Seguro que los operarios que en 1623 estaban excavando en el entorno de la basílica de San Saturnino, en Cagliari (Cerdeña), se llevaron un buen susto cuando encontraron una tumba con unos huesos cuya lápida indicaba que allí estaba enterrado Lucifer. O quizá no supieran leer. En cualquier caso cabe suponer que el obispo Francisco de Esquivel, que era español y el promotor de los trabajos, les aclararía que el difunto no era el demonio -al menos no como ellos imaginarían- sino todo un santo católico, tan furibundo en la defensa del catolicismo ante la herejía arriana que terminó chocando con la Iglesia y fundando su propia secta, la luciferiana.

Francisco de Esquivel era natural de Vitoria, donde había nacido en 1550 en el seno de una familia acomodada que le proporcionó una educación universitaria: en 1584 se licenció en Derecho Civil y Eclesiástico por la Universidad del Espíritu Santo, en Oñate (Guipúzcoa), de la que pasó a ser profesor antes de que luego asumiera los cargos de vicario general y judicial de la diócesis de Ciudad Rodrigo y, en 1595, fuera nombrado inquisidor en Mallorca. Su buen hacer hizo que una década más tarde el papa Pablo V, que mantenía buena relación con España porque había sido legado pontificio ante el rey Felipe II, le confiara el obispado de Cagliari.

En la isla mediterránea puso orden en el algo relajado clero local, convocó dos sínodos, fundó la universidad insular y un seminario… Pero su labor más intensa fue la de buscar reliquias de santos en tensa rivalidad con el arzobispo de Sassari, que acababa de hallar las de Gavino, Proto y Gianuario, martirizados durante la persecución de Diocleciano. Esquivel terminó por ganarle aquel curioso pulso encontrando un buen puñado de reliquias para las que reservó una cripta de la catedral de Santa María de Cagliari. La llamó Santuario de los Mártires y allí depositó los restos de Cesello, Camerino, Lussorio, Saturnino (que pasaría a ser patrón de la ciudad), así como los del que nos ocupa en este artículo.

Lucifer santo católico
San Lucifer está enterrado en esta capilla que lleva su nombre, en el Santuario de los Mártires (cripta) de la catedral de Santa Maria (Cagliari). Crédito: Sailko / Wikimedia Commons

De Lucifer (o Lucifero) se ignoran el lugar ni la fecha de nacimiento, calculándose ésta hacia el 290 d.C. De hecho, carecemos de datos sobre su vida hasta que aparece en la Historia en el 354, cuando ya era obispo de Cagliari, como enviado del papa Liberio ante Constancio II para solicitar la convocatoria de un concilio para defender a Atanasio de Alejandría de la petición de condena que hacían los arrianos a los obispos occidentales. El teólogo Arrio proponía que Jesús tenía sólo naturaleza humana y no divina, al haber sido creado por Dios, algo condenado en el Concilio de Nicea del 325. Pero el emperador tenía simpatías por el arrianismo y con él muchos obispos, así que Atanasio, que se negaba a admitirlo, fue acusado de hereje.

El Concilio de Arlés del 353 ratificó esa condena a despecho de voces discordantes como la de Lucifer o la de su amigo Eusebio de Vercelli, que insitieron en sus protestas y, como vimos, el Sumo Pontífice les permitió convencer a Constancio II para convocar un nuevo concilio donde dirimir la cuestión de una vez. Se celebró en Milán en el 355 y se estrellaron ante la decisión imperial de validar la caída en desgracia de Atanasio, que tuvo que marchar al exilio. Lucifer, que se negó a firmar el acta, fue recluido durante tres días en palacio y finalmente desterrado, al igual que otros disconformes como el mencionado Eusebio, Dionisio de Milán, Hilario de Poitiers, Osio de Córdoba y hasta el propio papa Liberio.

Su primer destino fue Germanicia Cesarea, la actual ciudad turca de Kahramanmaraş, acogido por Eudosio de Antioquía, quien después sería futuro arzobispo de Constantinopla y abrazaría, irónicamente, el arrianismo. Desde allí Lucifer pasó a Palestina, estableciendose un tiempo en Eleutherópolis (la actual Beit Jibrin israelí) para escribir Ad Constanetium Augustum pro Sancto Athanasio Libri II, una obra en la que defendía su opinión en un tono acorde a su fuerte temperamento. A continuación viajó a Tebas, Egipto, desde donde envió numerosas cartas al emperador reafirmándose en su fe y manifestándose dispuesto al martirio.

No hizo falta llegar a tanto porque pudo regresar, como todos los exiliados, gracias a que Constancio II falleció en el 362 y a que, aunque le sucedió Juliano II el Apóstata, apenas gobernó un par de años antes de morir combatiendo a los partos. El trono recayó en Joviano, que abolió todas las disposiciones propaganas de su predecesor, reinstauró el cristianismo y favoreció de nuevo el catolicismo, absolviendo a Atanasio y devolviéndole su sede archiepiscopal. Éste, en un concilio celebrado en Alejandría en el 362, se mostró dispuesto a acercar posturas con los arrianos y a perdonar a los arrepentidos para evitar cismas. Sin embargo, Lucifer se opuso; para él apostasía y herejía eran igual de graves, una amenaza contra la religión y la Iglesia.

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Iglesia de San Lucifero, en Cagliari. Crédito: Gianni Careddu / Wikimedia Commons

Por eso no quiso ir personalmente a Alejandría -envió a unos diáconos en su lugar- y prefirió viajar a Antioquía, donde ordenó obispo al diácono Paulino, líder de los eustacianos, fieles a la ortodoxia nicena, frente a los conciliadores que representaba el obispo Melecio, un exarriano. Como no tenía autoridad para llevar a cabo ese nombramiento, Eusebio de Vercelli intentó mediar; pero resultó un esfuerzo inútil ante el empecinamiento de su antiguo compañero, rompiéndose así la amistad que les unía. El testarudo Lucifer regresó entonces a Cagliari, dispuesto a no aceptar las resoluciones que se tomaran en el concilio alejandrino, para él simple irenismo (actitud pacificadora adoptada entre los cristianos de confesiones diferentes para estudiar los problemas que los separan).

Y es que se había decidido restituir los obispados a los arrianos, algo a lo que se opuso radicalmente; también Eusebio, sólo que éste sí aceptaba, al menos, concederles un indulto. A partir de ahí todo se vuelve oscuro. San Agustín, San Jerónimo y San Ambrosio dan a entender en sus obras que fue excomulgado ¿Por qué? Porque, decidido a no ceder ante el arrianismo, reunió a sus seguidores -entre ellos varios obispos que se habían exiliado con él años atrás- y se marchó a su sede episcopal de Cerdeña, donde, antes de fallecer hacia el año 370 -reinando Valentiniano I-, fundó una secta semicismática a cuyos miembros se conoce popularmente como luciferianos.

Decimos «semi» porque a Lucifer nunca se le pudo reprochar que vulnerase ningún dogma, más allá de su terca negativa a aceptar la legitimidad de los arrianos que se arrepintieron y las decisiones del Concilio de Alejandría. Ello no fue óbice para que recibieran duras críticas, como las que les dedicó San Jerónimo en su obra Dial; en ella, refutaba su insistencia en negar el derecho a volver al seno de la Iglesia a los arrianos que admitieran su error -y a los obispos que les escucharon- aduciendo que tenían legitimidad para hacerlo al no haber denunciado el catolicismo sino que únicamente se habían desviado; y añadía, cosa importante, que el concilio así lo entendió.

Los luciferianos se expandieron más allá de su núcleo original insular arraigando especialmente en Hispania, donde su principal seguidor fue Gregorio de Elvira; bien es cierto que nunca fueron numerosos ni tuvieron influencia. Pese a todo, no renunciaron a su objetivo y los más destacados -Hilario, Faustino, Marcelino- enviaron repetidas instancias a los emperadores Teodosio, Valentiniano y Arcadio inistiendo en que San Atanasio, el papa Dionisio I, San Hilario de Poitiers y todos los que defendieron la reconciliación de los arrianos habían traicionado al catolicismo y, en consecuencia, se negaban a tener tratos con ellos. Irónicamente, los visigodos, que profesaban el arrianismo, se establecerían en suelo hispano a mediados del siglo V.

Lucifer santo católico
Relieve con el retrato de San Lucifer en la capilla de San Saturnino del Santuario de los Mártires de Cagliari. Crédito: Sailko / Wikimedia Commons

Llegados a este punto habrá quien se pregunte cómo es posible que un personaje tan recalcitrante como Lucifer llegase a ser considerado santo. El caso es que no es tal, para ser exactos, pues no fue canonizado formalmente sino que fue tomando forma una tradición en ese sentido. Resultaba un tanto incómoda para la Iglesia, que vio cómo algunos obispos luciferianos de Cerdeña escribían a favor de dicha santidad mientras que otros lo hacían en sentido contrario. No le faltaban méritos, pues decíamos que nunca se desvió del dogma católico, al que defendió con rigorismo fanático, en opinión de San Jerónimo, e incluso cismático, en palabras de San Ambrosio.

También que se trataba de un erudito que se manejaba bien tanto en latín como en griego, que escribió una Vita S. Eusebii Vercellensis («Vida de San Eusebio de Vercelli», biografía de su viejo amigo con fama de bien documentada) y otras ocho obras (todas posteriores a su exilio y, con forma de discurso, relativas a esa polémica que marcó su vida). Por todo ello, la Iglesia de Cagliari estableció que se celebrase su festividad el 20 de mayo. La consiguiente polémica llevó a que en 1621 el papa Urbano VIII ordenara a ambas partes guardar silencio sobre el asunto mientras la Santa Sede no tomase una decisión, aunque los bolandistas (una sociedad formada en el siglo XVII por jesuitas y dedicada a la recopilación de datos sobre los santos católicos) opinan que se el pontífice se refería a otro Lucifer martirizado por los vándalos.

El caso es que dos años más tarde aquello todavía coleaba lo suficiente como para que Francisco de Esquivel excavase y encontrase la lápida que comentábamos al principio. La inscripción decía: Hic iacet BM Luciferus Arcepis Callapitanus Primarius Sardine et Corice.ca fl s r me eclesiae que vixit.annis LXXXI.K.Die XX mai. Si se desdoblan enteras las palabras abstraídas sería Hic jacet bonae memoriae Luciferus, Archiepiscopus Callaritanus, Primarius Sardiniae et Corcicae, carissimus filius Sanctae Romanae Ecclesiae, que vixit annis LXXXI, K.Die XX mai, traducible como «Aquí yace Lucifer, de buena memoria, arzobispo callaritano, primado de Cerdeña y Córcega, hijo muy amado de la Santa Iglesia Romana, que vivió 81 años, día 20 de las calendas de mayo».

Las reliquias de Lucifer -probablemente falsas- fueron depositadas en el Santuario de los Mártires, dispuesto ad hoc en la catedral de Santa María de Cagliari. A la entrada de esa cripta se encuentra también la tumba de su descubridor, monseñor Esquivel, que murió al año siguiente de su descubrimiento sin ver atendidas sus peticiones de regresar a España.


FUENTES

Mauro Todde, San Lucifero di Cagliari Vescovo

Antonio Piras, Il simbolo di Nicea Secondo un’a antica versione latina in Lucifero di Cagliari (parc. 18.16-36)

Lamberto de Echeverría, Bernardino Llorca y José Luis Repetto Betes, Lucifero de Cagliari, santo

Wikipedia, Lucifer de Cagliari


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