Era mediados del siglo X d.C., cuando la Rus de Kiev pasó a ser gobernada por primera vez por una mujer, nombrada regente en nombre de su hijo, que apenas tenía tres años. Fue ella la que derrotó a los drevlianos, una tribu eslava que había matado brutalmente a su marido, el príncipe Ígor, vengando así su memoria y conquistando el territorio. También sería la primera varega bautizada -abriendo el camino para que su nieto elevara luego el cristianismo a religión oficial-, razón por la que se ganó la canonización de la Iglesia Ortodoxa Oriental e incluso la dignidad de «igual a los apóstoles». Hablamos de Olga de Kiev.

La Rus de Kiev fue una federación de tribus eslavas creada en el 862 d.C. por la dinastía Rurikida a partir del Kanato de Rus para protegerse de las incursiones jázaras. Rúrik, el fundador de esa estirpe, era un príncipe varego -es decir, de origen escandinavo- máximo mandatario de la ciudad-estado de Nóvgorod. Veinte años más tarde su sucesor Oleg, probablemente cuñado suyo, venció a varias tribus vecinas consolidando la Rus y dotándola de una nueva capital, Kiev, tras arrebatársela a otros varegos, por estar en una ubicación mejor estratégicamente hablando.

Otro descendiente llamado Ígor, a quien se supone hijo de Rúrik y que fue educado por Oleg, tomó el relevo en el 912. Como decíamos al principio, Ígor tomó por esposa a Olga (o Helga), una adolescente vikinga varega originaria de Pskov (la actual Pleskov, en Rusia) de la que se ignora casi todo de su vida anterior al matrimonio. Juntos tuvieron un vástago al que llamaron Sviatoslav, que tenía tres años cuando su progenitor inició una campaña contra los drevlianos. Se trataba de un pueblo eslavo que habitaba Polesia (de ahí que también se los llame polianos), las tierras bajas que hay entre las actuales Bielorrusia y Ucrania, si bien se extendía a partes de Polonia y Rusia, con capital en Iskórosten (hoy Kórosten).

Olga Kiev gobernante rus cristianismo
El entierro del príncipe Ígor, obra de Henryk Siemiradzki. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

No era la primera vez que Ígor iba a la guerra, pues ya había sitiado dos veces Constantinopla, aunque sin éxito porque el fuego griego destruyó su flota. Eso le llevó a replantear su estrategia y firmar un tratado con el emperador Constantino VII, pasando a centrar su esfuerzo bélico en el mar Caspio, donde los árabes solían realizar incursiones de saqueo, invirtiendo las tornas. La cronología es confusa y depende de la fuente, pero parece ser que en el 945 Ígor marchó contra los drevlianos para exigirles el pago de impuestos atrasados, ya que eran tributarios de la Rus de Kiev y colaboraron en la contienda contra los bizantinos.

No obstante, los drevlianos habían decidido romper ese lazo, como ya ocurriera en tiempos del caudillo varego Sveneld, y por eso interrumpieron los pagos al fallecer Oleg, eligiendo un caudillo local. Ígor encabezó personalmente una expedición punitiva al frente de un ejército muy superior, ante el cual los drevlianos tuvieron que ceder. Todo podía haber terminado ahí, pero durante el regreso algo ocurrió para que el príncipe decidiera que lo recaudado no era suficiente, ordenando volver a por más. Su error fue hacerlo acompañado solamente de una pequeña escolta, en lugar de con todos sus efectivos.

Cayó prisionero y le ejecutaron de la forma brutal que el cronista bizantino León el Diácono describe así de expresivamente: «Doblaron dos abedules a los pies del príncipe y los ataron a sus piernas; luego dejaron que los árboles se enderezaran de nuevo, desgarrando así su cuerpo». Algunos historiadores cuestionan la veracidad de ese relato y sugieren que quizá está inspirado en un relato de Diodoro de Sicilia sobre la muerte de Sinis, hijo de Caneto (quizá el padre del argonauta Canto) y Henioche, un bandido que vivía en el istmo de Corinto y al que apodaban Pitiocamptes o Pitiocantes («doblador de pinos»).

La razón del mote estaba en que obligaba a los viajeros a doblar pinos y quienes no tenían fuerza suficiente terminaban saliendo disparados por el aire. Pausanias da una versión distinta y dice que ésa era la personal manera que tenía de ejecutar y que terminó siendo su propio final cuando Teseo, el héroe mitológico que acabó con el minotauro de Creta, le derrotó en su misión de limpiar de malhechores el camino entre Trecén y Atenas (a continuación violó y/o se casó con su hija, Perigune, que se había escondido en un campo sembrado de espárragos, causa de que al vástago que tuvieron ambos, Melanipo, le gustaran tanto).

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La venganza de Olga contra los drevlianos, obra de Fiodor Bruni. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

El caso es que Ígor pereció y, dado que Sviatoslav todavía era muy pequeño, tres años, fue Olga quien asumió la regencia hasta que cumpliera la mayoría de edad. Los drevlianos quisieron aprovechar las circunstancias y enviaron una embajada de veinte negociadores para proponerle un enlace con su heredero, el príncipe Mal. La viuda los recibió pidiéndoles que entrasen en la ciudad sobre su propia barca, a manera de palanquín… y entonces ordenó que los enterraran vivos con aquel insospechado catafalco en una zanja que había mandado cavar expresamente con ese fin el día anterior.

Después, fingiendo que no habían llegado y que deseaba negociar, solicitó a los drevlianos el envío de una nueva delegación. Es probable que, como en el caso de la muerte de Ígor, también esto se trate de una simple leyenda, ya que la distancia entre ambas urbes se cubre en sólo dos días y, teniendo en cuenta que las noticias vuelan, resultaría prácticamente imposible mantener aquel suceso en secreto. Pero era una forma muy gráfica de presentar a la nueva mandataria de la Rus de Kiev: dura, justiciera y sin complejos, capaz de ganarse el puesto como se esperaba de ella.

Cuando llegaron los nuevos emisarios les ofreció asearse y reponerse del viaje en una casa de baños cedida exclusivamente para ellos. Allí estaban cuando descubrieron que acababan de encerrarles y prender fuego al edificio, muriendo carbonizados. Pero la sangrienta venganza de Olga no se detuvo y llegó hasta el propio territorio drevliano al pedir a sus habitantes que preparasen grandes cantidades de hidromiel porque pensaba hacerles una visita para llorar en la tumba de su marido y ofrecerles un banquete funerario. Así lo hicieron, confiando ingenuamente en sus buenas intenciones. Craso error.

Olga acudió con su séquito y, efectivamente, participó en el ágape ritual dejando que los drevlianos se divirtieran y bebieran hasta emborracharse. Llegado ese punto, mandó a los suyos masacrarlos. Según cuenta la Crónica Primaria (también conocida como Primera crónica rusa o Crónica de Néstor, por atribuirse su autoría a un monje llamado así), el número de víctimas rondó las cinco mil. A continuación, su ejército fue tomando una tras otra las ciudades drevlianas y los supervivientes se refugiaron en la capital, que inmediatamente quedó sitiada. Un año pasó así Iskórosten, resistiendo de forma agónica.

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Olga ante su marido muerto, obra de Vasily Sirikov. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Para poner fin al asedio, la regente les ofreció la paz a cambio de tributos y, viendo que ahora desconfiaban de su sinceridad, les pidió que le entregasen solamente tres palomas y tres gorriones por cada casa. Tan ridículo precio les pareció bueno y, volviendo a mostrarse imprudentes, le mandaron las aves. Ella mandó atar a cada una tela impregnada de azufre y por la noche las soltó para que regresaran a sus nidos… no sin antes inflamar el azufre. En poco tiempo la ciudad estaba envuelta en fuego y, dice la Crónica Primaria, «no quedó casa que no fuera consumida y era imposible extinguir las llamas, porque todas las casas se incendiaron a la vez».

Los drevlianos, presa del pánico y en medio de un caos total, trataron de huir del incendio saliendo extramuros, donde les esperaban los soldados enemigos. Unos murieron pasados a cuchillo, otros fueron apresados y vendidos como esclavos; los que quedaron, unos sesenta, tuvieron que rendirse y aceptar el poliudie, que es como se denominaba en la Rus de Kiev el proceso de recaudación impuesto a los vasallos eslavos. Olga, por cierto, alteró dicho sistema y traspasó la responsabilidad de cobrarlo a sus funcionarios, en vez de dejarlo en manos de caciques locales como se hacía hasta entonces, privando a éstos de su poder.

Algunos historiadores consideran que esa novedad constituyó la primera reforma legal en Europa del Este, codificada a principios del siglo XII en la Rússkaya Pravda o Justicia de la Rus, la principal fuente del antiguo Derecho ruso, que resultaba conceptualmente muy distinta a la tradición bizantina por cuanto carecía de pena capital y de castigos físicos. Sea como fuere, Olga mejoró la tributación abriendo aduanas, cotos de caza y unos puestos comerciales llamados pogosti (pogost, en singular), una especie de posadas para viajeros acaudalados que ejercían también como centros administrativos organizándose en torno a una iglesia y un cementario, resultando similares a las parroquias.

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Sviatoslav I retratado en 1869 por Fiódor Sólntsev según la descripción de León el Diácono. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

La red de pogosti no sólo sirvió para mejorar el poliudie sino también para unificar étnica y culturalmente a todos los rus, así como para establecer las fronteras del reino. Éstas todavía demostraron ser precarias, como cuando Kiev fue sitiada en el 968 por los pechenegos, un pueblo túrquido procedente de Asia central presuntamente sobornado por el emperador bizantino Nicéforo Focas. Para entonces ya reinaba Sviatoslav, pero éste se encontraba de campaña contra el Primer Imperio Búlgaro y su madre, que le suplía en el mando, tuvo que defender la ciudad mientras su vástago regresaba a toda prisa.

Dado que Sviatoslav solía estar ausente por motivos bélicos, Olga ejerció esa regencia temporal varias veces gobernando desde el castillo de Vyshgorod, donde residía con sus nietos. Ahora bien, antes de que su hijo alcanzara la mayoría de edad y heredase la corona, cosa que hizo en el 963, se produjo su conversión al cristianismo. Fue a mediados del siglo X, tras una visita al emperador Constantino VII. Tanto la Crónica Primaria como el Libro de Ceremonias de la etiqueta de la corte de Constantinopla y la Sinopsis de Historias (de Juan Escilitzes, un historiador bizantino del siglo XI) dan fe de lo que ocurrió, aunque sin explicar el porqué.

Es decir, no sabemos qué llevó a Olga a aceptar la fe de Cristo. La Crónica dice que fue bautizada por el emperador y el patriarca Polieucto, adoptando el nombre de Helena en honor a la madre de Constantino el Grande, que había sido canonizada y de la esposa del emperador, Elena Lecapena. Añade que Constantino VII la consideraba «digna de reinar con él en su ciudad», lo que podría interpretarse como una intención matrimonial, aunque al haber sido su padrino bautismal quedaba vetado que se casaran por equipararse la situación a una especie de incesto espiritual. Puede que ella aceptase el cristianismo simplemente para asegurar la independencia política de la Rus.

Juan Escilitzes confirma que se bautizó y luego retornó a Kiev, mientras que el Libro de Ceremonias no dice nada del bautismo ni de su nuevo nombre y se centra en la descripción de su recepción en la capital imperial. El caso es que Olga volvió a su tierra con otra religión; no era la primera en hacerlo -los hermanos tesalonios Cirilo y Metodio predicaron un siglo antes-, pero sí la más importante hasta la fecha y pionera entre los gobernantes. Sin embargo, fracasó en su intento de convencer a Sviatoslav para que también se convirtiera, pues él temía ser el hazmerreir popular debido a que el cristianismo se veía con hostilidad. Lo más que aceptó fue no perseguirlo, lo que permitió a su madre impulsar la construcción de iglesias.

Asimismo, en el 959 envió una embajada al Sacro Imperio Romano Germánico pidiendo el nombramiento de sacerdotes y un obispo para la Rus de Kiev, a pesar de que serían de la rama católica en vez de la ortodoxa (su intención, probablemente, era incentivar la competencia para acelerar la catequesis de la gente). Dos años después el titular, Otón I, envió a Adalberto de Magdeburgo, arzobispo de dicha ciudad, pero los paganos lo expulsaron antes de que pudiera iniciar su labor. La razón de ese fracaso se debió a que en ese lapso de tiempo se produjo un intento de golpe de estado por parte de una facción cristiana que llevó a la reacción furibunda de los otros.

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Olga de Kiev en un mosaico de la capilla rusa Mathildenhöhe. Crédito: Cherubino / Wikimedia Commons

Sviatoslav retiró a su madre de la corte y la relegó a un segundo plano político, si bien retomaba el poder temporalmente en ausencia de su hijo; así fue cómo le tocó afrontar la referida amenaza pechenega. Falleció unos días después, habiéndole convencido de que no siguiera adelante con su plan de trasladar la capitalidad de la Rus a la región del Danubio y permenciera a su lado hasta que expirase. Contrariamente a la costumbre, no se celebró el habitual banquete ritual fúnebre de los paganos; en su lugar, un sacerdote le administró la extremaunción y Sviatoslav cumplió su última voluntad de que se le oficiara un funeral cristiano.

Olga fue enterrada en Kiev, pero su tumba fue destruida por los mongoles de Batú Kan cuando asaltaron la ciudad en 1240. Posteriormente, durante las excavaciones arqueológicas realizadas en 1826 en la iglesia de los Diezmos (o iglesia de la Dormición de la Virgen, la primera de la ciudad construida en piedra), se encontró un sarcófago que se atribuyó a la princesa y hoy está en la catedral de Santa Sofía. Su nieto Vladimir I, que adoptó oficialmente el cristanismo en la Rus de Kiev en el 988, fue quien mandó despositar las reliquias de su abuela en la reseñada iglesia de los Diezmos, fundada por él, junto con los de varios santos.

No se sabe con exactitud el año en que Olga fue canonizada. Se cree que fue en 1284 y por iniciativa de Vladimir porque, como narra la Crónica, «fue la primera de la Rus en entrar en el reino de Dios, y los hijos de la Rus la alaban como su líder, pues desde su muerte ha intercedido ante Dios por ellos». Al parecer, se la empezó a venerar poco después de morir al registrarse diversos milagros; además, cuando exhumaron sus restos estaban incorruptos. Máximo, el obispo metropolitano, se encargó de divulgar la semblanza hagiográfica y agrandó su imagen como introductora del cristianismo en la Rus de Kiev.

Eso llevó a que en 1547 la Iglesia Ortodoxa Rusa le concediera a Olga el título honorífico de Isapóstolos, es decir, «igual a los Apóstoles», que únicamente otras cuatro santas tienen, todas de la Antigüedad: María Magdalena, Fotina la samaritana, Tecla de Iconio y la mencionada Helena de Constantinopla. En Ucrania su onomástica cae el 24 de julio, pero la santidad de Olga se extiende a las iglesias greco-católicas y a la Luterana de rito bizantino, en las que el día es el 11 de julio (el de su fallecimiento).



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