En las cercanías de de Carrizal de Bravo en la sierra de Guerrero, una cueva conocida como Tlayócoc ha revelado un tesoro arqueológico que podría reescribir parte de la historia prehispánica de México. El descubrimiento, realizado en el otoño de 2023 por un guía local y una espeleóloga rusa, ha despertado el interés de expertos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quienes confirmaron la importancia de los objetos encontrados: brazaletes de concha grabados, discos de piedra negra y otros artefactos que habrían sido depositados como ofrendas hace más de 500 años.
Todo comenzó cuando Adrián Beltrán Dimas, un joven guía de la comunidad de Carrizal de Bravo, acompañó a la espeleóloga Yekaterina Katiya Pavlova a explorar la cueva de Tlayócoc, como parte de un proyecto de mapeo que la investigadora lleva a cabo en la región. Tras llegar a una zona ya conocida, decidieron adentrarse en un pasaje sumergido que los condujo a una sala oculta.
Lo que encontraron los dejó sin palabras: dos brazaletes de concha finamente grabados, colocados sobre estalagmitas, acompañados de otro brazalete, una concha de caracol gigante y varios discos de piedra negra —similares a los espejos de pirita—, algunos completos y otros fragmentados.

Fue como entrar a un lugar detenido en el tiempo, relató Beltrán a las autoridades locales. Inmediatamente, dieron aviso al comité de vigilancia del ejido, quienes resguardaron los objetos para evitar su saqueo.
A mediados de marzo de 2024, un equipo de especialistas del INAH llegó a Carrizal de Bravo para inspeccionar el sitio. Los arqueólogos Cuauhtémoc Reyes Álvarez y Miguel Pérez Negrete, junto con la historiadora Guillermina Valente Ramírez, documentaron el hallazgo con ayuda de las fotografías y mapas proporcionados por Pavlova.
En una exploración más detallada, descubrieron que las estalagmitas habían sido modificadas en la época prehispánica para darles una forma más esférica, lo que sugiere un trabajo ritual. Además, entre el sedimento, encontraron tres discos más de piedra, completando un total de 14 piezas arqueológicas registradas.

Los brazaletes, elaborados con conchas marinas (posiblemente de la especie Triplofusus giganteus), están decorados con símbolos en forma de ‘S’ —conocidos como xonecuilli—, líneas en zigzag, círculos y rostros humanos de perfil. Según los expertos, estos motivos podrían estar vinculados a deidades o conceptos cosmogónicos relacionados con la creación y la fertilidad.
Por su parte, los discos de piedra negra, con pequeñas perforaciones en los bordes, guardan similitudes con artefactos encontrados en otras zonas arqueológicas de Guerrero, como El Infiernillo, en Coahuayutla, e incluso con culturas lejanas como la Huasteca.
Este contexto cerrado nos permite entender cómo los antiguos habitantes concebían estas cuevas como portales al inframundo o como espacios sagrados vinculados a la tierra y lo divino, explicó Reyes Álvarez.

Las evidencias sugieren que los objetos fueron colocados durante el Posclásico (950-1521 d.C.), época en la que la región estaba habitada por los tlacotepehuas, un grupo étnico extinto del que se sabe muy poco. Las fuentes históricas del siglo XVI mencionan su presencia en la zona, pero este hallazgo podría aportar nuevos datos sobre sus prácticas rituales y conexiones comerciales.
Carrizal de Bravo, ubicado a 2397 metros sobre el nivel del mar, es una comunidad de origen nahua cuyos ancestros fueron pastores nómadas antes de establecerse en la región.
El instituto planea implementar una campaña de concientización para preservar el patrimonio biocultural de la zona, además de iniciar estudios de conservación para las piezas encontradas, las cuales permanecen bajo custodia de las autoridades locales.
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