La batalla de Leipzig, disputada en 1813 y en la que Napoleón fue derrotado, teniendo que regresar a Francia para abdicar poco después, es conocida como la Batalla de las Naciones porque en ella participaron fuerzas de diecisiete países. Pero en la Antigüedad también hubo una Batalla de las Naciones: la que enfrentó a los romanos y sus aliados (latinos, picenos, lucanos, campanos, marsos, pelignos, vestinos y marrucinos) con la coalición que formaban samnitas, etruscos, umbros y senones. Fue la batalla de Sentino e, igual que el napoleónico fue el enfrentamiento de mayores dimensiones de su tiempo, debiendo esperar a la Primera Guerra Mundial para encontrar uno a esa escala.

La batalla de Sentino implicó a una cantidad formidable de combatientes. No es fácil determinar con seguridad cuántos, ya que la exageración era habitual en las crónicas de entonces, pero los historiadores actuales calculan que el número total debió situarse entre ochenta y cien mil hombres, aproximadamente unos cuarenta o cincuenta mil por cada bando. Se sabe porque Roma envió cuatro legiones y otras tantas alae sociorum (unidades militares integradas en los ejércitos romanos y formadas por soldados provenientes de los pueblos itálicos aliados), presentando sus enemigos una cantidad similar de guerreros, aunque algunos -etruscos y umbríos- no llegaron a entrar en lid, de ahí las dudas.

Sentino es el antiguo Sentinum, una ciudad situada más o menos a un kilómetro de la actual Sassoferrato, en Las Marcas; se trata ésta de una región costera del este italiano, bañada por el Adriático y limitada al oeste por los Apeninos, siendo Ancona su capital. De hecho, todavía se conservan las ruinas arqueológicas del foro, las termas, viviendas y una calzada, habiéndose encontrado en ellas varios pavimentos de mosaico, algunas piezas escultóricas y tres importantes tabulae patronatus (registros de nombramientos legales de mecenas).

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La península itálica hacia el año 400 a.C. Crédito: Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Era una urbe de origen umbro (un pueblo itálico de Umbría, región central de Italia), aunque a partir del 490 a.C. pasó a manos de los senones, rama de un pueblo galo que cruzó los Alpes hacia el 400 a.C. y se asentó en el litoral oriental antes de desplazar a los umbros. La ubicación de Sentinum le otorgaba gran valor estratégico para controlar la confluencia de caminos entre el interior peninsular y el mar. Sin embargo, la batalla implicó más factores porque basta con ver la fecha en que tuvo lugar, un día indeterminado de abril del 295 a.C., para darse cuenta de que se enmarca en el contexto de la Tercera Guerra Samnita.

Ya hemos hablado de los samnitas en otros artículos. Fueron protagonistas de una serie de conflictos armados que enfrentaron a los habitantes del Samnio (región centro-meridional situada al sur del Lacio) con una República Romana que acababa de iniciar su expansión para hacerse con esa parte de la península italiana. La primera guerra (343 a. C.-el 341 a. C.) se cerró en falso con un acuerdo entre los dos bandos que perjudicaba a terceros, la Liga Latina, y llevó al estallido de la segunda (326 a. C.-304 a. C.), motivada por el apoyo de Roma a Nápoles, que los samnitas tenían sitiada. La victoria romana dejó en su poder toda la Campania.

Pero tampoco así se mantuvo la paz mucho tiempo. En el 299 a.C. muchas tribus transalpinas estaban emigrando y los senones, temiendo sufrir lo que ellos habían hecho a los umbros, las convencieron para atacar a los romanos, bien para obtener botín, bien para quedarse con sus tierras; así lo hicieron y hasta consiguieron la alianza de los etruscos. Sin embargo, pese a obtener la victoria, el reparto de lo conseguido les llevó a enfrentamientos internos arruinando su posición. Las cosas cambiaron en el 295 a.C., cuando el líder samnita, Gelio Egnacio, perteneciente al clan varriano, impulsó la creación de una gran coalición de cuatro pueblos contra Roma.

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Área arqueológica de Sentino; zona de las termas. Crédito: FAM1885 / Wikimedia Commons

Llevaban en guerra contra ellos desde el 298 a.C. Una tercera guerra que empezó cuando Lucania pidió auxilio a los romanos ante los ataques del Samnio, que pasó a sufrir una campaña en su propio territorio dirigida por los cónsules Publio Decio Mus y Quinto Fabio Máximo Ruliano. Éstos se impusieron en las batallas de Tiferno y Benevento, conquistando Cimetra y campando a sus anchas durante cuatro meses, lo que les valió ser nombrados procónsules y ampliar así su mandato seis meses. El ejército samnita tuvo que desplazarse a Etruria y fue allí donde Gelio Egnacio propuso una alianza, a la que se sumaron los umbros y los galos senones.

Otro pueblo, el piceno, prefirió mantenerse al margen porque parte de su territorio septentrional había sido invadido por los senones en el siglo IV a.C., razón por la que entró en la órbita de Roma y experimentó un proceso de romanización progresiva. En realidad los picenos no fueron imparciales sino que se unieron a la república para el conflicto buscando protección para su economía, basada en el comercio marítimo. Las cartas estaban echadas y las dos fuerzas contendientes se dispusieron a enfrentarse. Los romanos nunca habían tenido delante a un enemigo tan numeroso, de ahí que se optara por reelegir a Máximo Ruliano y Decio Mus para el consulado.

Cuando los cónsules se fueron para su toma de posesión, los senones atacaron por sorpresa a una de las legiones que dejaron atrás, la mandada por el general Lucio Cornelio Escipión Barbato, aprovechando que la tropa estaba ocupada en construir el campamento. Causaron tal masacre que Ruliano y Mus tuvieron que regresar apresuradamente, alarmados al ver galopar a jinetes galos con cabezas de legionarios colgando de los caballos. Otra versión dice que la matanza sólo afectó a una partida de exploradores, aunque Tito Livio se inclina por la anterior. El caso es que resultaba necesario reducir el volumen del ejército enemigo, misión encargada al cónsul saliente, Lucio Volumnio Flamma Violens.

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Mapa de la Tercera Guerra Samnita. Crédito: ColdEel & Ahenobarbus / Wikimedia Commons

Volumnio se dirigió al Samnio con dos legiones con ese objetivo y el de impedir el envío de refuerzos a Etruria (su compañero Apio Claudio Ceco tuvo que retirarse tras sufrir varios reveses), obligando al enemigo a mantener efectivos en su propia tierra. Y es que las fuentes hablan de un millón de hombres, cifra que el propio Tito Livio considera exagerada; Paulo Orosio la rebajó a casi doscientos mil, pero hoy se cree que serían unos cincuenta mil, según se deduce de cierto temor que manifestaron los cónsules ante el choque incluso sin etruscos ni umbros -como veremos- y en parte también porque se rumoreaba que la coalición había contratado un gran contingente de mercenarios galos.

Enfrente, la inmensa mayoría de los soldados de Ruliano y Mus eran aliados itálicos (latinos, picenos, lucanos, campanos, marsos, pelignos, vestinos y marrucinos) que, de todas maneras, estaban en ligera inferioridad numérica ante el adversario. Contaban con cuatro legiones y las mencionadas alae sociorum; entre infantería y caballería habría un total de cuarenta mil hombres, equivalente a dos ejércitos consulares, la mayor fuerza romana reunida hasta entonces. Aparte estaban las tropas del citado Flamma Violens y dos cuerpos de reserva acantonados cerca de Roma, dirigidos por dos propretores que tenían la misión de proteger la ciudad.

Etruscos, umbros, samnitas, senones y umbros cruzaron los Apeninos y se acercaron a Sentinum. Su plan era que los dos últimos se enfrentaran al enemigo en batalla campal mientras los otros dos asaltaban su campamento. Pero Ruliano se enteró gracias a un desertor y organizó la reseñada incursión de distracción por Etruria que, efectivamente, tuvo éxito porque el ejército etrusco partió para defender su hogar; fue derrotado por el propretor Cneo Fulvio, por lo que no pudo regresar a Sentinum, donde los bandos contendientes pasaron dos días estudiándose sin que ninguno se decidiera a tomar la iniciativa.

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Pueblos del centro de la península itálica, en la región del Samnio. Crédito: Sayatek / Wikimedia Commons

Finalmente fueron los legionarios romanos los que, llevados por su ardor guerrero, lanzaron el ataque. Según la leyenda, se debió a que de pronto cruzó el campo un lobo persiguiendo a un ciervo herido, tomando éste la dirección del ejército coaligado mientras que la fiera lo hacía hacia las filas romanas, lo que se interpretó como un buen augurio porque el lobo era un animal asociado a Marte, el dios de la guerra. Desatadas las hostilidades, Ruliano, al frente de las legiones I y III, marchó contra los samnitas, situados en el flanco derecho, mientras Mus, con la V y la VI, hacía otro tanto contra los senones, que ocupaban el izquierdo.

Los samnitas tenían un estilo de lucha muy agresivo en el que cargaban con todas sus fuerzas al principio buscando apabullar al contrario y forzar su retirada. Si se era capaz de contenerlos, ese ímpetu iba bajando y por eso Ruliano, un veterano, se mantuvo a la defensiva limitándose a contener al enemigo esperando su momento. Y eso fue lo que terminó ocurriendo: el cónsul pasó entonces a la ofensiva, envolviendo su caballería a los samnitas mientras los legionarios atacaban de frente y acababan por dispersarlos más allá de las líneas en las que entretanto combatían los senones con Mus. Éste, con menos experiencia que su compañero, cargó con sus jinetes desde el primer momento e hizo retroceder al adversario… que finalmente se rehizo y contratacó con carros poniéndole en serios aprietos.

La situación se volvió tan deseperada que Mus, imitando lo que había hecho su padre en la batalla del Vesubio (340 a.C.), realizó una devotio (un juramento a los dioses en el que les ofrecía su vida a cambio de la victoria) y se lanzó a un ataque suicida: «Espoleó a su caballo hacia donde vio que las filas de los galos eran más compactas y halló la muerte ofreciendo su cuerpo a las flechas enemigas» cuenta Tito Livio. Su inmolación revitalizó al ala izquierda romana, que reforzada con efectivos enviados por Ruliano y animada por un pontífice que les gritaba augurios de triunfo, se impuso a los senones.

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La muerte del cónsul Decio Mus, obra de Rubens. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Los galos, superados por todas partes, tuvieron que adoptar un testudo con sus escudos ante la lluvia de jabalinas que recibieron. Cuando Ruliano desbarató definitivamente lo que quedaba de resistencia samnita, acorralada contra la puerta de su propio campamento, envió la caballería e infantería contra los senones. Medio millar de lanceros campanos los sorprendieron por la espalda cortándoles la retirada y volviendo desesperada su posición, ya que resultaba difícil defenderse con los escudos por todos lados. Y así, ante aquella combinación de fuerzas, perdieron la batalla.

El eco de aquel acontecimiento decisivo recorrió el Mediterráneo y fue recogido hasta por el historiador griego Duris de Samos. Decimos decisivo porque la victoria romana supuso la desintegración de la coalición: senones, etruscos y umbros se retiraron de la guerra, para alegría de los picenos. Los dos primeros intentarían una nueva guerra en el 282 a.C. ayudados por lucanos, brucios y samnitas, pero volvería a salirles mal y Manio Curio Dentato los aplastó para siempre y expulsó a los que sobrevivieron. Para entonces, los picenos ya se habían percatado de que su poderoso aliado iba a absorberlos sin remedio, privándolos de independencia y romanizando su cultura.

Volviendo a la batalla de Sentino, cuenta Tito Livio que «ese día veinticinco mil enemigos murieron y ocho mil fueron hechos prisioneros»; Orosio eleva la cifra de bajas a cuarenta mil y Diodoro de Sicilia a cien mil (aunque incluyendo los de otras batallas libradas por Ruliano en esa guerra). Respecto a los caídos romanos, Livio los calcula en siete mil por parte de Mus -él incluido, como vimos- y mil setecientos entre los de Ruliano. Aun así los samnitas, que perdieron a Gelio Egnacio en combate, continuaron resistiendo tenazmente en su territorio y todavía obtendrían alguna alegría.

Ahora bien, Roma fundó en Apulia una colonia, Venusia, desde la que podía mantener el Samnio bajo control sin arriesgar tanto. Y como los samnitas se habían quedado solos su destino estaba sellado; en el 290 a.C., no les quedó más remedio que capitular y aceptar someterse, debiendo aportar tropas a las contiendas que librasen los romanos y terminando, como los picenos, absorbidos culturalmente. Porque Roma había afianzado ya su hegemonía en el centro de Italia.



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