Porta Collina (Puerta de la Colina) era una de las entradas de la Antigua Roma, abierta, según la tradición, por el rey Servio Tulio en la muralla que había mandado construir y llevaba su nombre. En su entorno se ubicaban los templos de Fortuna y Venus -posteriormente también los jardines de Salustio y las termas de Diocleciano- y Plutarco cuenta que las vestales que incumplían su voto de castidad eran enterradas vivas en una cámara situada cerca. Pero la Porta Collina es conocida sobre todo por la batalla nocturna que ante ella libraron en el siglo I a.C. los optimates de Sila y Craso frente a las legiones populares y las milicias itálicas que dirigía el general samnita Poncio Telesino.
El nombre Poncio resultará familiar a los lectores. Aquí le dedicamos un artículo a Cayo Poncio, líder samnita que venció a los romanos en la batalla de las Horcas Caudinas y fue antepasado de Poncio Pilato. Telesino, que también descendía de él -por tanto, sería asimismo antepasado del famoso prefecto de Judea-, estaba al mando de las fuerzas del Samnio, aquella región que en los siglos pasados se había resistido ferozmente al expansionismo romano y que ahora volvía otra vez a alzarse en armas aprovechando el estallido de la Primera Guerra Civil entre los mencionados optimates y populares.
La contienda empezó en el año 88 a.C., siendo la chispa el enfrentamiento entre los representantes de ambas facciones, Lucio Cornelio Sila y Cayo Mario respectivamente, por dirigir la campaña contra Mitrídates VI, responsable de un genocidio contra los romanos en el Ponto. El Senado apoyaba el nombramiento de Sila, pero los comicios se opusieron porque preferían a Mario y el primero solucionó la cuestión marchando con sus legiones sobre Roma y entregando todo el poder al Senado. Mario tuvo que huir y su rival pudo marchar a Grecia, aunque las elecciones al consulado fueron ganadas por el popular Lucio Cornelio Cinna y Cneo Octavio, conservador pero contrario a Sila.

Como cabía imaginar, el primero rompió su juramento de lealtad y aprovechó la ausencia de Sila para restaurar el poder de la Asamblea de la plebe, así como la propuesta de suffragium para los nuevos ciudadanos itálicos resultantes de la Guerra Social. Los derrotados en ésta le ayudaron cuando Cneo Octavio le destituyó y expulsó de Roma; unido a Mario, regresó, se apoderó de la ciudad, desató una brutal represión y juntos se hicieron nombrar cónsules. Lamentablemente para Cinna, su compañero murió dos semanas más tarde y se encontró solo frente a un Sila que, advertido de la situación -le declaró hostis publicus (enemigo público) y se le confiscaron sus bienes-, firmó la paz con el rey póntico y emprendió el regreso.
Dos de los más conspicuos represaliados por Mario, Quinto Cecilio Metelo Pío y Marco Licinio Craso, se pusieron de su parte y en el 83 a.C., nada más desembarcar Sila en Brundisium (Bríndisi) comenzaron los combates. Cinna había sido asesinado el año anterior durante un motín, así que ahora los cabecillas populares eran Cneo Papirio Carbón, de origen plebeyo, y el hijo de Cayo Mario, que se llamaba igual y se le distingue con el agnomen el Joven. Las cinco veteranas legiones de Sila se impusieron en las batallas del monte Tifata y Sacriportus, dejando maltrechas a las milicias itálicas aliadas de los populares.
Fue cuando lucanos y samnitas se sumaron a la coalición. Temían que se repitiera la despiadada devastación que habían sufrido en la Guerra Social a manos de Sila y temían que éste les retirase la autonomía y las libertades de que gozaban. Por tanto, reunieron un ejército de setenta mil hombres y marcharon hacia Praeneste (Palestrina), donde Cayo Mario el Joven estaba sitiado. No pudieron romper el sitio porque Sila había construido recias fortificaciones de tierra en todo el perímetro, así que Poncio Telesino, que era quien dirigía aquella fuerza, cambió de objetivo y lo fijó en Roma.

Como se deduce de su nombre, Poncio Telesino había nacido en la ciudad campania de Telesia -se ignora la fecha- y las fuentes suelen asignarle un papel destacado en la Guerra Social, aunque sin concretar más detalles que su liderazgo de los últimos grupos de resistencia en Lucania (la actual región meridional de Basilicata) y Brutium (Calabria) con el rango de pretor. Fue en ese conflicto donde incubó un odio cerril «hasta el fondo del mismo nombre de Roma», en palabras de Veleyo Patérculo, quien añade que era «valiente en espíritu y en acción». Tuvo ocasión de congraciarse con los romanos gracias a Cinna pero, como vimos, la Guerra Civil y la reseñada derrota de Sacriporto -donde luchó su hermano- dieron al traste con ello.
Según cuenta Lucio Anneo Floro en su Epítome de Tito Livio, Telesino y su compañero de mando lucano, Marco Lamponio -a los que se unió un contingente de Capua a las órdenes de Tiberio Gutta-, arrasaron Campania durante su ruta hacia Roma mientras otros ejércitos eran vencidos en diferentes lugares: Cayo Norbano tuvo que escapar a Rodas tras caer en Faenza ante Metelo Pío, y Papirio Carbón, enterado del desastre y desbaratado por Cneo Pompeyo, se refugió en África. Únicamente Cayo Albino Carrina decidió seguir, reuniendo a todos los supervivientes para acudir en refuerzo de Telesino.
Gracias a que hicieron el viaje por caminos secundarios, los samnitas no encontraron oposición y llegaron ante Roma al amanecer del 1 de noviembre del año 82 a. C., sólo una jornada después de dejar atrás Praeneste. Acamparon a diez estadios de distancia de la Puerta Colina para consternación de la casi indefensa población, que veía en Telesino a un nuevo Aníbal, sobre todo después de que una precaria tropa reclutada precipitadamente por Apio Claudio saliera para intentar detenerlo y fuera aniquilada con facilidad. Sólo la llegada de setecientos jinetes al mando de Octavio Balbo, enviados por Sila a marchas forzadas, impidió que se derrumbase la moral por completo.
Aquella fuerza de caballería le indicó a Telesino que su enemigo estaba de camino y decidió esperarlo. Efectivamente, Sila llegó a mediodía con el grueso de su ejército y lo desplegó cerca de la Porta Pia, no lejos del templo de Venus Ericina. Pese a que los soldados venían cansados, no les dio tiempo más que para recuperar algo las fuerzas y tomar un refrigerio antes de lanzarlos al ataque, desoyendo el consejo de sus ayudantes, Cneo Cornelio Dolabela y Lucio Manlio Torcuato, que preferían conceder descanso para poder presentar batalla total al día siguiente, plenamente restablecidos, porque ya no se enfrentaban a las mermadas fuerzas de Mario sino a un enemigo poderoso y fresco.

Pero Sila insistió, consciente de la necesidad de elevar los ánimos de los ciudadanos, y dio la orden a la décima hora (entre las tres y las cuatro de la tarde). Telesino recogió el guante y declamó una vibrante arenga a los suyos, recogida por Veleyo Patérculo: «Ahora los romanos afrontan su último día. Éstos son los lobos que han estado desgarrando la libertad de Italia. No se irán hasta que hayamos talado el bosque que los cobija». Y empezó la batalla de Porta Collina. Los samnitas centraron su esfuezo en el ala izquierda del enemigo, a donde tuvo que acudir Sila personalmente para evitar que se derrumbara sin importarle las lanzas que volaban a su alrededor porque, religiso como era, se había encomendado a Apolo.
Sin embargo, las filas fueron cediendo terreno hasta quedar arrinconadas contra la muralla perimetral de Roma, cuyas puertas se mantuvieron cerradas por orden de Sila para que los legionarios no tuvieran más remedio que seguir resistiendo. La situación era crítica ya, con incontables bajas y el rumor -falso- de la muerte de su general, cuando llegó un mensajero de Craso informando de que había obtenido una victoria total en el ala izquierda, poniendo en fuga a los efectivos de Mario y persiguiéndolos hasta que el anochecer le aconsejó parar. Sila no dejó escapar aquella bocanada de moral y sus hombres consiguieron rehacerse para seguir combatiendo toda la noche.
Al amanecer las tornas habían cambiado y fueron los samnitas los que desfallecieron al enterarse de la derrota de sus aliados; de hecho, tres mil itálicos se pasaron al bando contrario y provocaron la descomposición definitiva del ejército de Telesino, cuyo cuerpo fue encontrado muerto en el campo de batalla. Marco Lamponio consiguió huir, pero los otros jefes, Carrina, Damasipo y Censorino, fueron apresados y decapitados allí mismo. Algunas estimaciones dicen que hubo cincuenta mil bajas mortales, a las que se sumaron entre cinco y ocho mil prisioneros implacablemente ejecutados a lo largo de los tres días siguientes, quizá para impresionar a los senadores no adeptos.
Los cuerpos de los fallecidos acabaron arrojados al Tíber, pero las cabezas de sus líderes se enviaron clavadas en lanzas a Quinto Ofela, el militar que estaba asediando Praeneste, para que las mostrara a los defensores. Cayo Mario el Joven comprendió que todo había terminado y tras un breve y fallido intento de fuga rindió la ciudad antes de quitarse la vida junto al hermano de Telesino; su cabeza cortada hizo el camino inverso y fue exhibida en Roma. Sila se vengó saqueando e incendiando Praeneste, matando a todos los samnitas -no los consideraba ciudadanos- y desatando una dura persecución contra sus senadores, encarcelados unos y condenados a muerte a otros; sólo perdonó a la gente de origen romano. En Roma persiguió a cuarenta senadores y mil seiscientos equites.

Poco después caía otra ciudad del adversario, Norba, tomada a traición; sus defensores se quitaron la vida en masa, bien arrojándose sobre sus espadas, bien ahorcándose. Domicio Enobarbo fue finalmente localizado en su escondite africano y ejecutado por Pompeyo, que regresó envuelto en un aura de gloria aunque a cambio de ganarse el apodo de adulescentulus carnifex (joven carnicero). Un mote que valdría también para Sila -quizá por eso se hizo llamar Felix (Afortunado)-, pues en Roma arrestó a doce mil populares, matando a tres mil de ellos en el Campo de Marte; sus gritos impresionaron al Senado, reunido en el templo de Belona, pero no a él: «No hay de qué preocuparse, sólo se están cumpliendo mis órdenes».
Los cabecillas marianos supervivientes trataron de reorganizarse fuera de Italia sin éxito; sólo Quinto Sertorio pudo retornar a Hispania y levantarla, resistiendo en solitario hasta el 72 a.C. Sila, gozando de plenos poderes al haber sido nombrado dictador, fue desmontando todas las refomas marianas para reforzar el poder senatorial a la par que continuaba aplastando los últimos rescoldos del enemigo. No se extinguieron hasta la rendición de Volterra en el 79 a.C, cuyos defensores confiaron ingenuamente en una promesa de clemencia que no se cumplió. De ese modo, etruscos y samnitas quedaron absorbidos y desaparecieron como pueblo diferenciado, pasando sus tierras a repartirse entre los legionarios veteranos.
Símbolo de los excesos cometidos en aquel período fue el aumento de la fortuna de Craso a costa de la confiscación de propiedades de enemigos políticos, alcanzando su codicia tal nivel que llegó a expropiar a un ciudadano rico leal y eso escandalizó al mismo Sila, que le retiró su favor. En el 79. a.C., concluida ya esa etapa, Sila renunció a la dictadura y murió al año siguiente. Sus reformas le sobrevivieron solo a medias, pues surgió una nueva generación de jóvenes políticos que se iba a adueñar del poder y pasar a la posteridad: los mencionados Craso y Pompeyo más Julio César, que formarían el Primer Triunvirato.
FUENTES
Veleyo Patérculo, Historia romana
Floro, Epítome de la Historia de Tito Livio
Theodor Mommsen, Historia de Roma
Pierre Grimal, El mundo mediterráneo en la Edad Antigua: La formación del Imperio Romano
Francisco Javier Lomas Salmonte, Pedro López Barja de Quiroga, Historia de Roma
Wikipedia, Batalla de la Puerta Collina
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