El 4 de agosto de 1789 la Asamblea Nacional Constituyente de Francia decretó la igualdad ante la ley de todos los franceses y abolió oficialmente los privilegios feudales para, a finales de ese mismo mes, aprobar la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, dando inicio práctico a la Revolución. La chispa que precipitó esas innovaciones se había producido dos semanas antes: el pánico colectivo a la hambruna que experimentó el campesinado cuando se difundió el rumor de que los señores habían tramado un complot para destruir las cosechas, lo que llevó a organizar milicias y asaltar mansiones. Es lo que se conoce como Grande Peur (el Gran Miedo).
Irónicamente, el movimiento revolucionario había comenzado con un enfrentamiento entre la corona y las clases altas cuando éstas se negaron a aceptar el pago de impuestos que el gobierno quería imponerles para afrontar la crisis económica y financiera que atenazaba el país. Una Francia donde el gran crecimiento demográfico a lo largo del siglo XVIII y la incapacidad estatal para pagar la deuda pública generó una subida de precios superior a la de los salarios, a la par que la pérdida de empleos. La única solución del ministro Calonne fue incrementar la tributación, pero las clases bajas no podían soportar más carga fiscal, así que se propuso que pagaran las altas.
Una asamblea de notables reunida en los primeros meses de 1787 lo rechazó, en lo que se ha dado en llamar la Revuelta de los Privilegiados. La siguiente reunión, a instancias de representantes populares, fue dos años después en los Estados Generales, que no se convocaban desde 1614. Los seiscientos diputados del estado llano igualaban en número a los del clero y nobleza, por lo que esperaban poder aprobar algunas reformas.

No fue así porque el voto no era por persona sino por estamento y, de ese modo, se fueron rechazando todas las peticiones recogidas en los cahiers de doléances (cuadernos de quejas, memoriales con quejas y peticiones redactados por las asambleas locales).
Entonces los diputados del estado llano se reunieron por su cuenta en una sala aparte a la que llamaron Nacional y al contar con miembros de una nueva clase emergente, la burguesía, consiguieron atraer a algunos privilegiados, forzando las cosas al proponer que se declarase rebelde a quien no acudiera.
Era el inicio de lo que en junio pasó a ser la Asamblea Nacional, que un receloso Luis XVI mandó cerrar; inútilmente, ya que los diputados se reunieron en la cercana cancha del juego de pelota y juraron no disolverse hasta dar al país una constitución. El 9 de julio la Asamblea pasó a ser Constituyente. Y entonces llegó el Gran Miedo.

Había caldo de cultivo para ello. El año anterior se había pasado hambre debido a que las cosechas eran malas desde 1783 (a causa del mal tiempo provocado, al parecer, por la erupción del volcán islandés Laki), algo que hizo crecer el pillaje recordando los tiempos en que hordas de bandidos vagaban de un lugar a otro saqueando y sembrando el terror. Eso llevó a que corriera el rumor de que los señores estaban organizando bandas para destruir los campos y debilitar a los campesinos, que habían empezado a organizarse para exigirles una reducción de derechos, fin a la disminución de las tierras comunales y más margen para los arrendamientos.
Asimismo, el bulo se amplió con otros, como la clásica invasión desde algún país vecino, ya fuera el Piamonte o Inglaterra, o incluso varios de ellos aliados; la propia Asamblea Constituyente aceptó el relato. Entretanto, se disparó el precio del precio del pan y se derrumbó el del vino, arruinando a los viticultores de Burdeos, Borgoña y el Languedoc. A lo largo de 1788, braceros, peones y jornaleros fueron quedando en el paro y brotaron las primeras revueltas en los mercados. El 14 de julio la situación eclosionó con la toma de la Bastilla y una marcha de las mujeres hacia Versalles para protestar ante palacio.
Era todo un cambio, pues hasta entonces el campesinado consideraba al rey como un protector al que acudir frente a los abusos de los señores, dado el enfrentamiento que se había producido entre la corona y los privilegiados. Aun así, antes de 1789 no hubo apenas acciones contra éstos o fueron muy localizadas (las journées des tuiles en Grenoble, las journées des bricoles en Rennes), no constituyendo un movimiento contra el estamento sino contra personas concretas. Fue el Gran Miedo el que aportó la novedad de la generalización, contextualizado en la incertidumbre y el vacío de poder causados por el proceso revolucionario, ya que muchos gobernantes locales abandonaron sus puestos.

El pánico comenzó en el Franco Condado y se fue extendiendo en todas direcciones en cadena en seis oleadas. Los campesinos se organizaron en grupos armados para defenderse y eso agravó la situación, al ser confundidos en otros sitios con las bandas de las que se pretendían proteger. Ese desconcierto reinante ha llevado a algunos historiadores a sugerir una causa más tangible para la reacción al Gran Miedo: el cornezuelo del centeno, un hongo que produce alucinaciones y era frecuente en la harina de la época; en los años que había buenas cosechas el cereal infectado se desechaba, pero con escasez los campesinos no podían permitirse tirar nada, con el consiguiente riesgo.
Sea como fuere, cuando grupos armados asaltaron haciendas y conventos para, aprovechando la ocasión, quemar los títulos de propiedad y los libros terriers (donde se registraban los contratos, servidumbres, deudas y obligaciones que les subordinaban a los señores), los rumores de destrucción se propagaron por parte de quienes viajaban de un pueblo a otro (comerciantes, médicos, parteras…).
Y una vez que se vio que de los temidos bandidos e invasores no había ni rastro, se construyó un segundo infundio: todo era un invento difundido por la nobleza para desestabilizar mientras acaparaba los cereales para especular con su precio.
La consecuencia fue que se pasó de destruir archivos a mansiones y abadías, aunque a veces también se producían ataques personales; no obstante, la mayor parte de las veces se trató de agresiones y únicamente se conocen tres casos de asesinato. No se trataba de un movimiento dirigido sino espontáneo, improvisado y sin relación entre un punto y otro, por eso en algunos lugares el objeto de la ira eran sólo los nobles mientras que en otros se extendía a otras gentes acomodadas, fueran o no de sangre azul (clérigos, recaudadores, funcionarios, granjeros ricos…) y en unos pocos ni siquiera hubo revuelta e incluso los campesinos pidieron protección a los señores.

En realidad, no sólo los agricultores pobres participaron en los disturbios; también lo hicieron los adinerados, artesanos, tenderos, molineros… En general, todo aquel que estaba interesado en la desaparición del régimen señorial, verdadero objetivo, de ahí que una burguesía deseosa de un nuevo sistema socioeconómico también tomara parte, igual que hizo tomando el timón de la Revolución. Ésa era una diferencia respecto a motines de épocas anteriores como la de los Croquant y la de la Grande Jacquerie; otra, que ahora tenía un alcance nacional en vez del regional acostumbrado.
La Asamblea Nacional Constituyente entendió cuál era el motivo de fondo del Gran Miedo: no había bandidos (los estudios actuales revelan que había labradores, aparceros, viticultores, tejedores, carpinteros, canteros, toneleros, etc) sino oposición al régimen imperante y, como decíamos al principio, el 4 de agosto de 1789 decretó la abolición de todo derecho feudal (servidumbre personal, diezmos, justicia señorial) estableciendo la igualdad ante la ley y los impuestos: Libertad, Igualdad, Fraternidad fue el lema elegido. En 1792 aprobaría una amnistía que puso fin a las condenas derivadas de la feroz represión aplicada por las milicias que había organizado una asustada burguesía.
Y es que esas milicias, creadas para protegerse del incierto peligro, fueron el germen -especialmente la de París- de la Garde Nationale (Guardia Nacional), cuerpo de voluntarios creado aquel mismo verano de 1789 para garantizar el orden ante la desconfianza que generaba la concentración de tropas en la capital por orden del rey.
En esencia, se trataba del pueblo armado y tanto la policía como los jueces y los municipios debían someterse a él. Los primeros aristócratas y sacerdotes que intuyeron el peligro que se avecinaba optaron por exiliarse, recibiendo el apodo de émigrés. Se había desencadenado la Revolución Francesa.
FUENTES
Albert Soboul, Problemas campesinos de la revolución, 1789-1848
Micah Alpaugh, The People’s Revolution of 1789
Timothy Tackett, La Grande Peur et le complot aristocratique sous la Révolution française
Georges Lefebvre, La Grande Peur de 1789
Wikipedia, Gran Miedo
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