A lo largo de su dilatada historia, Roma se apuntó numerosas victorias militares que la permitieron crecer, expandirse y dominar casi todo el mundo conocido en la Antigüedad. Pero también sufrió derrotas y algunas resultaron especialmente dolorosas por las circunstancias en que se produjeron. Una de ellas, seguramente de las peores por la humillación que implicó, fue la de las Horcas Caudinas: cercado por los samnitas en una estrecha garganta, un ejército entero tuvo que rendirse y pasar bajo un vejatorio yugo formado por tres lanzas cruzadas. El astuto líder que logró aquel triunfo se llamaba Cayo Poncio y fue antepasado del famoso Poncio Pilato.

No hay muchos datos sobre él, salvo que nació en un año incierto en Avellino (a unos cuarenta kilómetros de Nápoles, en la actual región italiana de Campania), que en aquel siglo IV a.C. era territorio perteneciente a Samnio. Allí habitaban los samnitas, un grupo de tribus sabelias que se habían establecido entre el 800 a.C. y el 600 a.C., permaneciendo en el lugar hasta su derrota por los romanos en el 290 a.C. (aunque luego todavía brindaron apoyo a enemigos de Roma como Pirro o Aníbal y se enfrentaron a ella en la Guerra Social, obligándola a poner fin al problema y absorberlos definitivamente concediéndoles la ciudadanía en el 89 a.C., por la Lex Plautia Papiria).

El padre de Cayo se llamaba Herenio Poncio. Tito Livio le describe como una persona sabia y estratega de primer nivel; tanto que se le consultó qué hacer con los romanos copados en las Horcas Caudinas y él recomendó dejarlos marchar sanos y salvos o matarlos a todos, aunque no se hizo caso a ninguno de sus consejos, como veremos. Su hijo era un alto magistrado, un meddix tuticus, cargo equiparable al de cónsul de Roma aunque con menos poder ejecutivo, cuando estalló la Segunda Guerra Samnita, una contienda que renovaba la inestabilidad de la península itálica porque apenas hacía dos décadas que había terminado otra.

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La península itálica hacia el año 400 a.C. Crédito: Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Fue ésta la Segunda Guerra Latina, que llegó un siglo y medio después de la primera durando dos años, entre el 340 a.C. y el 338 a.C. La Liga Latina, formada por los pueblos del Lacio, se alarmó ante el renovado expansionismo de Roma y, cuando el Senado rechazó su propuesta de crear una república que aunara a todos en igualdad, se alzó en armas. Junto a los romanos únicamente se alinearon los equites de la Campania, más los laurentes, pelignos y samnitas. Estos últimos pasaban de adversarios a aliados, pues entre el 343 a.C. y el 341 a.C. se habían enfrentado a Roma en la llamada Primera Guerra Samnita, al intervenir ésta en su contra atendiendo una deditio in fidem (entrega de la ciudad a cambio de ayuda) de Capua, atacada por tropas de Samnio.

Finalmente la Liga Latina, derrotada, se disolvió y sus ciudades fueron incorporadas a la República Romana , cada una según las condiciones negociadas. Pero la paz no duró mucho, hasta el 321 a.C., año en el que estalló la Segunda Guerra Samnita por el apoyo romano a Paleópolis (Nápoles) ante las ambiciones samnitas, lo que violaba su compromiso de neutralidad. La fundación de las colonias de Fregelas y Venafrum en la margen opuesta del río Liris, considerado hasta entonces frontera natural entre Roma y el Samnio, supuso la chispa que desató las hostilidades. Los romanos tomaron la iniciativa y basaron su estrategia en ocupar el territorio del rival para ahogarlo.

Durante unos años consiguieron imponerse y hasta lograron acabar con el principal líder samnita, Brútulo Papio, pero el Senado se negó a acaptar a los derrotados como socii, forzándolos a continuar la lucha para derrotarlos por completo. Sin embargo, cuando llegó el momento de dar el golpe decisivo, los romanos se encontraron con un inesperado revés en la citada batalla de las Horcas Caudinas. Este nombre corresponde a un desfiladero que sus cuatro legiones debían cruzar para someter a los samnitas y sobre cuya ubicación exacta no hay acuerdo, aunque la mayoría de hitoriadores creen que probablemente era el valle ubicado entre las actuales localidades de Arienzo, Forchia y Arpaia.

El caso es que las tropas de los cónsules Espurio Postumio Albino y Tito Veturio Calvino, que sumaban unos cuarenta mil hombres según Dionisio de Halicarnaso y cincuenta mil según Apiano (los cálculos modernos reducen esas cantidades a un tercio), atravesaron el primer desfiladero, salieron a una llanura y cuando se disponían a entrar en el siguiente lo encontraron bloqueado con grandes piedras y troncos por los samnitas, quienes les cerraron también el que acababan de dejar atrás encerrándolos. Todo era el resultado de una magistral táctica ideada por Cayo Poncio, nombrado nuevo jefe tras la pérdida de Papio.

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Posibles ubicaciones de la batalla. En líneas blancas aparecen los valles y mesetas donde pudo suceder. En línea gris, la Via Apia. En letras rojas las ciudades antiguas (con sus nombres actuales). Crédito: Decan / Wikimedia Commons

Poncio ya había demostrado anteriormente su capacidad venciendo al enemigo en enfrentamientos menores. Había hecho del manípulo -una unidad compuesta por dos centurias de ochenta hombres cada una- la base de su ejército, que habitualmente contaba con unos ocho mil infantes y novecientos jinetes. La formación en manípulo dio tan buenos resultados -conquistó Canusium y Gnaitha, además de vencer a las tropas de Cornelio Léntulo pese a que eran superiores en número- que los romanos terminaron adoptándolo y seguiría vigente dos siglos, hasta que Cayo Mario lo sustituyó por la cohorte en su célebre reforma militar.

Las victorias de Poncio no habían sido suficientes para detener el avance de sus adversarios por el Samnio, pero un golpe de suerte le permitió enterarse de que se hallaban cerca de Calacia e ideó una estratagema de desinformación: diez soldados samnitas fueron enviados para difundir el falso rumor de que su ejército estaba en Apulia, asediando Lucera. Entonces Postumio Albino y Veturio Calvino emprendieron la marcha hacia allí, pensando tomar por sorpresa a los sitiadores. Para ello debían pasar por las Horcas Caudinas, donde, como vimos, cayeron en la trampa de pleno.

Los dos cónsules no sabía si intentar asaltar los farallones a la desesperada, muriendo en el intento si era necesario, o rendirse. Lo curioso es que tampoco los samnitas tenían claro qué hacer con aquellos miles de soldados que estaban a su merced. Como decíamos antes, Herenio fue consultado al respecto, pese a que ya estaba retirado. Cuando sugirió que se les dejase ir, sus compañeros se negaron; entonces propuso aniquilarlos y, aunque le tomaron por loco, le permitieron incorporarse al consejo de guerra. Allí explicó que la primera opción seguramente permitiría ganarse su amistad y la segunda obligaría al Senado organizar un nuevo ejército, lo que les llevaría mucho tiempo.

Para Herenio no cabía una tercera vía, pero fue precisamente lo que eligieron los samnitas: permitirían marchar a los romanos pero previa humillación. El anciano replicó que «ésa es justo la política que ni procura amigos ni libra de enemigos», advirtiendo además de que «los romanos son una nación que no sabe callar ante la derrota. Cualquiera que sea la desgracia de este presente, las quemaduras extremas en sus almas les irritarán allí para siempre y no les permitirán descansar hasta que se los hayan hecho pagar muchas veces». A continuación regresó a su casa y ahí terminó su paso por la Historia.

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Los romanos bajo el yugo en las Horcas Caudinas, cuadro de Marc-Charles-Gabriel Gleyre (1858). Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Entretanto, los legionarios seguían confusos. Intentaron varias veces romper el cerco sin lograrlo mientras poco a poco iban quedándose sin víveres. Finalmente tuvieron que ceder ante la realidad y enviar mensajeros solicitando negociar. Poncio les informó de que estaban derrotados de facto y si querían salvar la vida debían entregar las armas y armaduras, vistiendo sólo las túnicas para pasar a rastras bajo un simbólico yugo formado por tres de sus propias lanzas. Asimismo, se les exigía abandonar el Samnio y evacuar todas las colonias fundadas en él, que quedarían como foederati suyas.

Las condiciones eran humillantes, un insulto, pero no había más remedio que aceptarlas porque, como recordó a los cónsules uno de sus legados, Lucio Léntulo, si luchaban hasta morir quedarían como héroes… al precio de dejar Roma indefensa. Así pues, Poncio se quedó con seiscientos equites como rehenes y el resto de legionarios tuvieron que tragarse su orgullo porque, cuenta Tito Livio, «habían sido derrotados sin recibir una sola herida, ni usar una sola arma, ni librar una sola batalla, no se les había permitido sacar la espada ni enfrentarse al enemigo; se les había dado valor y fuerza en vano».

El regreso de los soldados fue patético. Tuvieron que entrar en Roma de noche, se decretó duelo público y se destituyó a los cónsules, iniciándose un rosario de nombramientos sucesivos que no terminó hasta que quedaron designados Quinto Publilio Filón y Lucio Papirio Cursor. Este último acreditaba como mérito principal haber resistido exitosamente el asedio a Lucera que siguió a las Horcas Caudinas. No obstante, el hombre que pondría fin a la carrera de Poncio fue Quinto Fabio Máximo Ruliano, que primero fue nombrado interrex (regente, en este caso aplicado al período interconsular) logrando contener a los samnitas para después pasar a ser dictador.

Como tal gozaba de plenos poderes, lo que pensaba que le vendría a la medida para enfrentarse a Poncio sin depender de otros. Para ello envió un ejército al mando de Quinto Aulio Cerretano. Sin embargo, el samnita le derrotó contundentemente en el 315 a.C., en la batalla de Lautulae, un estrecho paso entre el mar y las montañas al este de Terracina donde las legiones romanas demostraron una excesiva bisoñez por haber sido reclutadas en una apurada leva. Superadas por el enemigo, rompieron filas en desbandada y Cerretano prefirió morir allí, cayendo en combate.

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El tullianum, la estancia inferior de la cárcel Mamertina. Crédito: fortherock / Wikimedia Commons

Los samnitas se apoderaron de la mitad meridional de los dominios de Roma, mientras ésta concentraba sus fuerzas para defender la septentrional y la ciudad misma. Ahora bien, Poncio no supo sacar toda la ventaja a aquella favorable situación y Ruliano, que en el 313 a.C. renovó su dictadura para en el 310 a.C. recibir el consulado, fue poco a poco recuperando terreno. Primero venció a los etruscos, aliados de los samnitas, adueñándose de Apulia y forzando a los segundos a negociar por Campania: podrían conservarla a cambio de paz.

Una paz que duró apenas seis años. En el 298 a.C. los samnitas organizaron una gran coalición antirromana, a la que se sumaron etruscos, umbros, lucanos e incluso celtas, para iniciar una tercera guerra. Roma se enfrentó a ella con astucia, enfrentándose a cada rival por separado e imponiéndose definitivamente en Sentino, en el 295 a.C. Eso supuso la rendición etrusca y el principio del fin para las aspiraciones de victoria de los samnitas, quienes experimentaron un duro revés tres años más tarde, cuando Ruliano logró capturar a Cayo Poncio; fue decapitado en la Cárcel Mamertina con un hacha, símbolo de la ciudad de Roma.

Cabe decir que esa fecha, tan posterior a la batalla de las Horcas Caudinas, hace sospechar a los historiadores que quizá ese Cayo Poncio no era del que estamos hablando sino su hijo. Resulta curioso que esa dinastía terminase incorporándose a la clase dominante romana, alumbrando a algunos personajes históricos posteriores como Poncio Pilato, miembro del ordo equester nacido probablemente en el Samnio. Otros no tuvieron tanta suerte. Los samnitas capitularon definitivamente en el 290 a.C. y sufrieron la venganza implacable que había predicho Herenio: destrucción, deportaciones masivas, separación entre tribus…



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