Una investigación liderada por científicos de la Universidad de Southampton, en colaboración con instituciones de Canadá y China, ofrece nuevas pruebas sobre la intensidad y el alcance de la Pequeña Edad de Hielo de la Antigüedad Tardía, un episodio climático ocurrido en el siglo VI que pudo haber desempeñado un papel clave en el colapso del Imperio romano.
El equipo internacional de geocientíficos centró su trabajo en un hallazgo singular: un conjunto de rocas inusuales localizadas en una terraza elevada de playa en la costa occidental de Islandia. Estas rocas, al parecer transportadas hasta allí por icebergs, se vinculan con una breve pero intensa glaciación que se inició hacia el año 540 d.C. y se prolongó durante aproximadamente dos o tres siglos.
Durante décadas, los historiadores han debatido hasta qué punto el enfriamiento climático pudo haber influido en la decadencia del Imperio romano. Este nuevo estudio aporta evidencias físicas que refuerzan la hipótesis de que un episodio de enfriamiento abrupto, aunque de corta duración, pudo haber agravado una situación política y económica ya deteriorada, impulsando migraciones masivas que transformaron el mapa de Europa en aquella época.
En lo que respecta al colapso del Imperio romano, este cambio climático podría haber sido la gota que colmó el vaso, afirmó el profesor Tom Gernon, especialista en Ciencias de la Tierra en la Universidad de Southampton y coautor de la investigación.

Los investigadores sostienen que esta glaciación fue provocada por una serie de tres grandes erupciones volcánicas, cuya emisión de ceniza habría bloqueado la luz solar, provocando un descenso significativo de las temperaturas a escala global.
La investigación se inició con una incógnita geológica: la presencia de rocas que, por su naturaleza, no coinciden con los tipos de formaciones presentes actualmente en Islandia. Sabíamos que estas rocas parecían fuera de lugar, porque no se asemejan a nada que se encuentre en Islandia hoy en día, pero no sabíamos cuál era su origen, explicó el doctor Christopher Spencer, profesor asociado en la Universidad Queen’s de Kingston, Ontario, y autor principal del artículo.
Su colega, el profesor Ross Mitchell, del Instituto de Geología y Geofísica de la Academia China de Ciencias (IGGCAS), añadió: Por un lado, sorprende ver algo que no sea basalto en Islandia; pero al ver estas rocas por primera vez, se sospecha de inmediato que llegaron allí transportadas por icebergs procedentes de Groenlandia.
Para identificar el origen exacto de los fragmentos rocosos, los científicos analizaron cristales microscópicos de circón contenidos en las muestras. Estos minerales, conocidos por su capacidad de preservar información geológica precisa, fueron separados tras triturar cuidadosamente las rocas recolectadas.

El circón actúa como una cápsula del tiempo que conserva datos esenciales, como la fecha en que se cristalizó y su composición química, detalló Spencer. La combinación entre edad y características composicionales permite identificar zonas específicas de la superficie terrestre, al igual que ocurre con las huellas dactilares en la criminología.
La diversidad temporal de los fragmentos analizados abarcaba cerca de tres mil millones de años, es decir, dos tercios de la historia del planeta. Esta notable antigüedad permitió vincular las rocas con distintas regiones geológicas de Groenlandia, cuyos terrenos reflejan una amalgama de formaciones con edades comprendidas entre los 500 millones y los 3.000 millones de años.
Se trata de la primera evidencia directa de que los icebergs transportaron cantos rodados de origen groenlandés hasta Islandia, indicó Spencer. Según el profesor Gernon, el hecho de que las rocas provengan de casi todas las regiones geológicas de Groenlandia respalda su origen glaciar. A medida que los glaciares avanzan, erosionan el terreno y arrastran consigo materiales de diversas procedencias, generando una mezcla caótica que queda atrapada en el hielo.
El estudio determinó que estos depósitos glaciares fueron abandonados en Islandia durante el siglo VII, coincidiendo con un fenómeno climático conocido como evento Bond 1. Las terrazas de playa donde se encontraron se elevaron paulatinamente debido a la lenta recuperación del terreno tras el derretimiento de las capas de hielo. La cronología coincide con un episodio conocido de transporte masivo de hielo, durante el cual enormes fragmentos glaciares se desprendieron, cruzaron el océano y, al derretirse, dispersaron sedimentos en costas lejanas, señaló Gernon.
Spencer concluyó subrayando el valor de estos hallazgos para comprender la dinámica climática global: Lo que estamos observando es un ejemplo poderoso de cuán interconectado está el sistema climático. Cuando los glaciares crecen, los icebergs se desprenden, las corrientes oceánicas se alteran y los paisajes se transforman. La actividad de los icebergs impulsada por el clima podría haber sido una de las múltiples consecuencias en cadena de ese enfriamiento repentino.
FUENTES
Christopher J. Spencer, Thomas M. Gernon, Ross N. Mitchell; Greenlandic debris in Iceland likely tied to Bond event 1 ice rafting in the Dark Ages. Geology 2025; doi: doi.org/10.1130/G53168.1
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