En el siglo VI a.C., en la cúspide del periodo arcaico griego, Priene era una pequeña ciudad jonia con vistas al mar Egeo. Situada en l costa de Caria en Anatolia, al norte de Mileto, Priene no destacaba por su poderío militar ni por sus conquistas, sino por ser el hogar de uno de los Siete Sabios de Grecia, en opinión de muchos, el más destacado de todos: Bías.

Los griegos de la Antigüedad no daban ese título a la ligera. Ser llamado Sabio no era un mero cumplido, sino un reconocimiento de que el portador poseía una combinación excepcional de juicio, virtud y comprensión profunda del alma humana. Y Bías encarnaba todo eso.

Había nacido hacia el año 590 a.C. y, a diferencia de otros sabios más teóricos, se mantuvo siempre arraigado a la vida de su polis. Fue abogado, mediador, consejero. Se dedicó no solo a observar el mundo, sino a transformarlo.

Una de las historias más célebres que lo retratan —narrada siglos después por Diógenes Laercio— nos habla de cómo, durante un conflicto con una ciudad vecina, defendió con brillantez a los inocentes, enfrentándose a la corrupción con argumentos tan sólidos como la piedra caliza que sostenía los templos de su ciudad.

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Mapa con la localización de Priene y otras de las antiguas ciudades griegas de Caria. Crédito: Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Diodoro de Sicilia decía de él que Bias era muy hábil y el primero de su tiempo en oratoria. Sin embargo, utilizó su poder de palabra de forma diferente a la mayoría; no para ganar un sueldo ni por afán de lucro, sino por interés en ayudar a los que sufrían injusticias, lo cual es muy raro de encontrar.

Fue en tiempos de desastre cuando su grandeza brilló con más intensidad. Cuando Priene fue invadida, los ciudadanos huyeron despavoridos. Muchos cargaron con sus posesiones más preciadas: oro, joyas, reliquias familiares. Pero Bías caminaba tranquilamente entre los escombros sin llevar nada consigo. —¿Dónde están tus riquezas? —le preguntaron algunos. —Todo lo mío lo llevo conmigo —respondió, señalando su mente.

Para él, el verdadero tesoro no estaba en las manos, sino en el alma y en la sabiduría adquirida. Mientras otros medían su valor en objetos, Bías lo medía en principios.

También se cuenta que cuando Priene fue sitiada por el rey Aliates de Lidia, Bías hizo preparar en el ágora de la ciudad grandes montones de arena que luego cubrió con trigo. De eso modo hizo creer a los espías de Aliates que la ciudad podría resistir un asedio largo, y éste terminó dándose por vencido y levantó el sitio.

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Busto de Bías de Priene. Copia romana de un original griego. Crédito: Jastrow / Dominio público / Wikimedia Commons

Entre las máximas que se le atribuyen destaca una que ha intrigado durante siglos: La mayoría de los hombres son malos. A primera vista, esta frase podría parecer el lamento amargo de un cínico. Pero en su contexto, refleja una visión lúcida de la condición humana.

No fue un misántropo sino, más bien, un observador incansable de las debilidades humanas: la codicia, la mentira, el orgullo. Conocerlas era, para él, el primer paso para combatirlas. En sus enseñanzas y sentencias, siempre está presente una invitación a cultivar la prudencia, la moderación y la búsqueda de la justicia.

A diferencia de otros pensadores de su época, Bías no dejó nada escrito. Su sabiduría se transmitió a través de las generaciones en forma de aforismos, anécdotas y citas recogidas por otros. Diogenes Laercio dice que escribió un largo poema de 2000 versos en el que explicaba cómo podían prosperar las ciudades Jonias, y cita algunas de sus frases: Encuentra el favor de todos los ciudadanos… en cualquier estado que habites. Por esto te ganas la mayor gratitud; el espíritu testarudo a menudo destella con perniciosa perdición.

Esto no disminuye su legado. Al contrario, su influencia se filtró en la cultura griega como el agua entre las piedras, discreta pero constante. Los estoicos encontraron en sus máximas una ética sobria. Los sofistas admiraron su arte de persuadir con la palabra. Y los moralistas latinos, siglos después, seguirían repitiendo sus frases.

Entre las cosas que dijo se cuentan, según Diogenes Laercio, que el que no podía soportar la desgracia era un verdadero desgraciado; que es una enfermedad del alma enamorarse de cosas imposibles de alcanzar; y que no debemos fijarnos en las desgracias de los demás. Cuando le preguntaron qué era difícil, respondió: Soportar noblemente un cambio a peor. Una vez estaba de viaje navegando con algunos hombres, cuando se encontraron con una tormenta, y éstos empezaron a pedir ayuda a los dioses. ¡Paz!, les dijo, no sea que oigan y se den cuenta de que estáis aquí en el barco.

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Ruinas de Priene. Crédito: Christopher de Lisle / Wikimedia Commons

También dijo que prefería decidir una disputa entre dos de sus enemigos que entre dos de sus amigos; porque en el segundo caso estaría seguro de convertir a uno de sus amigos en su enemigo, pero en el primero convertiría a uno de sus enemigos en su amigo. A la pregunta de qué ocupación da más placer a un hombre, respondió: Ganar dinero. Aconsejó a los hombres que midieran la vida como si les quedara poco y mucho tiempo por vivir; y que amaran a sus amigos como si algún día fueran a odiarlos.

Una de las leyendas más conocidas sobre Bías cuenta que durante la Segunda Guerra Mesenia, en la segunda mitad del siglo VII a.C., Bías compró unas jóvenes mesenias que habían sido hechas prisioneras y esclavizadas por piratas. Las crio y educó como si fueran sus propias hijas y luego las envió de vuelta a sus familias. Como es sabido, la guerra término con la anexión de Mesenia por Esparta y la conversión de sus habitantes en ilotas.

En el conjunto de los Siete Sabios, Bías era tal vez el más comprometido con su comunidad. Si Tales de Mileto encarnaba la ciencia y la observación natural, Bías representaba la ética y la acción social. Su legado no está en teorías abstractas, sino en la forma en que vivió, aconsejó, y ayudó a otros a sobrevivir, incluso en los peores momentos.

Bias demostró también su habilidad como árbitro y extraordinario legislador en las disputas políticas internas y se convirtió así en el nuevo fundador de la polis de Priene en la época de una crisis general de las polis aristocráticas en el mundo mediterráneo.

Muestra del gran servicio que prestó a su ciudad natal es el hecho de que, tras su muerte, se le consagró una arboleda sagrada, igual que si fuera un semidiós, a la que se denominó según indican las fuentes Teutámeion (por el nombre de su padre) o quizá Biánteion (por el suyo propio).


FUENTES

Diogenes Laercio, Vidas de los filósofos ilustres

Peter von der Mühll, Was war Bias von Priene?. Museum Helveticum 22, 1965, S. 178–180. doi:10.5169/seals-19473

Pedro Julio Abreu Columna, La Grecia de hoy y los siglos de oro del imperio griego: Filosofia y poesía

Wikipedia, Bías


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