La piedra filosofal no es sólo el objeto de deseo de Voldemort, ansiado para recuperar sus plenos poderes en la primera novela de Harry Potter. Hubo un tiempo en el que su búsqueda constituía el sueño de todos los alquimistas -y de sus patrocinadores- porque, según la leyenda, se trataba de una sustancia capaz de convertir los metales básicos en oro o plata, así como de proporcionar la inmortalidad. Según Atalanta fugiens («La fuga de Atalanta»), un libro de emblemas (imágenes con texto explicativo) crisopéyico publicado por el médico alemán Michael Maier en el siglo XVII, de todas las personas que lograron dar con la fórmula sólo cuatro eran mujeres y una de ellas fue Cleopatra la Alquimista.
A menudo figura en las fuentes documentales erróneamente identificada con Cleopatra la Médica, una griega del siglo I d.C. de la que no se saba nada más que fue autora de Cosmetica («Cosméticos»), un manual de remedios para tratar problemas como la calvicie o la caspa, que citan Galeno, Aecio de Amida y Paulo de Egina. Tanto ella como la Alquimista fueron confundidas, también frecuentemente, con la famosa reina Cleopatra VII. Un buen ejemplo es la Basillica Philosophica de Johann Daniel Milyus, médico, teólogo y compositor de laúd que escribió esa obra en 1618 y en ella se muestra su sello junto al lema «Lo divino está oculto para la gente por la sabiduría del Señor».
Es probable que ambas adoptaran el pseudónimo Cleopatra en homenaje a la reina egipcia, pero es imposible saberlo porque apenas hay datos de sus vidas. De la Alquimista únicamente deducimos que vivió entre los siglos III y IV d.C. en la Alejandría bajorromana; lo demás pertenece al ámbito de la fabulación, pues suele aparecer en los textos alquímicos como personaje para configurar las narraciones en típica forma de conversación maestro-alumnos. Es el caso de Diálogo de Cleopatra y los filósofos, que a veces se le atribuye equivocadamente.

Otras obras en las que aparece son Fabricación de oro con Cleopatra y Sobre pesos y medidas. Pero la única de la que se la puede considerar autora es Chrisopoeia, generalmente traducido por «Fabricación del oro» porque alude a la crisopea, es decir, la transmutación de los metales en oro como culminación del Opus magnum o Gran obra, término alquímico de la tradición hermética (la filosofía contenida en Hermetica, textos pseudoepigráficos supuestamente escritos por un legendario personaje helenístico que sincretizaba al dios griego Hermes con el egipcio Toth: Hermes Trismegisto) para referirse a ese proceso de cambio.
Dicho cambio, en el que se obtiene el metal precioso al aplicar la dosis correcta de una especie de catalizador denominado crisogonia sobre una mezcla de determinados materiales (pirita, rocío, ácido tartárico, azufre, mercurio…), seguía cuatro pasos fundamentales: nigredo (melanosis, ennegrecimiento), albedo (leucosis, blanqueamiento), citrinitas (xantosis, amarilleamiento) y rubedo (iosis, enrojecimiento). Como decíamos al principio al referirnos a Michael Maier, aparte de Cleopatra la Alquimista únicamente otras tres mujeres lograron la obtención de la piedra filosofal.
Ya hablamos en otro artículo de una de ellas, María la Judía, cuyo lema era «Un humo abarca otro humo, y la hierba de la montaña absorbe a los dos»; la segunda habría sido Medera, de la que apenas conocemos más que su sello y divisa gracias al reseñado libro de Mylius: «Quien desconoce la regla de la verdad desconoce el matraz de Hermes». La tercera fue la egipcia Taphnutia la Virgen, que mantenía correspondencia con Teosebeia, la hermana de Zósimo de Panópolis (autor de los libros de alquimia más antiguos de los que hay noticia y que menospreciaba sus métodos y conocimientos, seguramente porque pertenecían a escuelas alquímicas rivales), y también tenía su eslogan: «Se celebra un matrimonio entre dos gomas, la blanca y la roja».

Chrisopoeia no se extendía más que una hoja de papiro, de la que las copias más antiguas conservadas corresponden a un manuscrito del siglo X que pertenece a la Biblioteca Marciana de Venecia y a otro de la Biblioteca de la Universidad de Leiden. ¿Y qué es lo que contiene ese documento? Pues parte de la imaginería relativa a la citada filosofía hermética, así como a la gnóstica (ideas resultantes de la fusión sincrética entre las cosmogonías judía y cristiana con aportaciones del platonismo y el zoroastrismo), con sus emblemas (imágenes enigmáticas provistas de una frase o leyenda que ayudaban a descifrar un oculto sentido moral que se recogía más abajo, bien en prosa, bien en verso).
De hecho, se cree que es en esta obra donde aparecen por primera vez emblemas del alquimismo como la estrella de ocho puntas (que evoca la renovación y la regeneración), que se muestra junto a otros iconos estelares con la luna en cuarto creciente encima; al parecer, representaban la conversión del plomo en plata. Otras ilustraciones corresponden a un dibikos (un alambique de dos brazos, que algunos autores creen que inventó Cleopatra la Alquimista), un kerotakis (un aparato que se usaba para tratar al vacío unos metales con vapores de otros) y varios signos representando el oro, la plata y el mercurio que, como vimos, están estrechamente relacionados con la crisopea.
Pero, sobre todo, Chrisopoeia presenta el uróboro más antiguo conocido. Se trata del dibujo de un reptil, mitad blanco mitad negro (la característica dualidad hermética), que engulle su propia cola simbolizando la naturaleza cíclica de las cosas, que no acaban nunca sino que cambian. Dentro del círculo que forma se lee en griego la frase hen to pan («Todo es uno»). También hay un doble anillo con una frase inscrita («Una es la Serpiente que tiene su veneno según dos composiciones, y Uno es Todo y por ella es Todo, y si no tienes Todo, Todo es Nada») y rodeado por instrumentos utilizados en la fundición, destilación y sublimación.

El texto está escrito como un diálogo entre ella y unos discípulos, tal como indicábamos anteriormente que era habitual entonces en filosofía, pero además tiene ribetes poéticos y metafóricos: la producción de metales se compara con el embarazo y el parto, mientras que la relación del alquimista y el filósofo con su trabajo se compara con la de una madre que cría a su hijo. Tan excelso planteamiento hizo que a su autora se le dedicara una entrada en el décimo capítulo de Kitab al-Fihrist («Catálogo de libros»), una enciclopedia islámica sobre el saber compilada en el año 988 por el erudito y bibliógrafo chiíta Ibn al-Nadim y que hace referencia a aproximadamente diez mil libros y dos mil autores.
Pero la primera mención documental era anterior y correspondió a Al-Masudi, viajero e historiador que en el año 956 habló de Cleopatra en su obra Al-Muruj confundiéndola con la reina egipcia y diciendo:
Era sabia, una filósofa que elevó el nivel de los eruditos y disfrutó de su compañía. Escribió libros de medicina, encantamientos y cosméticos además de otros muchos libros antribuidos a ella que son conocidos por quienes practican la medicina.
FUENTES
Margaret Alic, El legado de Hipatia. Historia de las mujeres en la ciencia desde la Antigüedad hasta el siglo XIX
Antonio las Heras, Alquimia
Stanton J. Linden, The alchemy reader: from Hermes Trismegistus to Isaac Newton
Okasha El Daly, Egyptology: The Missing Millennium. Ancient Egypt in Medieval Arabic Writings
Wikipedia, Cleopatra la Alquimista
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