«Estoy acostumbrado a oír falsedades maliciosas sobre mí… Pero creo que tengo derecho a resentir, a objetar, las declaraciones difamatorias sobre mi perro». Estas palabras las escribió en septiembre de 1944 el cineasta Orson Welles para el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, quien las pronunció en tono sarcástico en un discurso durante la cena de la IBT (International Brotherhood of Teamsters, o sea, Hermandad Internacional de Camioneros) del que se hicieron eco todas las cadenas de radio del país. Se trataba de la respuesta a una campaña de acusación desatada por la oposición en el Congreso y el can en cuestión era Fala, su mascota, un terrier escocés.
Todo partía de un bulo, originado quizá por los problemas que el perro, siendo todavía un travieso cachorro, había causado a los marineros del crucero USS Tuscaloosa en 1940, cuando su amo navegó a bordo para inspeccionar las bases instaladas en las islas caribeñas de Reino Unido y de paso tomarse unas vacaciones. El caso es que cuatro años más tarde Fala volvía a ser protagonista de un incidente naval y esta vez mucho peor: según se dijo, tras una visita a las islas Aleutianas, el presidente se había olvidado allí accidentalmente al animal, ordenando que regresara a buscarlo un destructor de la Armada, con el consiguiente dispendio público.
Aquéllo corrió como la pólvora y antes de que nadie pudiera desmentirlo los congresistas republicanos inquirieron al respecto. Welles, pese a que sólo tenía veintiueve años, ya era un genio consagrado gracias a obras maestras como Ciudadano Kane y El cuarto mandamiento. De reconocida ideología progresista, había colaborado en la campaña electoral de Roosevelt escribiéndole frases e ideas ingeniosas que él denominaba con guasa «discursos menos importantes», pero además conocía muy bien el poder de la radio porque su versión radiofónica de La guerra de los mundos de 1938 desató una oleada de pánico entre los oyentes cuando creyeron que se estaba retransmitiendo una invasión alienígena real.
Así que fue él quien sugirió al presidente afrontar el asunto del perro, un bulo que corrió como la pólvora antes de que nadie pudiera desmentirlo y que llevó a los congresistas republicanos a inquirir al presidente al respecto, adoptando un tono mordaz. Él mismo le escribió las líneas fundamentales y el resultado fue éste:
Estos líderes republicanos no se han conformado con atacarme a mí, a mi esposa y a mis hijos. No, no se conforman con eso, ahora incluyen a mi perrito, Fala. Bueno, claro, no me molestan los ataques, y mi familia no se molesta, pero Fala sí. Saben, Fala es escocés, y como escocés, en cuanto supo que los escritores republicanos de ficción, tanto dentro como fuera del Congreso, habían inventado la historia de que lo había dejado en una isla aleutiana y había enviado un destructor a buscarlo -con un coste para los contribuyentes de dos, tres, ocho o veinte millones de dólares-, su alma escocesa se enfureció. Desde entonces, no ha vuelto a ser el mismo perro.
El sardónico discurso de Rooevelt fue un éxito total, celebrado por la ciudadanía normal e incluso, según dijeron algunos periodistas, los propios congresistas opositores que le habían acusado no pudieron evitar el esbozo de una sonrisa. Lo que probablemente lleve a los lectores a preguntarse por qué merecía Fala tanta atención. La respuesta es que aquella mascota alcanzó una popularidad enorme; no sólo por esta anécdota, pues para entonces el perro tenía ya bastante fama, sino porque su imagen solía aparecer en las noticias, fotografías y reportajes inseparable de su amo.
Era una especie de alter ego canino que compensaba con su energía y viveza la inmovilidad del presidente, que estaba paralítico por haber sufrido el síndrome de Guillain-Barré (trastorno autoinmune que provoca parálisis muscular y nerviosa) en 1921, a los treinta y nueve años. Irónicamente, la verdadera dueña de Fala era Eleanor Roosevelt. Se lo había regalado en 1940 Margaret Daisy Suckley, prima y amiga íntima de su marido, que se dedicaba a la crianza de terriers escoceses y decidió darles uno en noviembre como presente navideño adelantado.
Nacido en abril de ese año, Fala fue adiestrado por Margaret con algunas órdenes básicas -sentarse, saltar, alzarse y hasta esbozar una especie de sonrisa que pronto se haría viral- y bautizado con el nombre de Big Boy, aunque a Franklin debió de parecerle muy burdo y se lo cambió, con bastante sorna, por Murray, the Outlaw of Falahil (Murray, el Forajido de Falahil), alusivo a un antepasado escocés originario de Falahill (una villa de las Scottish Borders, en el sur de Escocia). Fala fue, pues, una abreviatura para el apelativo del que se convirtió en nuevo inquilino de la Casa Blanca, donde los Roosevelt llevaban instalados desde 1933.
No tardó en protagonizar su primer incidente. Apenas llevaba allí tres semanas cuando tuvo que ser ingresado en una clínica veterinaria por graves problemas gastrointestinales, resultantes de que a todas horas estaba comiendo porque el personal del edificio siempre le daba algo allá donde estuviera. Roosevelt prohibió tajantemente que nadie más que él mismo lo alimentase y el can, una vez que fue dado de alta, no volvió a sufrir problemas. Esta anécdota revela que Fala ya se había ganado a sus nuevos amos y a quienes los rodeaban; desde entonces se hizo inseparable del presidente y dormía a los pies de su cama.
Iban juntos a todas partes: se movían entre la Casa Blanca, su hogar de Springwood (Nueva York) y la casa de Warm Springs (Georgia), donde estaba el balneario donde Roosevelt recibía tratamiento para sus dolencias físicas. También acompañaba a éste en la mayoría de sus viajes; hemos visto el de las Aleutianas, pero hubo otros como el que le llevó en el crucero pesado USS Augusta a Quebec (Canadá) para encontrarse con Churchill y suscribir en 1941 la Carta del Atlántico (un manifiesto conjunto sobre principios políticos comunes del que saldría el germen de la futura ONU) o en la reunión que su amo tuvo en Hawai en 19944 con el general McArthur y el almirante Nimitz.
Pero Fala no sólo se trasladaba en barco. Aparte del Ford especial de su amo, adaptado para conducirlo pese a su parálisis, también lo hizo en el Sacred Cow (el nombre del Air Force One, avión presidencial) y en el Ferdinand Magellan (un vagón ferroviario Pullman, blindado, que Roosevelt usaba en sus traslados por tierra y luego reutilizaron Eisenhower y Reagan; hoy está en un museo de Miami y es Monumento Histórico Nacional) a reuniones como la mantenida en Monterrey (México) con el presidente mexicano Manuel Ávila Camacho. Esos viajes eran cubiertos profusamente por los medios de comunicación, que acostumbraron a la opinión pública a la imagen del presidente con su mascota.
Por eso en 1943 el perro protagonizó una serie de dibujos animados de temática política que realizó Alan Foster con el título Mr. Fala of the White House (El sr. Fala de la Casa Blanca) y, ese mismo año, apareció en la pelicula Princess O’Rourke (La princesa O’Rourke), escrita y dirigida por Norman Kransa y con un reparto que encabezaba Olivia de Havilland, en la que la princesa en cuestión es acogida por Roosevelt en su residencia y Fala, interpretado por un can llamado Whiskers, juega un papel fundamental para que haya final feliz. Asimismo, tuvo sus minutos en una película documental que la Metro Goldwin Mayer hizo sobre cómo era un día en la Casa Blanca.
Fala también fue nombrado soldado honorario, después de que se anunciase que donaría un dólar diario como aportación «personal» al esfuerzo bélico. Por cierto, en ese sentido su nombre jugó un papel importante en la batalla de las Ardenas (invierno de 1944-45), ya que los soldados norteamericanos lo usaron como clave para reconocerse tras las filas enemigas, entre la oscuridad y la tormenta de nieve: uno lo preguntaba y el otro debía contestar «Fala» o, de lo contrario, se abría fuego contra él, pues los alemanes ignoraban quién era, lógicamente, pero todos los estadounidenses lo conocían.
De hecho, miles de cartas llegaban a la Casa Blanca interesándose por el animal y fue necesario contratar a una secretaria dedicada exclusivamente a responderlas. Curiosamente, a menudo venían firmadas por otros perros. O perras, como una caniche llamada Abigail que en la misiva le regañaba porque un can de su estatus debía saber comportarse mejor: se había extendido la divertida noticia de que días antes Fala había perseguido a una mofeta que, enfadada, soltó su chorro de líquido maloliente salpicando a todos los que trataban de separarlos.
Roosevelt falleció poco antes de terminar la guerra, en abril de 1945. Según su biógrafo, el periodista James Alonzo Bishop (autor de grandes éxitos como El día que dispararon a Lincoln, El día que Cristo murió y El último año de FDR: abril de 1944 – abril de 1945), el perro, que por entonces tenía cinco años vivió aquel óbito de forma traumática:
«…se oyeron una serie de ladridos ásperos y gruñidos. Nadie le había prestado atención a Fala. Había estado dormitando en un rincón de la habitación. Por alguna razón incomprensible, corrió directamente hacia la mosquitera de la puerta y se golpeó la cabeza contra ella. La mosquitera se rompió y él se arrastró por ella y corrió, ladrando y chasqueando los dientes, hacia las colinas. Allí, los agentes del servicio secreto pudieron verlo, de pie, solo, inmóvil, sobre un promontorio».
Tras asistir al funeral se quedó en la casa familiar de Val-Kill (situada en Hyde Park, hoy se llama oficialmente Eleanor Roosevelt National Historic Site y es un museo), con Eleanor, que vivía acompañada de dos de sus amigas, las educadoras sufragistas Marion Dickerman y Nancy Cook. Allí se entretenía en perseguir gatos y ardillas, aunque más tarde le trajeron a su nieto Tamas McFala y no era raro que los dos desaparecieran durante el día para regresar de noche, cubiertos de barro.
La viuda de Roosevelt supo cubrir el vacío que éste dejó en el afecto del animal y, aunque ella misma dijo que «me aceptó tras la muerte de mi marido, pero yo era simplemente alguien a quien soportar hasta que el amo regresara», se volvieron tan inseparables que ella solía incluirlo en la columna sobre derechos civiles y actualidad que bajo el título genérico de My Day (Mi día) escribía para varios períodicos. Por supuesto, también le dedicó un largo párrafo en su autobiografía, contando cómo llevó la ausencia de Franklin Delano Roosevelt:
«Era Fala, el perrito de mi esposo, que en realidad nunca se terminó de adaptar. Una vez, en 1945, cuando el general Eisenhower llegó a depositar una ofrenda floral en la tumba de Franklin, se abrieron las puertas del camino de entrada y su automóvil se acercó a la casa acompañado por las sirenas de una escolta policial. Cuando Fala oyó las sirenas, se puso de pie de un salto con las orejas alzadas y me di cuenta de que esperaba ver a su amo viniendo por el camino, como tantas otras veces. Más tarde, cuando nos fuimos a vivir a la casa de campo, Fala siempre se tumbaba cerca de la puerta del comedor, desde donde podía ver las dos entradas, tal como lo hacía cuando su amo estaba allí. A veces Franklin decidía de repente ir a alguna parte, y Fala tenía que tener ambas controladas con el fin de estar listo para saltar y unirse a la fiesta inesperada».
Lo cierto es que en aquella época Fala cambiaba de residencia con periodicidad, pasando temporadas en un sitio y en otro. Por ejemplo, en noviembre de 1945 estaba con Margaret Suckley y ambos visitaban la casa de Hyde Park para ver a Eleanor y a su hijo Elliott, cuando se produjo un desagradable incidente: estaba Fala sujeto con una correa y, por alguna razón, Blaze, el bullmastiff de Elliott, se lanzó sobre él. La diferencia de tamaño (Blaze pesaba sesenta y un kilos, seis veces más) se impuso y la única forma de poner fin al ataque fue golpear con una piedra al agresor, dejándolo aturdido.
Dada aquella agresividad, Blaze fue sacrificado por precaución ante posibles nuevos ataques y por miedo a la rabia, aunque un análisis post mortem demostró que no tenía esa enfermedad. En cuanto a Fala, terminó con heridas importantes en el lomo y el ojo derecho, debiendo permanecer ingresado en una clínica veterinaria una semana. Se recuperó y vivió seis años más, bien es cierto que con el tiempo le fueron apareciendo varios achaques, entre ellos sordera. Tan enfermo estaba al final que fue necesario sacrificarlo también, dos días antes de cumplir doce años: el 5 de abril de 1952.
Lo enterraron en una tumba decorada con una columna jónica y excavada a diez metros por detrás de la lápida del presidente, en el jardín de rosas de la finca de Springwood donde nació y que ahora se puede visitar como parte del Home of Franklin D. Roosevelt National Historic Site (Sitio Histórico Nacional de la Casa de Franklin D. Roosevelt, apodada en su momento «la Casa Blanca de verano»). También reposan allí los restos de Eleanor, que murió en 1962, y de Chief, el predecesor de Fala, un pastor alemán perteneciente a la familia entre 1918 y 1933.
Fala es la única mascota presidencial que ha recibido el honor de tener una estatua junto a su propietario. Está al lado de la que muestra a Roosevelt envuelto en su capa, aunque se trata de un perro tan excepcional que también se le erigieron estatuas en la Biblioteca y Museo Presidencial Franklin Delano Roosevelt de Hyde Park (en el cual se exhiben su collar, su plato de comer y otros objetos caninos suyos) e incluso en el Paseo de los Presidentes de San Juan de Puerto de Rico, de nuevo como compañero de su amo.
FUENTES
Jim Bishop, FDR’s last year. April 1944-April 1945
Eleanor Roosevelt, The Autobiography of Eleanor Roosevelt
Franklin Delano Roosevelt Presidential Library and Museum, Biography of Fala D. Roosevelt
Wikipedia, Fala (perro)
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