Un equipo interdisciplinar de investigadores ha documentado el uso generalizado de pieles de foca en encuadernaciones románicas de manuscritos producidos entre los siglos XII y XIII en monasterios cistercienses de Francia, Reino Unido y Bélgica. El estudio, liderado por Élodie Lévêque y publicado en la revista Royal Society Open Science, combina arqueología, análisis de proteínas y ADN antiguo para descubrir la procedencia biológica y geográfica de estos materiales bibliográficos insólitos, invisibles hasta ahora a los ojos de historiadores y codicólogos.

El punto de partida de esta investigación radica en una singularidad material: una serie de manuscritos conservados en su encuadernación original, particularmente en la colección de la antigua abadía de Clairvaux, fundada en 1115 en la región de Champagne. Estas encuadernaciones presentan una segunda cubierta o chemise, confeccionada con un tipo de cuero inusual que, a diferencia del pergamino habitual, conserva restos de pelo. Durante siglos, se asumió que provenían de jabalíes o ciervos. Sin embargo, el examen microscópico reveló patrones de folículos pilosos que no coincidían con ninguna de estas especies.

Ante esta incógnita, los investigadores recurrieron a técnicas de análisis biomolecular. Por medio de una innovadora metodología denominada zooarqueología por espectrometría de masas (eZooMS) —que permite identificar proteínas sin dañar el objeto estudiado— y análisis de ADN antiguo (aDNA), lograron clasificar los materiales como pertenecientes a pinnípedos, es decir, focas y otras especies marinas afines. En algunos casos, incluso se precisó la especie: focas comunes (Phoca vitulina), focas de Groenlandia (Pagophilus groenlandicus) y una foca barbuda (Erignathus barbatus).

piel foca manuscritos medievales
A la izquierda, encuadernación románica de Clairvaux cubierta con una chemise con pelos (Médiathèque du Grand Troyes, ms. 35, ca. 1141-1200), muestra EL53. A la derecha, Ms 40 (6), Médiathèque du Grand Troyes, detalle de parcheado de piel. Crédito: Élodie Lévêque et al.

Más allá de la mera identificación zoológica, el hallazgo cobra una dimensión histórica al establecer la procedencia geográfica de estas pieles. Las secuencias de ADN mitocondrial analizadas en los laboratorios de York y Copenhague indican que las focas comunes provenían de poblaciones actuales en Escocia, Noruega, Dinamarca y el mar Báltico, mientras que la foca de Groenlandia y la foca barbuda apuntan a regiones más septentrionales como Groenlandia, Islandia o el mar de Barents.

Esta información sugiere que los monasterios cistercienses —frecuentemente percibidos como centros de autosuficiencia y retiro— formaban parte de redes comerciales de largo alcance que vinculaban el continente europeo con el Ártico noratlántico. Estas redes, en las que los pueblos nórdicos desempeñaban un papel crucial, no solo transportaban marfil de morsa, cuerdas de piel y otros bienes, sino también pieles utilizadas como revestimiento para libros litúrgicos.

No existen registros escritos que documenten la adquisición o uso de pieles de foca en Clairvaux. No obstante, la evidencia genética, morfológica y arqueológica converge para demostrar que el fenómeno fue generalizado. La colección conservada en la Médiathèque du Grand Troyes y en la Bibliothèque de Saint-Omer, junto con ejemplares de Laon, Oxford y Bruselas, da cuenta de al menos 105 encuadernaciones románicas cubiertas originalmente con piel de foca, de las cuales el 83% han perdido su chemise con el tiempo, quedando solo huellas bajo cierres metálicos o costuras.

Hoy, las pieles lucen un color marrón oscuro, consecuencia de la degradación del pelo y la exposición de la capa grasa subcutánea típica de las focas. Sin embargo, es improbable que esa fuera su apariencia original. Los cistercienses, a diferencia de los benedictinos, preferían el color blanco o tonos pálidos para sus objetos litúrgicos y vestimenta. En la Edad Media, “blanco” no equivalía al blanco puro actual, sino a cualquier tonalidad clara o desaturada, por lo que es plausible que las pieles de foca, especialmente las de crías, con sus tonos grisáceos o plateados, se percibieran como adecuadas para su uso monástico.

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El examen macroscópico de una muestra contemporánea muestra el color claro del pelo natural (esta muestra ha sido tratada con técnicas artesanales engrasadas y no está teñida). Se han afeitado algunos milímetros del extremo inferior, dejando al descubierto el aspecto oscuro de la superficie de la piel bajo el pelaje. Crédito: Élodie Lévêque et al.

El uso extensivo de estas pieles no parece responder a un criterio jerárquico: manuscritos de diverso contenido y valor presentan cubiertas similares, lo que sugiere una norma de encuadernación estandarizada en Clairvaux y sus abadías filiales. Este patrón refuerza la hipótesis de una práctica establecida dentro de una tradición monástica particular, quizás facilitada por las relaciones entre Clairvaux y monasterios insulares, como los de Irlanda e Inglaterra, donde el uso de pieles de foca era común.

La desaparición progresiva del uso de pieles de foca en las encuadernaciones cistercienses coincide con transformaciones climáticas y económicas. Hacia finales del siglo XIII, el enfriamiento del Atlántico Norte —el inicio de la llamada Pequeña Edad del Hielo— dificultó las rutas de caza y comercio nórdicas. A ello se sumaron factores políticos y eclesiásticos, como la imposición de diezmos por parte del papa Gregorio X, que debían pagarse incluso desde Groenlandia en forma de bienes como pieles, colmillos o barbas de ballena, debido a la escasez de moneda.

El cambio climático, sumado a la sobreexplotación de focas costeras no migratorias, pudo haber contribuido al colapso de estas prácticas, al igual que a la desaparición de los asentamientos nórdicos en Groenlandia. Esta circunstancia podría explicar el cese abrupto del uso de pieles marinas en los libros de Clairvaux hacia 1300.

A pesar de la riqueza de datos recuperados, persisten interrogantes fundamentales. ¿Sabían realmente los monjes que utilizaban pieles de foca? ¿Veían en ellas un símbolo, una ofrenda o simplemente un material exótico? ¿Qué grado de conciencia tenían sobre las redes que las traían desde tierras lejanas? La iconografía medieval no abunda en representaciones de focas, y algunos especialistas, como Michel Pastoureau, sugieren que los monjes quizá no las asociaban con los animales descritos en los bestiarios como “terneros marinos”.

En ausencia de testimonios escritos directos, los vestigios materiales, combinados con análisis moleculares, permiten entrever una historia hasta ahora invisible: la de libros cubiertos con pieles venidas del Ártico, viajando por rutas comerciales medievales y protegidos durante siglos en bibliotecas silenciosas.


FUENTES

Élodie Lévêque, Matthew D. Teasdale, et al., Hiding in plain sight: the biomolecular identification of pinniped use in medieval manuscripts. Royal Society Open Science, vol.12, issue 4, doi.org/10.1098/rsos.241090


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