Bockelskamp es un distrito del municipio de Wienhausen, en la Baja Sajonia. Está situado a un par de kilómetros del centro y debe su nombre al bosque de hayas que lo rodea. En su parte septentrional se puede contemplar un sencillo monumento, un monolito con una placa en la que se explica que ha sido erigido en memoria de los pilotos que integraron el llamado Sonderkommando Elbe (o Rammkommando Elbe). Fue ésa una unidad de la Luftwaffe que, a finales de la Segunda Guerra Mundial, tenía la misión de derribar a los bombarderos enemigos que realizaban incursiones sobre Alemania cada vez más frecuentes, con la insólita particularidad de que lo hacían embistiéndolos.

La idea partió del coronel Hans-Joachim Herrmann, un veterano piloto galardonado con la Cruz de Hierro que había participado en la Guerra Civil Española con la Legión Cóndor y luego continuó una eficaz carrera en las campañas de Polonia, Noruega, Inglaterra, Malta y Grecia, antes de ser asignado en 1942 al Estado Mayor alemán como asistente de Hermann Göring, reichminister del Aire. Hajo, como se le apodaba, era un nazi convencido que, al acabar la contienda y tras pasar diez años prisionero en la URSS, estudió derecho y se dedicó a defender a sus excompañeros de ideología y a los negacionistas del Holocausto.

Se entiende, pues, que presa de un fanatismo desesperado en aquellas fechas entre finales de 1944 y principios de 1945, cuando la balanza bélica ya se había inclinado claramente del lado Aliado, no tuviera escrúpulo alguno en suscribir un concepto que ya había empezado a circular en septiembre de 1943: el de selbstopfer, es decir, autosacrificio.

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El coronel Hajo Herrmann. Crédito: Bundesarchiv, Bild 146-2005-0025 / Wikimedia Commons

Fue acuñado por Karl-Heinz Lange, miembro del Angehörigen des Lufttransportgeschwaders 2 (Ala de Transporte Aéreo 2), al proponer la fabricación de una bomba planeadora tripulada, para lo cual reclutó setenta y nueve voluntarios que incorporó al denominado Selbstopferkommando Leonidas o Gruppe Leonidas (en alusión a la batalla de las Termópilas de 1941, que les había abierto las puertas de Grecia).

Debían pilotar unidades de Fieseler Fi 103 (las famosas V-1), a las que se dotó de pequeñas cabinas de control para guiarlas contra objetivos navales, aunque el desarrollo de esas misiones no era como las de los kamikazes japoneses porque no estaban planteadas como suicidas; se suponía que podrían saltar en paracaídas antes del impacto (algo más teórico que real, dado que la cabina quedaba en la parte inferior, bajo el motor). A Hitler no le impresionó mucho el plan, pero dio el visto bueno y se prepararon doscientas veinte en las instalaciones de Neu Tramm… que nunca se emplearon por considerarse que recurrir a una medida tan extrema era psicológicamente contraproducente para los alemanes.

Habría que esperar a la segunda mitad de abril para que, ya con el Ejército Rojo a las puertas de Berlín, se estrenaran los pilotos del Selbstopferkommando Leonidas atacando los pontones que el enemigo usaba para pasar el río Oder. Fueron sólo unos pocos días porque, a pesar de todo, los soviéticos consiguieron alcanzar su base aérea y poner fin a unas actividades de cuyos resultados no hay certeza: la propaganda nazi aseguró que habían destruido casi dos decenas de puentes mientras que sus adversarios sólo admitieron la pérdida de uno. Sin embargo, hasta entonces la idea había quedado aparcada.

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Una V1 modificada con una cabina de pilotaje en la base de Neu Tramm. Estas naves recibían el nombre en clave de Reichenberg. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Así que, a principios de 1945, cuando las cosas habían empeorado, Hajo recuperó el concepto de selbstopfer proponiendo a la Luftwaffe el reclutamiento de voluntarios para pilotar aviones aligerados que pudieran combatir y/o embestir a los bombarderos enemigos, que incursionaban sobre el país cada vez con mayor frecuencia. De los dos mil que se presentaron fueron seleccionados trescientos. Ninguno iba obligado, según testigos de la época, y podían echarse atrás hasta una hora antes del despegue, aunque no consta que nadie lo hiciera. Su unidad se llamó Sonderkommando Elbe, en alusión al Elba, el río que recorre Alemania.

La razón para explicar tan inusitada iniciativa hay que buscarla en la crítica situación del país a esas alturas de la contienda: si la industria aeronáutica germana seguía produciendo aviones a duras penas -se dice que tenían ochocientos para todo el frente-, peor era el hecho de que no había personal para usarlos, ya que adiestrar a un piloto requería tiempo y tranquilidad, cosas de las que se carecía en aquellas circunstancias.

También era acuciante la necesidad de combustible, tan escaso ya que impedía a las escuadrillas teutonas mantener combates prolongados en el aire. Por eso Hajo consideró más práctico que el Sonderkommando Elbe procurase cortar con sus hélices las aletas de cola de los aparatos enemigos o, directamente, estrellarse contra ellos.

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Fotografía coloreada de un Messerschmidt Bf 109 Gustav perteneciente al del Jagdgeschwader 27. Crédito: Bundesarchiv, Bild 101I-662-6659-37 / Hebenstreit / Wikimedia Commons

Para ello ordenó habilitar ciento ochenta y cuatro cazas Messerschmitt Bf 109 (versión Gustav), monoplazas de un solo motor que constituían la columna vertebral de la fuerza aérea -se llegaron a fabricar más de treinta millares- y a los que se despojó de blindaje y armamento para hacerlos más ligeros y maniobrables, dejándoles únicamente una ametralladora MG 131 pero con sólo sesenta cartuchos. Es decir, podían volar a más metros, hasta diez mil, pero apenas tenían capacidad para disparar unas ráfagas antes de quedarse sin munición. Ése era el momento de pasar a la embestida.

Deberían ganar altitud gracias a su aligerado peso para luego descender en picado y tratar de estrellarse contra alguna de las tres zonas más vulnerables de los bombarderos: la cola, donde se ubicaban el timón de profundidad (el que permite ascender y descender) y la deriva (el estabilizador vertical); las góndolas de los motores, que al estar conectadas al sistema de distribución del combustible podían explotar con facilidad; y la cabina, donde un impacto directo acabaría con las vidas de los tripulantes, lo que en la práctica supondría la pérdida de la aeronave.

En ello se estuvieron adiestrando los trescientos pilotos elegidos, durante un curso que hicieron en marzo de 1945 en el aeródromo de Stendal-Borstel, a unos 60 km al norte de Magdeburgo, bajo la dirección del mayor Otto Köhnke. A su término, llegó la hora de la verdad. Al mes siguiente se puso en marcha la Unternehmens Werwolf, o sea, la Operación Hombre Lobo, la organización de una fuerza irregular para acosar a los Aliados con una guerra de guerrillas, de resistencia (emboscadas, sabotajes, atentados…), tratando de neutralizar u obstaculizar su avance por territorio alemán (ya habían cruzado el Rin).

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Bombarderos pesados Consolidated B-21 Liberator volando en formación en 1943. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

El Sonderkommando Elbe se sumó a ella y tuvo su bautizo de fuego el 7 de abril, al detectarse la aproximación de una descomunal fuerza de la Eight Air Force estadounidense formada por mil trescientos bombarderos pesados B-17 Flying Fortress y Consolidated B-24 Liberator, escoltados por ocho centenares de temibles cazas North American P-51 Mustang. Las escuadrillas alemanas salieron a interceptarlos despegando de las bases de Magdeburgo, Salzwedel, Sachau y Gardelegen; de Stendal partieron ciento veinte aviones del Sonderkommando Elbe.

Ambas partes contendientes entablaron combate sobre el lago Steinhude, cerca de Hannover. Las cifras resultan confusas y difieren según la fuente: los estadounidenses dicen que sólo quince bombarderos fueron embestidos, de los que ocho cayeron derribados salvándose el resto; en cambio, la Luftwaffe aseguró que había derribado veintitrés por embestida y que otros veintiocho cayeron a manos de los Messerschmidt Me 262 del ala Jagdgeschwader 7, que también tomaron parte en la batalla.

Por parte germana, se perdieron cientro treinta y tres aviones, cuarenta de ellos mientras intentaban embestir al contrario, aunque parte de los pilotos consiguieron saltar en paracaídas antes. El Sonderkommando Elbe concluyó así su primera y única misión, cumpliendo con su lema: «Treu, Tapfer, Gehorsam» (Leal, valiente, obediente). Diez días después la unidad fue disuelta y sus miembros incorporados a las tropas de infantería que se habían ido concentrando en Berlín para defender la capital ante el previsible asalto que realizarían los soviéticos. Conocemos los nombres de algunos de aquellos hombres.

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Monumento a los piolotos del Sonderkommando Elbe erigido en Bockelskamp. Crédito: Hajotthu / Wikimedia Commons

Quizá el más famoso fuera Heinrich Rosner, que logró derribar dos bombarderos Consolidated B-24 Liberator seguidos, al primero (identificado como 44-49533 Dallas Palace) destrozándole la cabina y al segundo gracias a la inercia de ese golpe, con la curiosidad añadida de que él sobrevivió a ambas acciones. Otros que salieron vivos de sus embestidas fueron Heinrich Heinkel (que destruyó un B-24 llamado Sacktime), Klaus Hahn (que salvó la vida, aunque resultó herido en un brazo por la ametralladora de un caza P-51 Mustang) y Fritz Marktschaftel.

También los hubo menos afortunados, a los que su victoria les supuso la muerte, como Werner Linder y Horst Siedel. Algunos murieron al poco de embestir a sus adversarios, caso de Werner Zell y Reinhold Hedwig (abatidos por los Mustang), así como Hans Nagel (alcanzado por un artillero de cola tras destruir al Lady Helene). Eberhard Prock estuvo a punto de salvarse tras acabar con su par, pero tuvo la desgracia de ser alcanzado por disparos mientras descendía en paracaídas; otros cincuenta sí pudieron pisar el suelo de esa forma. Además, hubo aviones alemanes que perdieron a sus pilotos, aunque lograron regresar a sus bases.

En suma, la actuación del Sonderkommando Elbe no resultó brillante ni efectiva. Los expertos opinan que se debió a varios factores, entre ellos que los Liberator estadounidenses compensaban su escaso bindaje con varias torretas de ametralladoras, la abrumadora inferioridad numérica ante los cazas de escolta, la adopción de formaciones inadecuadas y el hecho de que, en general, los pilotos veteranos no fueran empleados en ese tipo de misiones sino los menos experimentados. Eso sí, por su sacrificio, Göring les prometió un monumento funerario póstumo (no lo cumplió y el de la imagen data de 2014).



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