En el verano de 1993 la arqueóloga Natalia Polosmak y su equipo estaban en Ukok, Siberia, investigando un grupo de kurganes cerca de la frontera con Mongolia, túmulos funerarios de la cultura Pazyryk creados por nómadas de origen escita que habitaron el macizo de Altái durante la Edad del Bronce entre los siglos VI y II a.C.
Un día nos visitó la guardia fronteriza, que nos ayudó a elegir el túmulo. Su comandante conocía todos los cementerios de la zona. Cuando le expliqué que necesitaba un túmulo grande y bonito, me dijo que conocía uno a su alcance. Eso también significaba que podían protegernos. Así que fuimos a buscar este túmulo, que resultó exactamente como él lo había descrito. Nos gustó tanto como a él, le contó la arqueóloga al periodista de PBS que la entrevistó para un documental.
Al excavar ese túmulo descubrieron un enterramiento que había sido saqueado, con un sarcófago de piedra y madera en cuyo interior había un esqueleto y los restos de tres caballos, y bajo ese primer enterramiento encontraron que había otra cámara más antigua.

El agua se había filtrado por el agujero que los ladrones habían hecho para acceder al kurgán, inundando esa cámara inferior y congelándola por completo en un gran bloque de hielo. Durante siglos el frio siberiano lo mantuvo intacto y el inmenso bloque nunca se llegó a descongelar, preservando así todo lo que había en su interior durante 2400 años, hasta que llegaron los arqueólogos.
En esa cámara congelada encontraron que había un sarcófago hecho de un tronco de madera de alerce, decorado con figuras de ciervos hechas de cuero. El ataúd estaba sujeto con grandes clavos, pesados clavos de cobre. Había cuatro, dos a cada lado. Los clavos sujetaban bien la tapa y ayudaban a retener el agua que entraba en el ataúd, dijo Polosmak. En su interior estaba el cuerpo momificado de una mujer que había sido enterrada con un atuendo digno de una sacerdotisa.
Llevaba una blusa de seda amarilla, falda de lana de rayas rojas y blancas, polainas de fieltro blanco hasta los muslos, una piel de marta, y un tocado en la cabeza que medía casi un metro de largo. El interior del tocado incluía un armazón de madera con ocho figuras felinas talladas y cubiertas de oro.

Este tocado es único. No hace falta imaginar cómo se unieron los diversos detalles porque se encontró intacto. También era una expresión de la vida de esta mujer. Mostraba su lugar en la sociedad, su familia y su tribu. Cualquier cosa que se llevara en la cabeza tenía que ser lo más alta y llamativa posible, y por eso el tocado era muy grande. Era, literalmente, una construcción, recordaba la arqueóloga en el documental de PBS.
Su piel estaba tatuada con figuras de ciervos, y junto a ella en el interior del ataúd había un espejo de metal pulido y un plato de piedra con semillas de cilantro, quizá para su uso medicinal, o señal de que se trataba de una chamana o curandera.
Al lado del ataúd se disponían dos pequeñas mesas sobre las que había restos de carne de caballo y cordero, un cuenco de madera con residuos de yogurt y una copa en forma de cuerno con un líquido desconocido.

La Princesa de Ukok, como se la llamó casi inmediatamente (también, la Dama de Hielo o Princesa de Altái), tenía entre 20 y 30 años en el momento de su muerte en el siglo V a.C., y estudios realizados en 2014 revelaron que padecía de cáncer de mama así como de lesiones producidas por una caída.
El fastuoso entierro, sus vestimentas y los objetos encontrados en su tumba, así como la disposición del conjunto, hacen pensar que pudo haber sido alguien muy importante para su comunidad, probablemente una chamana o sacerdotisa.
Para Polosmak, esta joven, enterrada con tanta ceremonia, con el cuerpo cubierto de tatuajes, no era un miembro ordinario de la sociedad. Es posible que ocupara una posición especial por haber sido bendecida con un talento valorado en aquella sociedad. Podría haber sido una chamana. Puede que tuviera la capacidad de curar a la gente o de predecir el tiempo. También es probable que esta mujer fuera una narradora, alguien que contaba historias y memorizaba la historia y los mitos de su pueblo. Esto habría sido muy importante para los pazyryk, como lo es para todas las culturas analfabetas.
Por desgracia, los métodos empleados por los investigadores para derretir el hielo y transportar la momia de la mujer hasta el laboratorio en Novosibirsk hicieron que la mayor parte sus tatuajes desapareciesen al deteriorarse la piel.

También hubo polémica con los habitantes de la zona, que no vieron con buenos ojos que las autoridades se llevasen a la Princesa de Ukok, que para ellos era Ochy-bala, la heroína de la que hablaban su historias y leyendas tradicionales.
En el año 2012 fue por fin devuelta a la República de Altái, donde se exhibe en el Museo Anokhin junto con una reconstrucción de la cámara funeraria y su contenido. Curiosamente, análisis de ADN demostraron que la Princesa tenía poco que ver con las poblaciones altáicas modernas.
Para algunos investigadores la Princesa de Ukok era de rasgos claramente caucásicos, mientras que otros opinan que debió tener características mongoles. Las reconstrucciones faciales realizadas no han gustado demasiado en la zona del hallazgo, por considerarlas demasiado “europeas”.
Las excavaciones en el túmulo de Ukok están prohibidas desde hace años, aunque se sabe con bastante certeza que hay más artefactos dentro de la tumba. Por desgracia, el cambio climático podría destruir estos restos antes de que puedan ser recuperados algún día.
FUENTES
Siberian Times, Siberian Princess reveals her 2,500 year old tattoos
PBS, Ice Mummies: Siberian Ice Maiden
Siberian Times, Iconic 2,500 year old Siberian princess ‘died from breast cancer’, reveals MRI scan
Wikipedia, Princesa de Ukok
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