En 1912 un bibliófilo de origen lituano llamado Wilfrid Mihail Voynich adquirió un lote de libros antiguos a los jesuitas del colegio Villa Mondragone (Italia). Entre los ejemplares figuraba un manuscrito rarísimo, enigmático, escrito en una lengua irreconocible para el experto y con unas ilustraciones igual de sorprendentes. Era el códice que luego sería bautizado con su nombre y que hoy en día sigue constituyendo un auténtico misterio en casi todos los sentidos.

Un par de años más tarde Voynich se estableció en Nueva York con su colección bibliográfica, tras infructuosos intentos por traducir aquel insólito libro, pese a ser un consumado políglota. Falleció en 1930 y el volumen pasó a su viuda, que se lo vendió a otro experto y terminó donado a la Universidad de Yale, que lo conserva en una biblioteca especial para rarezas. Hasta aquí la versión oficial.

El códice consta de 240 páginas en tamaño 23 x 16, no tiene título ni autor y según las pruebas de carbono 14 practicadas en 2009 se lo ha datado entre 1404 y 1438; la tinta también es coetánea. A partir de algunas de sus ilustraciones se sitúa su origen en el norte de Italia, desde donde habría pasado de mano en mano hasta llegar al emperador Rodolfo II de Bohemia. Luego no se vuelve a saber más con certeza hasta su descubrimiento por Voynich.

Nadie ha podido traducir ese manuscrito porque la lengua que utiliza sencillamente no existe. De ello se deduce que el autor recurrió a algún tipo de método de encriptación especialmente complejo, pues si bien hay quien sugiere que es un lenguaje inventado sin mayor sentido que algunas frases sueltas, lo cierto es que parece cumplir la llamada Ley de Zipf, desconocida en la época en que se escribió: las palabras más cortas siempre son las más utilizadas en todos los idiomas.

El caso es que tampoco se conoce quién lo escribió, aunque no faltan teorías al respecto: se ha propuesto al polígrafo Roger Bacon, al astrólogo de la reina Isabel de Inglaterra I John Dee, al alquimista Edward Kelley (que había inventado el idioma de los ángeles, el enoquiano, para engañar a Dee), al herborista Jacobus Sinapius y varios más, casi todos relacionado de alguna manera con el mundo esotérico, que por entonces equivalía al científico.

Esto queda patente con el contenido en imágenes, que parecen estar dedicadas a temas como la botánica, la herboristería o la farmacopea, no faltando tampoco la astronomía, la astrología y la alquimia. Sin embargo muchos de las plantas que aparecen son irreconocibles, uniéndose así en rareza a diagramas, signos y escenas de polémica interpretación (puestos a interpretar incluso hay quien ve algún capítulo tratando la energía atómica). Pero es que el códice Voynich continúa siendo un enigma excepto para aquellos que opinan que no se trata más que de un fraude creado por el propio Voynich, que nunca quiso aclarar las circunstancias de su hallazgo, o por algún gracioso del siglo XV; hay quien ha apuntado al mismo Leonardo da Vinci, como Edith Sherwood, pero nadie parece haber dicho la palabra definitiva.

Foto: Wikimedia

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