A la capilla del Corpus Christi de la catedral de Toledo también se la conoce como Capilla Mozárabe porque el cardenal Cisneros dispuso en 1504 que fuera destinada a celebrar el culto según el rito homónimo, el hispanogodo que habían conservado los cristianos que quedaron en territorio musulmán y que únicamente perduraba en esa ciudad. Por eso fue el lugar elegido en 2017 para acoger los restos mortales de dos reyes visigodos, Recesvinto y Wamba, habiendo cada mes de septiembre exequias fúnebres en su memoria. Resulta curioso que nadie lleve hoy el nombre del segundo, considerado el último gran soberano visigodo, aunque no es un caso único.
Porque si bien parte de los titulares de aquella monarquía tienen representación nominativa entre algunos ciudadanos españoles según el INE (Instituto Nacional de Estadística), caso de Ataúlfo, Teodorico, Eurico, Leovigildo, Recaredo, Gundemaro, Sisenando, Recesvinto, Ervigio y Rodrigo (más Liuva, aunque curiosamente no lo llevan hombres sino medio centenar de mujeres), no los hay que se llamen Sigerico, Walia, Turismundo, Alarico, Gesaleico, Amalarico, Teudis, Teudiselo, Agila, Atanagildo, Witerico, Sisebuto, Suintila, Chintila, Tulga, Chindasvinto, Égica ni Witiza (o su frecuencia es inferior a veinte para el total nacional o a cinco por provincia, por lo que no aparecen registrados).
Volvamos a Wamba, con el que hay que insistir en el nombre porque en lengua gótica significa «panza grande» o «panzón», así que se supone que pudiera ser un apodo. De ser así no se sabe cuál era su verdadero nombre, ya que las fuentes siempre le citan como Wamba: así lo hacen Julián de Toledo en su Historia Wambae regis y las decisiones del XI Concilio de Toledo del año 675, cuando llevaba tres reinando. Había subido al trono el 1 de septiembre de 672, cuando ya tenía una edad avanzada, razón por la que en un primer momento rechazó el trono; tengamos en cuenta que la monarquía visigoda no era hereditaria sino electiva, al menos en teoría.

La nobleza le aclamó al verle llorar conmovido en el funeral de su predecesor, Recesvinto, obligándole a aceptar la designación casi por la fuerza. Él sólo transigió si la coronación se hacía en Toledo en vez de en Gérticos (pueblo de Valladolid donde el difunto monarca tenía una villa de descanso y que actualmente se llama Wamba en su honor) para que nadie pusiera en duda su legitimidad. De ese modo, se convirtió en el primer rey occidental en ser coronado y ungido (aplicación ritual de aceites perfumados benditos) de esa forma, ochenta y dos años antes de que el rey franco Pipino el Breve le imitase para legitimarse también
El obispo metropolitano Quirico fue el encargado de realizar la ceremonia en la iglesia pretoriense de San Pedro y San Pablo veinte días después, en una de las pocas fechas de la vida de Wamba hasta entonces de la que hay constancia segura. Y es que no se sabe ni cuándo nació, calculándose entre los años 630 y el 633 d.C. La tradición dice que fue en Egitania, que es como llamaban visigodos y suevos a una ciudad romana que hoy se conoce como Idanha-a-Velha, en Portugal. Otra habla de la parroquia gallega de Santa María de Dozón, en Pontevedra. Y una tercera cita Buxarra (actual Pujerra, en Málaga) o, más concretamente, un poblado cercano denominado Cenay.
En ese sentido, existen dos leyendas sobre el origen de Wamba. En la primera es hijo del monarca homónimo, que habría dejado embarazadas a dos damas de la corte. Para evitar un escándalo, éstas dejaron la capital y se escondieron en un pueblo andaluz de boscoso entorno -es curioso que el pueblo de Pujerra esté rodeado de castaños- donde dieron a luz a sus bebés. Tiempo después, fallecido el monarca, llegaron unos soldados en busca del heredero y lo identificaron gracias a que su madre, que le había puesto a su vástago Wamba de nombre, le llamó para que acudiera.

En la segunda leyenda Wamba es un anciano terrateniente, preocupado sólo de trabajar, al que eligen rey y él lo rechaza diciendo que aceptará si germina un bastón que clava en la tierra. Por supuesto, el cayado se convierte en una planta y él no tiene más remedio que acompañarles a la corte, donde intenta evitar el nombramiento. Eso hace que los duces, espada en mano, le amenacen con matarlo y así no le queda más remedio que asumir su destino. El florecido bastón allí quedó, convirtiéndose en un olivo, cerca del monasterio de Nossa Senhora da Oliveira, en Guimaraes.
Como se ve, sea auténtico o legendario, hay un vínculo entre Wamba y ese distrito portugués. Es probable que al personaje se refirieran las crónicas cuando mencionan a un Vir ilustris («Hombre ilustre», título que, junto al ligeramente inferior de Vir spectabilis –«Hombre admirable»– sustituyó al de Vir clarissimus –«Hombre excelentísimo»– para honrar a los senadores en la Roma tardía y Constantinopla) que, por encargo del rey Recesvinto, se encargó de hacer público el testamento de San Martín de Braga durante un concilio celebrado en dicha ciudad.
Los genealogistas modernos sugieren que era de familia real, pero venida a menos; quizá hijo de Tulga, quien reinó un par de años entre el 640 y el 642 nombrado por su padre Chintila (que, por tanto, sería el abuelo de Wamba), nepotismo que generó oposición y finalmente su derrocamiento a manos de Chindasvinto. En cualquier caso lo que parece claro es que la sucesión solía ser tempestuosa, tanto si se hacía por herencia como si era por elección, ya que, al poco de estrenar mandato, Wamba se encontró con otros candidatos que se postularon para dar el relevo a Recesvinto y protagonizaron rebeliones abiertas.

La primera tuvo lugar mientras el soberano se hallaba en Cantabria enfrascado en la tarea de reprimir un intento de invadir la región que habían realizado los vascones creyendo que la sucesión visigoda desembocaría en caos. El nuevo soberano se desplazó animoso al norte para combatirlos, dando ejemplo y borrando cualquier impresión de que su avanzada edad era un impedimento. Pero estando allí llegó la segunda mala noticia, bastante más grave: Ilderico, comes (conde) de Nimes, impugnaba la designación real con el apoyo del abad Ranimiro más Gumildo y Wilesio, obispos de Maguelonne y Adges respectivamente; también de buena parte de la población -más fusionada con los godos que la hispana- y de los francos.
Ocurría en la Septimania, que corresponde aproximadamente con la actual región francesa de Languedoc-Rosellón desde los Pirineos hasta el Ródano, y en la parte oriental de la Tarraconense hispana. Los romanos le habían cedido a Teodorico II esa zona como parte de un acuerdo para que la defendieran de posibles invasiones bárbaras; el territorio se incorporó entonces al Reino Visigodo de Tolosa primero y después, tras caer éste a manos de los francos en la batalla de Vouillé (507 d.C.), al de Toledo. Wamba mandó al dux Flavio Paulo, quizá general romano a su servicio o quizá un godo de nombre romano, a poner orden; pero el enviado vio la ocasión y en vez de sofocar la revuelta inició otra en su propio nombre.
Enseguida se le adhirieron Ranosindo e Hildigio, dux de la Tarraconense y gardingato (funcionario de palacio) respectivamente, a los que se sumó el mismo Ilderico, proclamándole Rex Orientalis con capital en Narbo (Narbona). Paulo organizó un fuerte ejército reclutando tropas entre los mencionados vascones, galorromanos e hispanorromanos, recibiendo asimismo sostén de la comunidad judía local y refuerzos sajones aportados por el soberano franco Childerico II. No está claro si el rebelde pretendía apoderarse de todo el reino o le bastaba con la Septimania y la Tarraconense (lo más probable, pues en una carta se dirigió a Wamba como Rex Meridionalis), pero sí que Wamba tenía que reaccionar antes de que la situación se volviera irreversible.

Por tanto concluyó rápida y contundentemente la campaña cántabra en siete días, tomó en persona el mando de sus fuerzas y marchó con inusitada velocidad sobre la Tarraconense. Su súbita presencia bastó para que muchas localidades sublevadas volvieran a ponerse de su lado, pues eran de gente hispana, no gala. A continuación dividió a sus fuerzas en tres turmas (unidades) que atacaron por otros tantos puntos del Pirineo mientras él dirigía una cuarta por la costa. Esa combinación le permitió reconquistar las fortalezas de Colliure, Vulturario y Llívia, en las que además se hizo con un rico botín en metales preciosos. Poco después ya había recuperado Tarragona, Barcelona, Gerona. Paulo se retiró a Nimes, dejando la defensa de Narbona a cargo del general Witimiro.
Pero éste no pudo resistir el embate de Wamba, que tomó la ciudad y continuó su imparable ofensiva poniendo sitio a la Arena de Nimes, el antiguo anfiteatro romano reconvertido en fortaleza en el siglo V. Los insurrectos capitularon dos días más tarde, el 2 de septiembre del 673, tras un enfrentamiento entre ellos. Wamba regresó victorioso a Toledo llevando consigo una gran cantidad de prisioneros. A los que no eran visigodos se les permitió irse; los cabecillas, medio centenar, fueron excomulgados y condenados a muerte, pero el rey les perdonó la vida; ni siquiera mandó cegarles, como preveía la legislación. Entre ellos estaba Paulo, exhibido por las calles en un triunfo a la romana en el que iba vestido con andrajos, habiendo sido sometido a la humillación de raparle o tonsurarle la cabeza -lo que le inhabilitaba para reinar- y portando una sarcástica corona de cuero.
El rey aprovechó su estancia en Elna, en la Septimania pirenaica, para renovar con gente de confianza a los mandos provinciales y fijar los límites de dicha diocésis, que solían ser motivo de discordia entre los obispos. También ordenó trasladar a una cripta de la catedral de Palencia las reliquias de San Antolín de Pamiers, diácono visigodo martirizado en Toulouse a finales del siglo V por negarse a abrazar el arrianismo. Y así, pacificado el reino, pudo centrarse en las tareas de gobierno, empezando por prevenir nuevos intentos de usurpación o cualquier otra alteración del orden adoptando una serie de medidas defensivas.
La primera y más controvertida fue la reorganización del ejército mediante una ley militar que, en casos de invasión o sublevación, obligaba a todos, incluyendo nobles y eclesiásticos, a acudir en ayuda del estado con prestación personal o aportando tropas so pena de muerte, confiscación de bienes y exilio. La medida tenía como objetivo frenar las deserciones, habituales ante el peligro porque el grueso del pueblo no se implicaba en la defensa ante el peligro por no ser visigodo sino hispanorromano, algo que también obligó a Wamba a hacer reclutamientos forzosos e incluso manumitir esclavos para engrosar los efectivos del ejército. Como cabía imaginar, la ley fue mal recibida y el siguiente monarca, Ervigio, tendría que suavizarla.

Igualmente mandó reconstruir las murallas romanas que protegían la ciudad, añadiéndoles puertas monumentales rematadas por torres que albergaban capillas dedicada a los santos patronos, transformados así en defensores de la capital. Del mismo modo, fortificó otros sitios; entre ellos Hondarribia, que constituía un estratégico puesto de vigilancia desde la bahía de Vizcaya hasta los Pirineos. Y es que nunca faltaban enemigos al acecho. Los runcones, un pueblo astur que insistía en luchar por su independencia desde el siglo V, fueron finalmente sometidos. Pero apareció una nueva amenaza exterior: los sarracenos.
La Crónica Rotense o Crónica de Alfonso III, que narra la historia peninsular desde el reinado de Wamba hasta el de Ordoño I de Asturias, cuenta que doscientas setenta naves atacaron el litoral hispano cerca de Algeciras, siendo rechazadas e incendiadas. Sin embargo, esa obra se escribió doscientos años años más tarde de los hechos y ninguna otra fuente los menciona. Por otra parte, la Crónica Mozárabe o Crónica del 754 dice que los musulmanes ya llevaban tiempo haciendo incursiones en Andalucía; al estar compuesta en el siglo VIII, hay quien opina que se refiere más bien a la etapa del rey Rodrigo.
Otro de los aspectos destacados del reinado de Wamba fue la política religiosa. Empezó intentando poner fin a la presencia de la fe judía en la Península Ibérica, en parte como venganza por su apoyo a la insurgencia de Ilderico y Flavio Paulo. Para ello ordenó secuestrar niños que debían ser bautizados y catequizados a la fuerza, cambiándoseles sus nombres por otros cristianos. De hecho, se cree que parte de las veintiocho leyes antijudaicas promulgadas por Ervigio, el sucesor de Wamba, habían sido redactadas en tiempos de éste: obligatoriedad del bautismo, prohibición de la circuncisión, veto a la posesión de esclavos cristianos, proscripción de fiestas hebreas…

En el 675 se convocó el III Concilio de Braga, del que salieron ocho decretos sobre el ritual, el manejo de los vasos sagrados, quién podía o no convivir con un sacerdote, las formas inaceptables de castigo para el clero y las formas inaceptables de pago para los clérigos. Ese mismo año se celebró otro concilio en Toledo, el XI, en el que se tratron temas como la disciplina eclesiástica, el establecimiento de un sínodo provincial en la Cartaginense, la unificación del canto de los salmos y las sanciones para los obispos que mantuvieran relaciones con damas de la nobleza palatina. También se trató cómo atajar la simonía (venta de lo espiritual, ya sean cargos, reliquias, sacramentos, etc).
Aquella profusión de sediciones, ataques y descontento terminó por agotar a un rey que, recordemos, era ya anciano cuando se coronó. Abdicó en octubre del 680, quizá enfermo o envenenado, pues las dos versiones de la Crónica de Alfonso III (tanto la versión Rotense como la Ad Sebastianum) cuentan que, estando en la localidad burgalesa de Pampliega, el comes Ervigio, miembro del officium palatinum, le administró una ponzoña lo suficientemente fuerte como obligarlo a retirarse a un monasterio, quizá el de Pampalica (hoy Pampliega). Allí parecía próximo a morir, por lo que recibió la penitencia, fue tonsurado y vestido con hábito monacal, lo que, de acuerdo con el VI Concilio de Toledo, le incapacitaba para continuar en el trono aún cuando se recuperase.
Una leyenda más dice que lo que hizo Ervigio fue dormirlo con esparteína -un alcaloide sedante- y tonsurarlo personalmente; al despertar no le quedó más remedio que renunciar y retirarse para vivir como monje sus últimos años. Sea como fuere, asumiendo su crítico estado, firmó la entrega de la corona a su sucesor, el propio Ervigio, hijo de una sobrina de Chindasvinto y por tanto primo de Recesvinto. Lo acelerado del proceso y lo raro de que no hubiera una elección invita a deducir que, efectivamente, hubo una conspiración palaciega, aunque esa misma rapidez parece descartar un envenenamiento.
La alta jerarquía eclesiástica se avino a certificarlo todo, incluyendo a Julián de Toledo, arzobispo de esa ciudad tras suceder a Quirico. Era un teólogo de renombre (comparado con San Isidoro, acabaría canonizado, conservándose sus restos mortales en la cripta de Santa Leocadia de la catedral de Oviedo y dando nombre a una célebre iglesia prerrománica asturiana, San Julián de los Prados), poeta e historiador, tan cercano a él que fue autor de una Historia Wambae regis en la que narró la sublevación de Paulo. Sin embargo había empezado a alejarse del rey por la insistencia de éste en crear un segundo obispado en la sede toledana, a la par que entablaba amistad con Ervigio y se adaptaba así a la cambiante realidad.

Otra teoría dice que el nuevo monarca no formaba parte de la trama y fue nombrado por el propio Wamba en su último momento de lucidez contra el candidato que pretendían los conjurados, pidiéndole que le tonsurase a cambio de cederle la corona. Eso explicaría por qué durante su reinado Ervigio se iba a encontrar con una fuerte oposición, lo que le obligó a legitimarse en dos concilios, el XII en 681 y el XIII en 683, y a casar a su hija Cixila con Égica, un sobrino de Wamba que le era hostil, para atraérselo (de hecho, terminaría sucediéndole en el 687).
Sí parece cierto que Wamba se retiró al monasterio de Monjes Negros de San Vicente, en Pampliega, donde falleció siete años después, en el 688. Fue enterrado allí mismo, ante la puerta del cenobio, y su cuerpo permaneció en el lugar hasta el siglo XIII, cuando Alfonso X el Sabio ordenó su traslado a la iglesia de Santa Leocadia, ubicada junto al alcázar, junto con el de Recesvinto. En el siglo XIX, durante la Guerra de la Independencia, soldados franceses profanaron los dos sepulcros y hubo que esperar a que en 1845 la reina Isabel II dispusiera que se llevasen los restos a la sacristía de la catedral toledana, a la capilla del Ochavo después y a la del Corpus Christi definitivamente.
Terminemos, cómo no, con una última leyenda. Cuentan que, durante el asedio de Nimes, Wamba salió de caza y descubrió una cierva a la que persiguió hasta una gruta. El rey disparó su arco pero no alcanzó al animal sino a un ermitaño que habitaba en la cueva y ante el que los sabuesos quedaron paralizados. Resultó que aquel hombre compartía morada con la cierva y además vivía tan asuteramente que según alguna versión se alimentaba sólo de la leche que ella le daba. Conmovido, Wamba mandó curar su pierna herida por la flecha, aunque no se pudo evitar que quedara cojo de por vida.
Para compensarle, el rey le ofreció erigir allí un monasterio, a lo que el otro se negó. Pero pronto se difundió la historia y su fama de milagrero, que convirtió aquel sitio en objeto de peregrinaciones y a él le supuso ser proclamado santo. Se trataba de San Gil de Atenas (también llamado San Egidio), hoy patrono de los lisiados y madres lactantes. Y, sí, tiempo después se construyó una abadía románica que sería el origen del pueblo de Saint-Gilles, que está declarada Patrimonio de la Humanidad y a la que acuden a rezar las mujeres que desean quedar embarazadas.
FUENTES
Julián de Toledo, Historia del rey Wamba
Juan Gil Fernández (ed.), Crónicas asturianas: Crónica de Alfonso III (Rotense y «A Sebastián»). Crónica Albeldense (y «Profética»)
Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, Wamba
Charles Morris, The good king Wamba
José Soto Chica, Los visigodos: Hijos de un dios furioso
Wikipedia, Wamba (rey)
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