Las alianzas militares son acuerdos políticos interestatales firmados para conseguir una defensa común. Existen desde la Antigüedad (recordemos, por ejemplo, las ligas que formaban las polis griegas) y si bien su parte más importante es la referente al ámbito armamentístico y bélico, desde el siglo XX han ido incorporando especialidades relacionadas con el espionaje y los servicios de inteligencia.
La más famosa quizá sea la red ECHELON, integrada por cinco países de la esfera anglosajona que también participan en otra llamada FVEY (siglas de Five Eyes, es decir «Cinco Ojos»). Pero hay una tercera formada por el mismo número de países aunque en este caso netamente europeos: Maximator.
Si hay algún lector alemán quizá le suene ese nombre. Es el de una cerveza doppelbock (tipo lager oscuro y malteada, muy fuerte) que elabora Augustiner-Bräw, una empresa de Múnich fundada por monjes agustinos nada menos que en 1328 para beberla durante la Cuaresma.
La Augustiner Maximator sirvió para bautizar a la red después de que los delegados de los estados fundadores brindaran con ella en una de sus reuniones constituyentes. El mundo del espionaje puede ser frío, siniestro, sórdido incluso, pero a veces se desmarca con estos sorprendentes ribetes a medio camino entre lo divertido y lo estrambótico.

Aquel encuentro cervecero tuvo lugar en 1976, fecha en la que se concretó la creación de Maximator. La firmaron los servicios secretos de Dinamarca, Suecia, Francia, Países Bajos y, evidentemente, Alemania (la República Federal; recordemos que por entonces había también una República Democrática Alemana bajo la órbita soviética).
Fueron los daneses los que plantearon el asunto a suecos y germanos; al año siguiente invitaron a los holandeses, que se adhirieron en 1978, y en 1983 los franceses solicitaron entrar también, consiguiéndolo dos años más tarde gracias al decidido apoyo teutón. Dos eran las razones para tomar aquella iniciativa.
Por un lado, una tan obvia como organizar una red alternativa a las mencionadas anglosajonas, formadas exclusivamente por los estados angloparlantes de UKUSA (EEUU, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda); por otro, cooperar en el sector de la inteligencia para el intercambio de mensajes cifrados interceptados vía satélite y radio.
Si bien The Baltimore Sun y Der Speiegel ya habían adelantado algo en los noventa, no fue hasta 2020 que varios medios de la prensa internacional (concretamente el periódico estadounidense The Washington Post, la cadena televisiva alemana ZDF y el programa de radio Argos de las emisoras holandesas HUMAN y VPRO) revelaron una tercera, escandalosa y relacionada con las anteriores.

Se trataba de la Operación Rubicón (Operation Rubikon), llamada Operación Thesaurus hasta finales de la década de los ochenta. Desarrollada por el BND (Servicio Federal de Inteligencia de Alemania) en colaboración con la CIA, se basaba en la recopilación de comunicaciones codificadas gubernamentales mediante la CX-52, una máquina de cifrado de clavija y lengüeta inventada por el ingeniero sueco Boris Caesar Wilhelm Hagelin y fabricada por la empresa suiza Crypto AG. Ambas agencias compraron la compañía por casi seis millones y medio de dólares para comercializar unidades de CX-52 entre sus aliados y así agilizar el desciframiento de mensajes de países considerados hostiles o poco fiables.
Se vieron afectados unos ciento treinta. Gracias a lo que se definió como «el golpe de inteligencia del siglo», los estadounidenses dispusieron de información de gran utilidad para intervenir en el Chile de Allende, saber la postura pro-negociadora de Sadat en las reuniones entre Egipto e Israel que culminaron en los Acuerdos de Camp David, ayudar a Reino Unido en la Guerra de las Malvinas al facilitarle las claves criptográficas usadas por las fuerzas armadas argentinas (gracias a la colaboración holandesa), descubrir la implicación de Gadaffi en el atentado de la discoteca berlinesa La Belle que permitió justificar el bombardeo de Trípoli y averiguar el escondite del general Noriega en la nunciatura vaticana durante la invasión norteamericana de Panamá.
Esos aliados a los que se vendieron máquinas eran Dinamarca, Francia, Reino Unido, Israel, Países Bajos y Suecia. Sin embargo, Alemania y EEUU se cuidaron de ocultar que habían adquirido Crypto AG (cuyo nombre en clave para la CIA era Minerva), ya que su nacionalidad suiza le confería un oportuno halo de neutralidad.
Lo más grave fue que tampoco les dijeron que sus propias comunicaciones encriptadas diplomáticas y militares podían ser decodificadas y leídas por el BND, la CIA y la NSA (National Security Agency) gracias a la previa instalación de backdoors («puertas traseras», secuencias especiales que permiten saltarse los códigos de seguridad y acceder a un sistema).

Todo un golpe bajo a estados amigos en aras de un mundo «un poco más seguro y pacífico», en palabras del ex-ministro de Estado germano Bernd Schmidbauer en 2020. En realidad, el BND había mantenido una seria desavenencia con la CIA al considerar una deslealtad el espionaje a sus propios aliados y un riesgo político. De hecho, se retiró de la Operación Rubicón en 1994, tras venderles a los americanos sus acciones en Crypto AG por diecisiete millones de dólares. En 2018 los americanos también lo dejaron y la empresa quedó escindida en dos privatizadas: CyOne y Crypto International AG.
En cualquier caso, para funcionar en la práctica, los compradores de la CX-52 tuvieron que desarrollar sus propios algoritmos, la mayoría de forma individual y algunos, como hemos visto, trabajando conjuntamente a través de la fundación de Maximator.
Parece ser que otros países solicitaron su adhesión a la alianza pero no fueron admitidos; concretamente se citan España, Noruega e Italia. Y así, daneses, alemanes, neerlandeses, suecos y franceses continuaron adelante, centrándose en el desciframiento de mensajes diplomáticos.
El desciframiento de las comunicaciones de naturaleza militar correspondió a otra alianza específica denominada Club de los Cinco. Pese a que Suecia no participaba en ella, se mantenía el mismo número -y por tanto el nombre- al ocupar Bélgica su lugar. En esa compleja red también se vieron envueltas algunas empresas de renombre, como Motorola, que hizo varios dispositivos. Siemens, por ejemplo, fabricaba las carcasas de las máquinas, mientras que Philips vendió a Turquía varias de sus Aroflex (una versión de la Cx-52, al igual que la germana Hell 54) que habían sido manipuladas previamente por la CIA.
FUENTES
Bart Jacobs, Maximator: European signals intelligence cooperation, from a Dutch perspective
Greg Miller, ‘The intelligence coup of the century»
John D. Paul, The scandalous history of the last rotor cipher machine
National Security Archive, The CIA’s ‘Minerva’ Secret
Wikipedia, Maximator (intelligence alliance)
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