Casas curiosas Praga

Praga es una de esas ciudades llenas de edificios fascinantes que, lamentablemente, suelen pasar desapercibidos ante el tirón turístico de los más populares. Por supuesto, la mayoría trascienden su mera apariencia y tienen detrás una historia o una leyenda curiosas que la refrendan y la potencian. Vamos a ver algunos, ordenados por barrios para facilitar las cosas.

En el sentido de las agujas del reloj y empezando por el entorno del Castillo, en la esquina de la calle Nový Svêt hay una modesta casita que era la vivienda de Tycho Brahe. La fama se la ha llevado Kepler pero éste fue invitado a la corte de Rodolfo II por iniciativa suya y le sucedió en el cargo de astrónomo y matemático imperial. Tycho, que tenía muy mal carácter, usaba una nariz artificial de cobre dorado porque había perdido la suya de una estocada durante un duelo de juventud; esa prótesis, que se colocaba con una especie de pegamento, como las dentaduras postizas, permitió corroborar su identidad cuando se exhumaron sus restos, que hoy descansan junto al altar mayor de la iglesia de Týn. Su fallecimiento hace juego con su pintoresco aspecto facial: se cuenta que le mató una insuficiencia renal causada por aguantarse excesivamente las ganas de orinar durante una cena con el emperador; a veces el protocolo puede perjudicar gravemente la salud.

Casas curiosas de Praga

En la misma zona se puede ver el Palacio Martinic, donde residía el virrey imperial defenestrado en 1618, del que ya hablamos en un post anterior. También se puede localizar un edificio que en la película Amadeus hizo las veces de hogar de Mozart, el músico preferido de los checos -después de Smetana y Dvorak- porque eligió la capital para estrenar Las bodas de Fígaro y Don Giovanni.

Casas curiosas de Praga

Siguiendo la ruta hacia el sur llegamos a la Ciudad Nueva que, en realidad, no lo es tanto. De nuevo aparecen historias del más allá, como la que da nombre a la Casa Fausto, una mansión de la plaza Karlova donde se dice que habitaron auténticos alquimistas en busca de la transmutación de los metales en oro, por lo que quedó asociada al mito narrado por Goethe. En realidad era otra pero, tras su demolición, le adjudicaron los hechos a ésta.

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Por último, saltamos unos cuantos siglos y llegamos al año 1996. Justo a la entrada del puente Jirásek, que cruza el Moldava hacia el barrio de Malá Strana, el arquitecto Frank Gehry, autor del Guggenheim bilbaíno, cubrió un solar vacío desde la Segunda Guerra Mundial con un peculiar edificio de dos cuerpos que parecen estar en movimiento. Por eso se llama la Casa que baila, aunque los pragueses se refieren a él como Ginger y Fred.

Una recomendación, de todas formas: por Praga conviene pasear mirando continuamente las fachadas de los edificios. En general son todos bellísimos y no es raro descubrir detalles curiosos como una estatua, un artístico farol de hierro forjado, una campana de piedra, relieves con representaciones animales, etc. Puede deberse a simple decoración, a representación de algún antiguo gremio o a una forma de identificar la calle en tiempos en los que no se les ponía nombre.

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