La temperatura más baja jamás registrada en una zona habitada es de -71,2º grados centígrados. No solo eso, también es la más baja medida en el hemisferio norte aunque es unos 20 grados más alta que los -91º C de la Antártida. Aun así, eso supone tanto frío que no hay palabras para describirlo con exactitud.

Ese record de -71,2º se alcanzaron el 26 de enero de 1926 en un pueblecito del extremo oriental de Siberia, en la remota República de Sajá hoy perteneciente a la Federación Rusa, llamado Oimiakón (Оймякон), a donde personalmente espero no tener que viajar nunca. Allí el tiempo y el invierno tienen que pasar lentísimos, aunque seguramente compense la belleza del entorno.

El pueblo está situado en la margen occidental del larguísimo río Indiguika, que en su viaje de 1700 kilómetros hacia el mar de Siberia discurre flanqueado por abundantes yacimientos de oro.

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Por ahí cae Oimiakón. Crédito: Google Maps

A 1100 kilómetros de la capital de la república y en una meseta a 741 metros de altitud cuyo suelo está permanentemente congelado por el permafrost hasta un kilómetro y medio de profundidad, el Círculo Polar Ártico está a solo tres grados al norte.

Curiosamente el nombre del pueblo en la lengua indígena de la zona parece que significa agua que no se congela, lo que parecería una pequeña broma de los nativos si no fuera porque dicen que hay aguas termales en algún lugar de las cercanías. Claro que hay quien opina que la traducción correcta es lugar donde los peces pasan el invierno, mucho más poética.

Ahí, entre cadenas montañosas que alcanzan los 3000 metros de altitud, es raro que alguien quiera vivir. Pero el caso es que por lo menos unas 500 personas vivían en Oimiakón en 2021, que es el último año del que tenemos datos.

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Oimiakón es un pueblo tranquilo, sobre todo en invierno. Crédito: Ilya Varlamov / Wikimedia Commons

Pasan largos inviernos de nueve meses, acumulando en los sótanos de las casas los peces que pescan en el río, y que se congelan treinta segundos después de sacarlos del agua.

Dicen que los autobuses del lugar tienen que tener siempre el motor encendido para que no se congele el gasóleo, y como no se puede cultivar nada, comen todo el día carne, pescado (crudo y congelado es el plato típico) y frutos silvestres, ademas de hajak (una especie de mantequilla) y kiorchej (helado), porque es imposible beber leche líquida. Casi todo ello se lo procuran por sus propios medios, ya que solo hay una tienda en el pueblo.

¿Por qué vivir en un sitio como este? Lo cierto es que Oimiakón solo era un refugio para pastores y cazadores de renos, hasta que el gobierno de la Unión Soviética decidió que era buena idea sedentarizar a los pueblos nómadas siberianos, allá por las décadas de 1920 y 1930.

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Esperar el autobús en Oimiakón es todo un desafío. Crédito: Ilya Varlamov / Wikimedia Commons

De modo que les construyeron un poblado con casas y algunas infraestructuras básicas y pidieron amablemente a los yakutios que se mudaran allí.

Se dedican principalmente a la cría de renos y caballos salvajes, a la pesca y a trabajar en las numerosas minas de oro, en un entorno donde la tecnología moderna brilla por su ausencia. Ni siquiera tienen cobertura de telefonía móvil, ya que a tan bajas temperaturas de estropearían los equipos electrónicos.

Pero no todo es frío y soledad, al final de un largo y oscuro invierno con tan solo 3 horas de luz diarias, también llega el verano. Y lo hace a lo grande, con noches donde la oscuridad es igualmente tan solo de 3 horas y las temperaturas pueden alcanzar fácilmente los 30 grados. Por suerte hay varios lagos en las cercanías donde refrescarse, y ademas apenas llueve ni hace viento.

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Pequeños caballos de espeso pelaje sobreviven en Oimiakón. Crédito: Ilya Varlamov / Wikimedia Commons

Los pocos turistas que se aventuran a llegar hasta allí, unas pocas decenas al año, son recompensados con un curioso certificado que da fé de su supervivencia en el lugar habitado más frío de la Tierra, y en las condiciones más extremas del hemisferio norte.

Pero también con un paisaje único y lleno de contrastes, permanentemente blanco, donde resisten abetos y alerces, y pequeños caballos de largo y espeso pelaje desafían al frío y al silencio.


FUENTES

Nina A. Stepanova, On the lowest temperatures on Earth

Christopher C. Burt, The coldest places of Earth

World Meteorological Organization, World Weather and Climate Extremes Archive

Wikipedia, Oimiakón


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