfectamente su escondite y fue sacando poco a poco el metal precioso y entregándoselo a su nuevo compañero para la campaña chilena. ¿Qué hay de cierto en esta historia? La mayoría del mundo académico cree que se confunde a este Francisco Martínez Vegaso con el verdadero socio de Valdivia, llamado Francisco Martínez de Vergara, pero no faltan voces que creen que era la misma persona con el apellido ligeramente cambiado y que hay otros datos que apoyan la tesis. Uno de ellos es el hecho de que su hermano Lucas, que formó parte de la hueste de Pizarro en la conquista de Perú, fue su apoderado en la aportación económica para ir a Chile. En suma, a la espera de alguna confirmación fehaciente, realidad y leyenda vuelven a darse la mano en el relato de la conquista de América.


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