En 1190, durante la Tercera Cruzada, se fundó en Jerusalén la Domus Hospitalis Sanctæ Mariæ Teutonicorum Hierosolymitanorum (Orden de los Caballeros Teutónicos del Hospital de Santa María de Jerusalén), más conocida como Orden Teutónica porque nació por un encargo concreto del papa Celestino II a los caballeros Hospitalarios: gestionar la Domus Theutonicorum (Casa de los Alemanes) el hospital de la ciudad que prestaba atención a los peregrinos y cruzados germanos. El pontífice ordenó además que los designados fueran siempre de ese origen. Pero lo que en principio era una orden monástico-militar para operar en Tierra Santa terminó teniendo su propio país en el Báltico a partir de 1224: el Ordenstaat o Estado de la Orden Teutónica.

En latín se lo denominaba Civitas Ordinis Teutonici y fue el fruto de una idea del cuarto gran maestre, Hermann von Salza, quien había tenido la responsabilidad de transformar la hermandad de hospicio original en una orden militar regida por la Regla Agustiniana -concedida por Celestino III- inspirándose en el modelo Templario. Su cuartel general en Próximo Oriente estaba en la fortaleza de Montfort, en Acre, que perdieron en 1271 ante los sarracenos, debiendo refugiarse en San Juan. Para entonces ya no luchaban sólo contra ese enemigo, pues en 1226 ampliaron su actividad al noreste de Europa: por la Bula de Oro de Rímini que promulgó Federico II Hohenstaufen empezaron las Cruzadas Bálticas.

Como indica su nombre, el objetivo era cristianizar a los pueblos del Báltico que todavía practicaban el paganismo. Por eso el Sacro Imperio elevó el rango de Von Salza a Reichsfürst, o sea, Príncipe Imperial, pasando sus caballeros a escoltar a Federico cuando visitó el Santo Sepulcro. Asimismo, la orden recibió numerosos territorios en lo que hoy son Alemania e Italia que se sumaron a los que poseía en Jerusalén y Armenia. La caída de Acre en 1291 obligó a los teutónicos a retirarse. Primero a Transilvania y Hungría, ya que allí vivía una comunidad sajona, después a Prusia, donde se desarrolló la mencionada lucha contra los paganos septentrionales.

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Monumento en Marienburg en honor al gran maestre Hermann von Salza. Crédito: Hans Weingartz / Wikimedia Commons

No era la primera vez que se trataba de someterlos. Adalberto de Praga, Boleslao IV de Polonia, la Rus de Kiev y Conrado I de Mazovia lo habían intentado antes, pero sin resultados permanentes, de ahí que ese último solicitara la ayuda de los teutónicos, aunque el carácter otorgado de cruzada también atrajo a caballeros de otros rincones de Europa, como Enrique II de Breslau, Sambor II de Pomerania, etc. La mencionada bula emitida por Federico II, junto con la papal de Rieti, concedió a la orden el territorio prusiano -incluyendo la región polaca de Chelmno, bajo autoridad nominal pontificia- para gobernarlo, colonizarlo y evangelizarlo. Pero sus dominios iban a extenderse todavía más.

Y es que en 1234 absorbieron los de la Orden de Dobrin (fundada por Conrado) y en 1237 hicieron otro tanto con los de los Hermanos Livonios de la Espada (escasos de efectivos), de manera que las actuales Letonia y Estonia también pasaron a sus manos, si bien a cambio perdieron el feudo de Burzenland, en Transilvania, porque el rey húngaro Andrés II, los expulsó. De ese modo, los caballeros Teutónicos que habitaban allí tuvieron que desplazarse y lo hicieron hacia su nueva tierra del norte. El primer núcleo, compuesto por unos setecientos hombres, se estableció en el castillo de Nessau, a orillas del Vístula. A partir de ahí, se inició la expansión por Chelmno y se fundaron varios castillos.

Y entonces fue cuando el papa Gregorio IX convocó la cruzada, con las habituales ventajas para quien participase: indulgencias, perdón de pecados, promesas de salvación, etc. La conquista báltica fue muy larga, de casi medio siglo, dado que el paganismo aún estaba arraigado en numerosos pueblos: sorabos, rugios, finlandeses, estonios, curonios, livonios, letones, lituanos, abroditas y prusianos orientales se resistían al cristianismo cuando hasta los vikingos ya se habían convertido (de hecho, suecos y daneses llevaban a cabo sus propias cruzadas, aunque no sólo por razones religiosas sino también por evidentes intereses expansionistas).

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Pueblos bálticos entre los siglos XII y XIII. Crédito: MapMaster / Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Además de larga fue sangrienta. Según crónicas de los teutónicos, los prusianos «asaban vivos a los hermanos capturados en sus armaduras, como castañas, ante el santuario de un dios local», lo que llevó a buscar alternativas estratégicas. Una de ellas fue convencer a la nobleza autóctona a cambio de privilegios, aunque el éxito fue limitado -los nobles prusianos aceptaron en general, pero el pueblo no y a menudo se vieron forzados a huir- y la Orden tendió a conformarse con el mero bautismo de los conquistados, sin entrar en labores adoctrinadoras. No obstante, década a década, la nueva fe fue prendiendo por las buenas o por las malas y el estado prosperó.

Los teutónicos desbrozaron grandes masas forestales y desecaron marismas para convertirlas en tierras de cultivo y fundar asentamientos. La base económica eran las granjas, que no sólo abastecían a las encomiendas y ciudades sino que permitían la exportación de cereales y madera -además de ámbar, del que tenía monopolio- a menudo por una activa red portuaria del Báltico. El Estado conservaba la propiedad de la tierra, pero cedía su uso a los colonos hereditariamente, repartiéndolas por lotes cuando se establecía una ciudad (llegaron a crearse noventa, así como mil quinientos pueblos y sesenta castillos). Los prusianos autóctonos quedaron relegados como siervos.

Ése fue el origen de ciudades como Marienburg y Königsberg (actuales Malbork y Kaliningrado), caracterizadas por trazados urbanos rectangulares y recias fortificaciones, y regidas según el llamado Derecho de Magdeburgo (un conjunto de privilegios otorgados por Otón I tres siglos antes para regular el grado de autonomía de cada localidad respecto al Sacro Imperio). Otras urbes destacadas eran Thorn (Toruń), Kulm (Chełmno), Allenstein (Olsztyn), Memel (Klaipėda) y Elbing (Elbląg); esta última fue la única que no se adscribió al Derecho de Magdeburgo sino al de Lübeck, debido a que sus fundadores procedían de allí.

La mayor parte de los habitantes solían proceder de Silesia y Alemania central, atraídos con la doble idea de sustituir a la población autóctona y compensar las pérdidas demográficas causadas por la guerra y las epidemias. Y eso que se beneficiaban de un sistema sanitario que recogía el legado original de aquel hospital de Tierra Santa. El arte curativo se basaba en gran medida en la medicina monástica tradicional, a la que se sumaron el uso sistemático de todo tipo de baños (baños de vapor, baños de goteo, etc.) y la prevención de comportamientos indeseables: alcoholismo, mendicidad, despilfarro…

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Estatuas de caballeros Teutones en el castillo de Malbork, Polonia. Crédito: Schlaier / Wikimedia Commons

La ganadería solía asociarse a los castillos. En un total de ciento diez mil hectáreas de tierra se criaban trece mil caballos, diez mil vacas, diecinueve mil cerdos y sesenta y un mil ovejas. En cambio faltaba piedra para construir, por lo que se establecieron fábricas de ladrillos. Dada la pantanosa geografía de sus posesiones, se optó por el transporte fluvial y la construcción de numerosos puentes; incluso se abrió un canal navegable entre Königsberg y Labiau, en la laguna de Curlandia: el llamado Deimegraben. La relación con la Liga Hanseática ayudó al comercio y trajo prosperidad, siendo las principales importaciones, sal, especias, vino y tejidos; también miel, azafrán, cera, pieles, oro y cobre.

La Orden emitió su propia moneda a partir de 1238, inicialmente sólo en forma de bracteatos (peniques huecos de plata). Además, eran válidos los peniques de Colonia, los groschen de Bohemia y los florines húngaros. La usura estaba terminantemente prohibida, por lo que el Estado Teutónico no resultaba atractivo para los cambistas, que en cambio tenían Polonia al lado. Pero toda esa dinámica económica, favorecida por la exención general de impuestos así como por un sistema monetario y de pesos y medidas más o menos uniforme, convirtió al Estado Teutónico en uno de los más ricos de Europa.

Todo ello se tradujo también en un sistema postal propio, para asegurar la rapidez de las comunicaciones, y numerosas escuelas catedralicias y primarias; asimismo, miles de prusianos fueron enviados a universidades extranjeras, donde eruditos procedentes de las tierras de la Orden trabajaron como profesores. Los teutónicos mantenían en esencia la estructura de una orden monástica y la jerarquía administrativa del Estado era prácticamente idéntica, con el Gran Maestre asistido por un consejo y una cancillería, bajo los cuales había un Gran Comendador, un Mariscal, un Großspittler (Consejero)…

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El Estado Teutónico en 1260. Crédito: S. Bollmann / Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Y por debajo, un árbol de oficiales y subalternos que gestionaban y defendían las comandancias, haciendas, hospitales, patronatos, encomiendas, etc. Hay que tener en cuenta que la superficie total del Estato Teutónico sumaba decenas de miles de kilómetros cuadrados si se cuentan los diversos territorios (Livonia, Prusia…), administrados de forma soberana. La bula de Rímini otorgaba al Gran Maestre la capacidad de tener y ejercer el poder en sus tierras «mejor que cualquier príncipe imperial», si bien los historiadores no lo tienen tan claro.

Las tierras de los obispos y de los cabildos catedralicios no pertenecían al territorio del Estado, aunque estaban en cierta dependencia y conexión pero subordinadas al respectivo obispo como soberano. Livonia y Prusia también formaron sus propios territorios, que estaban bajo la jurisdicción de sendos Landmeister autorizados por el Gran Maestre. En 1243 todo el territorio prusiano, convertido ya en el Ordenstaat, fue dividido por el Papa en cuatro obispados sujetos al arzobispado de Riga. En lo sucesivo sólo quedaba crecer y, efectivamente, en 1308 lo hicieron conquistando Gdansk (Danzig) al aprovechar una petición de ayuda de Vladislao I de Polonia, que luchaba contra el margrave de Brandeburgo. Éste les vendió a sus derechos, pero los polacos no.

Danzig pasó a ser objeto de discordia durante años porque Vladislao y sus sucesores querían recuperarla. En 1343, por el Tratado de Kalisz, se alcanzó una solución de compromiso: Pomerelia, la región donde se ubicaba la ciudad, sería propiedad de Polonia pero bajo gobierno Teutónico. Tres años más tarde, Valdemar IV de Dinamarca, necesitado de fondos, vendió Estonia a la Orden. Ésta, irónicamente, terminó haciéndole la guerra en 1367 tras ingresar en la Confederación de Colonia y unirse la Liga Hanseática, arrebatándole Escania y Gotlandia, por rivalidad comercial.

Fue el comercio precisamente el que dio lugar a una alianza con la Inglaterra de Ricardo II, durante la cruzada contra los lituanos. Dicha alianza se rompió en 1385, después de que, incomprensiblemente, una escuadra inglesa atacara varios barcos prusianos. Finalmente se alcanzó un acuerdo, reanudándose las relaciones con los británicos a la par que se deterioraban las mantenidas con La Hansa. Cabe decir al respecto que la Orden Teutónica destinaba un funcionario específico para ocuparse de esos asuntos, el Großschäffer (algo así como «jefe de compras y ventas»). Precisamente la integridad de la navegación por el Báltico llevó en 1403 a comprar el Neumark brandeburgués y, bajo el mando del gran maestre Conrado von Jungingen, adquirir Samaiten.

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Caballeros Teutones en un cuadro de Wojciech Kossak (1909). Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Con Von Jungingen -en realidad desde un poco antes, con su predecesor, Winrich von Kniprode- alcanzó el Estado Teutónico su máxima extensión. Pero a la muerte del gran maestre en 1407 le sucedió su hermano menor, Ulrico, y todo se desmoronó porque le tocó enfrentarse a una alianza de sus dos grandes enemigos al contraer matrimonio el gran duque lituano Jagellón (luego Vladislao II) y la reina polaca Eduviges I en el marco de la Unión de Krewo, firmada en 1385 previa conversión al cristianismo del primero. Nació así la conocida como República de las Dos Naciones, que ayudada por rutenos, tártaros y moldavos venció a un Ulrico -que sólo logró el apoyo del Ducado de Pomerania- en la batalla de Grunwald (o Tannenberg, en 1410).

En esos momentos el Estado Teutónico todavía era lo suficientemente fuerte como para conservar parte de su territorio, aunque a cambio tuvo que pagar tributos. Heinrich von Plauen, que había defendido Pomerania y fue elegido gran maestre, firmó en 1411 el Primer Tratado de Thorn, que ponía fin a la guerra con los polaco-lituanos. No obstante, todos habían visto la debilidad de la Orden y aprovecharon la ocasión. En 1440 varias ciudades, descontentas con los altos impuestos que debían pagar a los Teutones para recuperarse y su falta de representatividad, decidieron fundar la Confederación Prusiana y separarse.

Catorce años después, Casimiro IV de Polonia les ofreció ayuda y la consiguiente guerra acabó con el Segundo Tratado de Thorn (1466), por el que el Estado Teutónico perdía la mitad occidental de sus dominios, que pasaron a formar la Prusia Real o Polaca, quedando el resto como mero feudo de Polonia. El propio Gran Maestre se convirtió en príncipe y consejero del rey, mientras sus mercenarios, a medida que iban recibiendo tierras como pago por sus servicios, adquirían también mayor estatus social y terminaron por ser lo que se denomina junkers, la nobleza terrateniente prusiana tan característica del posterior Imperio Alemán de los siglos XIX y primer cuarto del XX.

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El Estado Teutónico en 1466. Crédito: S. Bollmann / Ipankonin / Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

La Orden no pudo sustraerse a las guerras de religión del siglo XVI entre católicos y protestantes. Desde 1466 los grandes maestres habían tenido que realizar el llamado Homenaje Prusiano, un juramento de fidelidad al monarca polaco como administradores suyos del feudo prusiano. En 1518 el príncipe imperial Federico de Sajonia, nombrado Gran Maestre, trató de eludir esa obligación esperando un apoyo del Sacro Imperio que nunca llegó y en 1525 Alberto de Brandeburgo-Ansbach, último gran maestre, acordó con su tío Segismundo II Augusto Jagellón, soberano polaco, su conversión a la fe luterana y la renuncia al cargo a cambio de ser Duque de Prusia. De ese modo, el Estado Teutónico se transformó en un ducado hereditario, el primer estado protestante, sometido eso sí a Polonia.

El resto de la orden, leal al Papa y vinculada a los Habsburgo, se negó a reconocer aquella secularización cerrando filas en torno al maestre Walther von Cronberg. En 1530 el emperador Carlos V lo designó oficialmente Administrador de Prusia, cargo que en la práctica era inane aunque se conservaría haste el siglo XVIII. Duques y príncipes electores tantearon la posibilidad de unir sus dominios y la oportunidad se presentó gracias a una alianza prusiana con Suecia, que estaba interesada en conquistar Polonia. De ese modo, en 1701 el ducado pasó a ser el Reino de Prusia, reconocido e impulsado por el rey sueco Juan II Casimiro Vasa, poniendo fin a lo que quedaba del Estado Teutónico.

En cuanto a la Orden Teutónica, no desapareció sino que se mantuvo bajo protección de la casa Habsburgo-Lorena. Napoleón estuvo a punto de acabar con ella en 1809 y perdió buena parte de sus bienes seculares, pero se reactivó tras su caída. En 1923 abandonó su carácter caballeresco militar de estado y fue inhabilitada después de la Segunda Guerra Mundial, ya que los nazis la habían aupado. Para entonces ya no tenía su nombre tradicional, pues en 1929 el papa Pío XI la rebautizó Hermanos de la Casa Alemana de Santa María de Jerusalén. El último maestrazgo, por ahora, corrió a cargo del príncipe Paolo Francesco Barbaccia Viscardi de Hohenstaufen de Suabia, que falleció en 2016 sin dejar heredero.


FUENTES

Edward Henry Lewinski-Corwin, The Political History of Poland

Philippe Dollinger, The German Hansa

Desmond Seward, The Monks of War: The Military Religious Orders

Eric Christiansen, The Northern Crusades

Deutscher Orden (Web Oficial)

Wikipedia, Estado monástico de los Caballeros Teutónicos


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