Como casi todo el mundo sabrá, secuoya es como se llama a un árbol gigante típico de la Sierra Nevada californiana (EEUU) que puede superar los cien metros de altura y los diez de diámetro. Con todo, una de sus mayores curiosidades es histórica: su nombre, aportado en 1847 por el botánico austríaco Stephan Endlicher, es un probable homenaje al cherokee homónimo que vivió a caballo entre los siglos XVIII y XIX, y que ha pasado a la posteridad como inventor de un silabario escrito para su idioma. Gracias a él y a su invento, su pueblo alcanzó una tasa de alfabetización que rondó el cien por cien, superior incluso a la de los colonos blancos de aquellos tiempos.

Los cherokee constituían lo que los blancos denominaban una de las cinco tribus civilizadas, junto con los chickashaw, choctaw, creek y semínolas. Los consideraron así por haber adoptado muchos rasgos culturales anglosajones, como el cristianismo, la alfabetización en inglés, los matrimonios mixtos con blancos, la esclavitud de afroamericanos, un gobierno centralizado… Los cherokee en concreto, que eran los más numerosos del país, habitaban un territorio situado entre Carolina del Norte, Carolina del Sur, Tennessee, Georgia y Alabama, aunque sus buenas relaciones con los colonos no impidieron que terminaran deportados a Oklahoma.

No se sabe si llevaban allí desde la prehistoria o llegaron más tarde, en el siglo XV, aunque los expertos creen que emigraron al sureste desde la región de los Grandes Lagos hace unos tres mil años. En lo que sí hay acuerdo es en que su lengua era iroquesa, la única que queda de ese grupo, y exclusivamente oral, como pasaba con las de todos los indígenas de Norteamérica.

Trail of Tears Sendero lágrimas
Territorios originales de las cinco tribus civilizadas y su nueva ubicación en Oklahoma tras la Indian Removal Act (1836-1839). Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

De hecho, los cherokee veían la escritura como una forma de brujería o, en todo caso, como un don mágico especial. Y dado que se trataba de un idioma polisintético (aquel en el que las palabras están compuestas por muchos morfemas), su aprendizaje resultaba muy dificultoso para quien no empezara desde la infancia.

Y ahí es cuando aparece Secuoyah; no el árbol, sino el hombre. Como suele pasar con los personajes históricos de pueblos indígenas, apenas se sabe nada de él: ni fecha ni lugar de nacimiento. La falta de documentación al respecto obliga a recurrir a la poco fiable tradición oral, que proporciona algunas anécdotas biográficas que permiten ir reconstruyendo su vida. Según datos proporcionados por un primo suyo, se calcula que debió de nacer entre 1760 y 1776, probablemente en Tuskegee, actualmente una ciudad del estado de Alabama que antaño pertenecía a Tennesee, pasando la infancia con su madre, Wut-teh, a la que su padre había abandonado.

Eso al menos parece lo más lógico, teniendo en cuenta que el cherokee era un sistema de parentesco matrilineal, por lo que el clan materno era el que se ocupaba de cuidar de los niños de la familia. Wut-teh sería pariente cercana de un jefe y si bien se ignora cuál, parece que los expertos debaten entre dos candidatos, ambos hermanos: Reyetaeh, más conocido como Old Tassel (Borla Vieja), que logró mantener a su tribu al margen de las Guerras Chickamauga (las que enfrentaron a los cherokee con los recién independizados estadounidenses), e Incalatanga, también llamado Doublehead (Cabeza Doble), un temible líder guerrero chickamauga (así se llamaba a los belicistas).

Sequoyah alfabeto silabario cheroqui
Una estatua de Sequoyah en los terrenos de la Cabaña de Sequoyah en Sallisaw. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Al niño le pusieron por nombre Secuoyah, que seguramente deriva de los términos cherokee Sikwă (cerdo o zarigüeya) y vi (lugar), considerándose una posible alusión a una deformidad o discapacidad que sufría, bien congénita, bien por alguna lesión posterior. Respecto a esta segunda hipótesis, se dice que el niño quedó cojo a temprana edad, quizá en una batalla, quizá en un accidente de caza, quizá por una enfermedad (un edema en la rodilla). Sin embargo, un descendiente suyo dice que originariamente le habían puesto Gi sqwa ya, que significa algo así como «Hay un pájaro dentro», y se lo cambiaron por Secuoyah, que se traduciría como «Hay un cerdo dentro», tras incumplir reiteradamente su trabajo en el campo.

Secuoyah aprendió desde pequeño el oficio de comerciante. Fue su madre quien le enseñó, pues regentaba una tienda. El padre era al parecer, un comerciante blanco: para unos, el virginiano de origen suabio Nathaniel Guyst; para otros, el vendedor ambulante alemán George Gist, de quien se sabe que se casó con una cherokee y tuvo un hijo con ella; en la terna figura también Nathaniel Gist, comisionado del Ejército Continental.

Al propio Secuoyah se le llamaba George Gist (o Guess, o Guest). La teoría de que era mestizo fue dada por cierta por el Cherokee Phoenix en 1828 (el primer periódico publicado en lengua cherokee), pero un escritor que decía ser descendiente suyo aseguraba que era un indio pura sangre.

Tampoco se sabe la causa del abandono paterno. El caso es que Wut-teh no volvió a casarse y crió en solitario a su vástago. Como era normal entonces, el niño no fue escolarizado y, al igual que ella, únicamente hablaba la lengua de su pueblo, empleando su tiempo en las tareas agrícolas y cuidado del ganado. Pero, a raíz de la lesión, aquel trabajo tan físico se le hizo más difícil y puede que eso estimulara su imaginación, pues empezó a fabricar menaje para la lechería. Algo que pronto hizo extensivo a otras herramientas -aperos de labranza sobre todo- que vendería en la tienda de su madre, que heredó en algún momento del siglo XVIII.

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Los ochenta y seis caracteres originales del silabario de Secuoyah. El rojo fue finalmente eliminado. Crédito: Kaldari / Wikimedia Commons

Esa habilidad artesana innata derivó hacia la orfebrería a medida que fue creciendo, de manera que ya adulto pasó a ser un joyero muy apreciado por los blancos. Su especialidad era la plata; con monedas de ese metal elaboraba adornos que vendía a los tramperos, además de decorar las espuelas y los bocados de los caballos, que pronto tuvieron gran demanda. El éxito le permitió abandonar la bebida, hábito en el que había caído al establecerse en la ciudad, pero como no sabía leer ni escribir nunca firmó sus piezas, así que hoy es imposible saber si se conserva alguna suya. Y ese analfabetismo fue lo que le estimuló para el que iba a ser su gran logro.

Todos los cheroquis estaban impresionados con lo que llamaban las hojas que hablan, es decir, la escritura. Secuoyah incluso consideraba que era eso lo que daba superioridad al hombre blanco sobre el nativo, el no tener que depender de la memoria y poder comunicarse a distancia, así que su fértil mente empezó a darle vueltas a una insólita idea: desarrollar una manera de que la lengua cherokee pudiera escribirse. Algo nada fácil porque, como decíamos antes, es polisintética: las palabras poseen tantos morfemas que verbos y nombres se juntan en una misma palabra y el orden de éstas es bastante libre.

Así, mientras un idioma europeo requeriría varias palabras para expresar una idea, el cherokee podía hacerlo con una sola, siendo verbos las tres cuartas partes frente al veinticinco por ciento de, por ejemplo, el inglés. Por eso Secuoyah fracasó en un primer intento, en el que probó con un sistema pictográfico que asignaba un carácter a cada palabra, y en un segundo en el que daba un símbolo a cada idea. Finalmente optó por centrarse en las sílabas: dividió cada término en sílabas y asignó un carácter a cada una recurriendo a los alfabetos romano, cirílico y hebreo que le facilitaba la Biblia. De ese modo, obtuvo ochenta y seis caracteres, posteriormente reducidos a ochenta y cinco.

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El retrato que Henry Inman le hizo a Secuoyah en Washington D.C. en 1830. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Cada símbolo representaba una secuencia consonante-vocal o una sílaba, pudiendo escribirse en un diagrama, con las columnas representando cada vocal y las filas cada consonante. Los primeros seis caracteres equivalían a sílabas vocálicas aisladas, viniendo después los de las sílabas consonánticas y vocálicas combinadas.

Fue una ardua labor que empezó en 1809 y no terminó hasta doce años más tarde, en 1821. Entremedias abandonó el cuidado de la granja y la tienda, siendo tomado por loco; su esposa incluso le quemó su obra al principio, aterrada al creer que estaba haciendo brujería y poniendo en peligro la economía familiar.

Pero él perseveró y su hija Ayokeh, que tenía seis años, fue la primera en aprender a leer con el nuevo silabario. Todavía tuvo que superar algún prejuicio, como cuando el jefe de la tribu le separó de la niña, pero ambos podían comunicarse por carta y finalmente la mayoría de los cherokee intervino a su favor, convencidos de la utilidad del invento, pidiéndole que se la enseñara también. Secuoyah se desplazó a Arkansas, donde se habían establecido muchos, e hizo una demostración con estudiantes a los que había iniciado que en pocos meses terminó por disuadir a los más escépticos.

Esto fue repitiéndose en los diferentes asentamientos, pasando el silabario a adquirir oficialidad en 1825 e iniciándose las publicaciones en la lengua cherokee: desde la Biblia y otros textos religiosos a las leyes indígenas, pasando por obras educativas, documentos jurídicos, etc. También se fundó el mencionado periódico Cherokee Phoenix, el primero bilingüe de Estados Unidos. Secuoyah compatibilizaba la enseñanza con su trabajo en la herrería y la salina que había inaugurado en Arkansas. En 1828 viajó a Washington D.C. como parte de una delegación de varias tribus que debía negociar las tierras que se entregarían a los cherokee en el nuevo Territorio Indio de Oklahoma.

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La cabaña de Secuoyah. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

De esa visita a la capital salieron dos iniciativas complementarias y personales. La primera fue la fotografía que se le tomó y que sirvió de base para un retrato al óleo que hoy es la única imagen que tenemos de aquel personaje. La segunda, la decisión de crear un silabario universal que sirviera para que todos los nativos pudieran comunicarse.

Con ese objetivo empezó a viajar por el país, empezando por Arizona y Nuevo México, para entrevistarse con las tribus locales y tomar notas de sus lenguas. Lo que había empezado como el sueño de ver unida a la nación cherokee se ampliaba ahora a todos los nativos americanos.

En 1829 fijó su residencia en Big Skin Bayou, una zona de Oklahoma marcada por el paso del río homónimo, afluente del Arkansas, que muchos cherokee habían elegido para instalarse tras su trágico traslado forzoso por el Sendero de las Lágrimas. Allí construyó su hogar, una sencilla cabaña de troncos que hoy está cerca de Sallisaw y se conoce turísticamente como la Cabaña de Sequoyah, estando protegida desde 1965 como Monumento Histórico Nacional. En 1830 el noventa por ciento de los cherokee ya sabían leer y escribir, lo que era todo un éxito para el creador del silabario, ya que ese porcentaje superaba ampliamente al de los colonos blancos alfabetizados.

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Secuoyah en el Salón Nacional de las Estatuas del Capitolio de los Estados Unidos, obra de Vinnie Ream. Crédito: US Capitol / Dominio público / Wikimedia Commons

Sin embargo, no fue suficiente para unir la nación cherokee. El traslado obligatorio al Territorio Indio no sólo había incluido la prohibición de las lenguas indígenas sino también dividido a la gente entre quienes aceptaron su destino y quienes desobedecieron quedándose en Arkansas, siendo asesinados algunos de los líderes de la primera opción como venganza y sumiendo a todo su pueblo en una sangrienta guerra civil que duró quince años. En ese contexto Secuoyah, elegido representante de los cherokee occidentales, se unió al mestizo Jesse Bushyhead, de los orientales, para solicitar conjuntamente una reunión del consejo tribal con vistas a poner fin a la tensa situación.

Bushyhead se había opuesto a la Indian Removal Act promulgada en 1830 por el gobierno del presidente Andrew Jackson, pero, siendo como era también misionero baptista, no aprobaba la violencia y dirigió personalmente una de las caravanas del exilio. Secuoyah y él lograron la ansiada reunión, celebrada en Takatoka el 20 de junio de 1839; de ella surgió un nuevo consejo que reunificó a todos los cherokee promulgando un Acta de Unión y una nueva Constitución Cherokee. Por supuesto, quedaron algunos irredentos que, organizados en bandas, prefirieron marcharse a México. Secuoyah partió hacia allí en 1842 para convencerlos de que regresaran.

Lo hizo acompañado de su hijo Chusaleta, también llamado Teesy, y de otros compañeros. Primero pasaron un tiempo con los comanches y a continuación cruzaron la frontera para alcanzar Chihuahua, donde al parecer comenzaron a enseñar el silabario a algunos autóctonos. Pero Secuoyah no iba pisar de nuevo EEUU. En el verano de 1843 una infección respiratoria que cogió durante el trayecto a San Fernando de Rosas (actual Zaragoza, en Coahuila) acabó con su vida. Sus acompañantes redactaron un acta de defunción (en el que, curiosamente, se presentaban como «provenientes directamente de los Dominios Españoles») y lo enterraron.

La localización del lugar exacto se perdió con el paso del tiempo y hubo que esperar a que en 1938 una expedición arqueológica patrocinada por la jefatura de la Nación Cherokee diera con una sepultura, aunque nunca se pudo probar que fuera la correcta, al igual que había pasado con otra hallada en 1903. Pero a falta de cuerpo pervive un sustancioso legado, pues otros grupos nativos, no sólo de EEUU sino también de sitios tan alejados como Canadá, Liberia o China, emprendieron la creación de sus propios silabarios inspirándose, dijeron, en el ejemplo de Secuoyah; hasta veintiuno se cuentan.



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