Se equivoca quien crea que las disputas sobre ortodoxia religiosa y herejías fueron exclusivas del cristianismo. Se trata de algo consustancial a casi cualquier fe y un buen ejemplo de ello lo podemos ver incluso en una tan poco conocida como el zoroastrismo. En su seno surgió en el siglo VI un peculiar profeta llamado Mazdak, al que a veces se considera un protosocialista y se compara con Marx por sus prédicas contra la opresión que ejercía el clero sasánida sobre los menos favorecidos y su posición a favor del libre albedrío, el anticlericalismo, el pacifismo y el amor libre, entre otras propuestas sociales. Por todo ello fue perseguido y ejecutado junto a sus miles de seguidores.

El zoroastrismo era una religión que debe su nombre a Zoroastro (o Zaratustra), filósofo y líder espiritual persa que vivió en un período incierto entre los siglos VII y VI a.C. y asentó el culto a Ahura Mazda, divinidad del cielo sin imagen concreta y cabeza de los Amesha Spenta (seis principios mentales, ordenadores de la creación, que ayudan al Hombre a progresar) que se oponía a Angra Maiyu, el concepto del mal, el cual se manifestaba en los Daeva. Por eso el zoroastrismo, que existía al menos desde el siglo XVI a.C., también se denomina mazdeísmo y por eso se extendió por una amplia región que abarcaba Oriente Medio y Asia, controlada por el Imperio Sasánida.

Como se puede deducir, esa visión de un dios único y omnipotente que se sobrepone al mal ejerció una indudable influencia sobre credos posteriores como el judío, el islámico y el cristiano. Al igual que en ellos, había textos (el Avesta), monoteísmo, libre elección moral, igualdad, caridad, un juicio final, una resurrección, un futuro de recompensas y castigos ultraterrenos en paraíso e infierno, entre otras cosas. Pero a diferencia de las religiones abrahámicas, resultaba menos rigorista en sus planteamientos doctrinales, resumibles en cuatro pilares básicos que eran veracidad, austeridad, pureza y misericordia; o, si se prefiere, el triple principio de tener buenos pensamientos, pronunciar buenas palabras y realizar buenas obras.

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Zoroastro en un detalle de la obra La Escuela de Atenas, de Rafael. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

En realidad, habría dos ramas con pequeñas diferencias dogmáticas determinadas por su zona geográfica de influencia, cultura e idioma. Por un lado estaban los practicantes iranios y por otro los parsis (iranios establecidos en la India), aunque mantenían buena relación y apenas discrepaban en que los primeros defendían el proselitismo y la conversión de neófitos mientras que los segundos se negaban a admitirlos. Ahora bien, era una fe ordenada y contaba con una estructura clerical, lo que inevitablemente implicaba la exigencia de fidelidad a una ortodoxia. Y entonces apareció Mazdak.

No se sabe gran cosa sobre él fuera del ámbito espiritual. Ignoramos dónde y cuando nació y sólo sabemos que se trataba de un mobad, es decir, un sacerdote superior zoroastriano (había un nivel inferior, el de los herbad, una especie de asistentes); como tal, tenía autoridad para predicar, oficiar ceremonias recitando la Yasna (la principal colección litúrgica del Aveda) y formar a otros sacerdotes. Mazdak entró en la Historia durante el mandato de Kavad I, que reinó del 488 al 536 d.C. En aquel tiempo, el Imperio Sasánida vivía momentos turbulentos y su gobernante se iba a apoyar en el nuevo profeta para afianzar su inestable posición.

Los heftalitas o hunos blancos habían invadido el imperio, obligando al emperador Peroz I a entregarle a su hermano Kavad como rehén. Dos años estuvo así, hasta que Peroz falleció y pudo regresar para reclamar el trono ayudado, irónicamente, por sus captores. La sucesión había recaído en su tío Balash, pero éste resultó impopular y terminó cegado y expulsado gracias a la intervención de la nobleza. Ahora bien, el poder que ésta ostentaba era una espada de Damocles sobre el nuevo mandatario, dispuesto a deshacerse de ella como fuera. La adopción del mazdekismo fue una las vías para ello.

Mientras que Peroz había desarrollado una política religiosa intransigente, persiguiendo el cristianismo -salvo la rama nestoriana- para asegurar la preeminencia del zoroastrismo (que había cambiado bastante desde su origen en época aqueménida), Kavad se alió con Mazdak porque su doctrina abogaba por el reparto de la riqueza entre los pobres, lo que le granjeaba el apoyo del pueblo y le permitía cortar las alas a los nobles. En efecto, el nuevo profeta llevaba un tiempo predicando una versión alternativa del zoroastrismo, mucho más libre y pura, que según algunos expertos podría haber recibido influencias externas.

En ese sentido se habla de la que habrían ejercido los maniqueos (cuyo culto, originario también de Persia y en cierto modo rival del zoroastrismo y del cristianismo, establecía un conflicto entre la Luz y la Oscuridad), los carpocracianos (seguidores del filósofo gnóstico griego Carpócrates, quien combinó cristianismo y platonismo en la búsqueda de la unión con la divinidad y decía que el mundo era una creación de ángeles caídos) y hasta Platón (más concretamente, su propuestas en la República, que también influyeron en el maniqueísmo y, como vimos, el carpocratismo).

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Relieve de Persépolis representando el Faravahar, el símbolo del zoroastrismo. Crédito: Napishtim / Wikimedia Commons

Mazdak no era del todo original. No sólo por ese influjo recibido sino porque en el siglo VI consta la existencia de otro mobed llamado Zardust (o Zaradust Kurragen, al que no hay que confundir con Zaratustra), al que algunos consideran maestro suyo; de hecho, incluso se refieren a él como Mazdak el Viejo. Fundó una secta llamada Dorostdini que seguía el mazdeísmo, pero aportaba novedades como resaltar la importancia de la sabiduría sobre las leyes o los rituales litúrgicos y a preconizar el disfrute de los placeres de la vida siempre que se orienten hacia el bien y no causaran daño a otros, lo que ha llevado a suponerle una relación con el epicureísmo.

Recopilando todo eso, Mazdak elaboró una doctrina zoroatrista que establecía una cosmología dual con dos principios: el de la Luz, benigno, caracterizado por los buenos sentimientos y el libre albedrío, y el de la Oscuridad, maligno, caótico y sujeto al azar, que en algún momento se mezclaron y volvieron todo impuro excepto a Ahura Mazda. Para los maniqueos, que ya vimos que tenían un planteamiento similar, era una situación negativa, pero los mazdakistas la veían de forma neutral o incluso optimista porque incitaba al Hombre a seguir una buena conducta para auto liberarse en su búsqueda de la Luz.

En ese proceso, se distinguían tres elementos principales, fuego, agua y tierra, así como cuatro poderes o potencias, discernimiento, entendimiento, autoconservación y alegría. Estos últimos se correspondían con los cuatro poderes del Imperio Sasánida: el Mobed o líder del poder religioso; el Herbad, que sería un monarca justo; el Comandante del Ejército; y el Maestro del Entretenimiento o de las Artes Liberales. Añadía siete Visires y doce Fuerzas Espirituales. Era ideal la fusión de todos ellos en una sola persona, bajo cuyo gobierno sabio ya no sería necesario el culto ritual habitual porque sería el receptor de los secretos que revela la divinidad.

Asimismo, resultaba perentorio que todos tuvieran acceso a ese conocimiento o al proceso para llegar a él, lo cual popularizaría la fe entre todos al margen de su condición socioeconómica. Para ello los rituales litúrgicos, al igual que la rigurosidad del clero y el estado, constituían más un estorbo que una herramienta, puesto que se trataba de alcanzar la comunión con el universo de forma personal y la imposición autoritaria resultaba contraproducente al incidir sobre todo entre el campesinado y los menos acomodados. Al fin y al cabo, decía Mazdak, Dios había creado los medios de subsistencia para todos, no sólo para los privilegiados, que habrían asumido esa condición haciendo un mal uso del libre albedrío.

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Plato sasánida de plata con la efigie de Kavad I. Crédito: Metropolitan Museum of Art / Wikimedia Commons

Por tanto, había que volver al camino correcto derrotando a los demonios encarnados en los cinco pecados fundamentales (envidia, venganza, cólera, necesidad y codicia) redistribuyendo los excedentes o declarando los bienes privados propiedad común, de acuerdo con los principios de justicia e igualdad. Por eso no han faltado autores que lo consideran un precedente del comunismo, como veremos más adelante, aunque su revolución debía llevarse a cabo sin violencia. Y por eso también el mazdakismo se granjeó el recelo de las clases altas y la jerarquía religiosa, cuyo estatus peligraba si continuaba difundiéndose tan peligroso mensaje.

La chispa que terminó por encender la situación fue la defensa del amor libre. Para Mazdak, el matrimonio era una formalidad prescindible que se usaba para incrementar la opresión y que iba en contra tanto del derecho a la libertad individual (tanto para elegir pareja, pues las bodas se pactaban entre las familias, como para separarse si no se llevaban bien) como de la igualdad (ya que la mujer, relegada a una posición inferior, se convertía en mera mercancía). Probablemente Mazdak no quería más que criticar la poligamia, una costumbre frecuente entre los acomodados, pero los opositores al mazdakismo lo interpretaron de forma retorcida, proclamando que se estaba incentivando la promiscuidad al fomentar el intercambio de mujeres.

Por otra parte, el mazdakismo había reunido ya a un buen número de seguidores -unos trescientos mil, aunque muy localizados geográficamente-, en parte gracias al favor que les dispensaba el emperador Kavad I -de quien se dice que también se convirtió-, lo que permitió que se acometieran algunas reformas sociales como la implantación de un sistema comunitario agrícola (era el estado quien repartía el cereal entre los pobres), el anticlericalismo o el aceptar la negativa a ser reclutado para el ejército (porque el credo mazdakista era pacifista).

Lo malo fue que también mandó cerrar la mayoría de los templos zoroastristas, despojando a sus sacerdotes de funciones y propiedades. Éstos acudieron a los nobles y los convencieron de que los siguientes en perder sus privilegios sociales, económicos y políticos serían ellos. El primer paso fue alentar el desorden ciudadano, de modo que se pusiera de manifiesto el caos al que teóricamente abocaba el nuevo credo. A continuación, en el año 496, Kavad I fue derrocado en un golpe palaciego. Su pérdida apenas duró tres años, ya que se refugió con sus antiguos amigos heftalitas, quienes le ayudaron a recuperar el trono.

No obstante, había captado el mensaje y decidió no seguir sosteniendo a Mazdak al no resultarle útil ya. La nobleza se empleó entonces a fondo para organizar una feroz persecución contra él y sus adeptos. No se sabe exactamente en qué región se tendían a concentrar éstos, pero sí que entre el 524 y el 528 un militar llamado Anushiravan inició una campaña contra ellos que terminó en una masacre. Según algunas fuentes, Mazdak fue declarado hereje y ejecutado por asaetamiento mientras colgaba boca abajo después de que lo obligaran a contemplar cómo tres mil de sus fieles eran enterrados vivos de cabeza, con los pies aflorando sobre la tierra, emulando un macabro jardín humano.

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La ejecución de Mazdak en una ilustración de una ersión dieciochesca del poema épico Shahnameh. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Dicen que decenas de miles de mazdakistas perdieron la vida en aquella sanguinaria purga, desde líderes políticos a meros creyentes. La propiedad de la tierra se repartió entre los nobles, a quienes se concedió autoridad sobre todas las actividades económicas a la par que se restituía la religión zoroastrista con sus templos y su jerarquía clerical. En el plano moral, se proscribió totalmente la libertad mediante el dictado de un severo reglamento que regiría a los habitantes del imperio en lo social y en lo espiritual. El fuego que representaba simbólicamente a Ahura Mazda volvió a crepitar, pues.

Algunos mazdakistas lograron escapar y establecerse en lugares remotos de las montañas, manteniendo su culto incluso después de la expansión musulmana, si bien con incorporación de nuevos elementos doctrinales que algunos investigadores vinculan al chiísmo. En el siglo VIII d.C. surgió la secta kurramita (o jurramita), también de ideario igualitarista, que sería deudora de la doctrina de Mazdak aunque acabó aplastada por al Califato Abbásida tras dos décadas de resistencia. Es posible que corrientes disidentes del islam como las de los cármatas o los batiniya se inspirasen también en aquel precedente; de hecho, el término «mazdakista» se sigue empleando peyorativamente en Irán para referirse a quien defiende ideas igualitarias.

Cabe señalar la posibilidad, apuntada por algunos historiadores, de que Mazdak no fuera una figura histórica sino un personaje creado específicamente para exculpar a Kavad I. Por ejemplo, Procopio y Josué el Estilita no reseñan ninguna relación entre ambos y las referencias hacia el profeta son posteriores, aparecidas en obras como Bundahishn (una especie de enciclopedia del zoroastrismo reunida entre los siglos VIII y IX), el Denkard (un compendio del siglo X sobre creencias y costumbres zoroastristas) y el Zand-i Wahman yasn (texto zoroástrico apocalíptico del que la copia más antigua conservada data del año 1400 aproximadamente).

El historiador persa al-Tabari, que vivió a caballo entre los siglos IX y X, sí recoge la existencia de Mazdak pero, al igual que otras obras de época islámica, se hace eco de la tradición oral en la que se le culpaba de alterar el orden social, tal cual había pasado con otros como Gaumata (un mago medo que, según la inscripción de Behistún, sublevó a Media contra Cambises II) o Wahnam (aristócrata iraní que colocó en el trono a Bahram III hasta que la debilidad de éste impulsó al príncipe Narseh a dar un golpe de estado), considerados villanos clásicos de la historia de Persia.

Según esa línea historiográfica tardía, Mazdak y sus seguidores también encajarían en esa categoría. Es más, una tradición judía da una versión diferente sobre su final al narrar que, en la Babilonia del año 495 d.C., el exilarca (cargo equivalente al de líder de la comunidad judía mesopotámica en tiempos califales, hasta la invasión mongola de 1258) Mar-Zutra II encabezó una rebelión contra Kavad II después de que éste les negara el derecho a organizar una milicia propia. Aprovechando el estado de caos que se vivía por la inversión de valores instaurada por los mazdakistas, los derrotó y fundó un reino judío independiente en Mahoza que se mantuvo siete años, hasta el 502.

Es interesante mencionar un epílogo reciente. Muhammad Iqbal, un filósofo, poeta y político paquistaní que defendía el renacimiento de la civilización islámica en una obra titulada La reconstrucción del pensamiento religioso en el islam e inspiró el Movimiento de Pakistán (que abogaba por la creación de un estado islámico en el Raj británico), definió a Karl Marx como una encarnación moderna de Mazdak. En su poema Iblees Ki Majlis-e-Shura («El Parlamento de Satanás») estableció un paralelismo entre el pensamiento de ambos sobre cuestiones como la redistribución de la riqueza, la postergación de la liturgia religiosa y el amor libre.

Esos versos fueron escritos en 1936, cuando la Revolución Rusa empezaba a asentarse. Pero Iqbal ya había empezado a tratar el tema en 1908, al presentar en la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich su tesis doctoral El desarrollo de la metafísica en Persia, que abarcaba un largo período cronológico desde Zoroastro hasta el advenimiento del bahaísmo y la anatomía metafísica; una obra pionera, pues en Occidente nunca se había investigado el tema con anterioridad.



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