Corría el año 467 a.C. cuando una enfurecida mujer se acercó a la puerta del templo de Atenea Calcieco, en Esparta, y colocó un ladrillo con una inscripción que decía: «Indigno de ser espartano, no eres mi hijo». Ese duro mensaje, cuenta Diodoro de Sicilia, iba dirigido a su vástago, que se había refugiado en el interior del edificio huyendo de la justicia y quedó allí encerrado cuando otros espartanos tapiaron esa entrada impidiéndole no sólo salir sino recibir comida y agua. No se trataba de un prófugo cualquiera sino del mismísmo Pausanias, que había sido regente de Laconia y vencedor de la famosa batalla de Platea. Veamos cómo se llegó a tan crítica situación.

La implacable madre se llamaba Teano y era esposa de Cleómbroto, hermano del célebre Leónidas que murió defendiendo el paso de las Termópilas, al que sucedió como regente de Esparta debido a la minoría de edad del heredero de éste, Plistarco. Cleómbroto estuvo poco tiempo como gobernante, pues falleció repentinamente al año siguiente; dado que Plistarco seguía siendo un niño, Pausanias asumió el poder. No lo hizo en solitario, pues la monarquía lacedemonia era dual y se repartía entre un representante de los Agíadas y otro de los Euripóntidas; en este caso Leotíquidas II, que llevaba en el trono desde el 491 a.C.

A Pausanias (al que no hay que confundir con el viajero y geógrafo homónimo), le tocó afrontar tiempos difíciles nada más empezar, ya que, aunque los persas habían sido vencidos en Salamina y Jerjes se retiró a su país, había dejado en Grecia un ejército terrestre al mando de Mardonio y por tanto seguían constituyendo una acuciante amenaza. El regente espartano tomó el mando militar y al frente de cinco mil hombres partió acompañado de Eurianax, hijo de su hermano Dorieo y por tanto sobrino suyo. Se incorporaron a las tropas de la Liga Helénica, una simaquía (alianza) formada por Esparta, Atenas, Corinto y Mégara que sumaba en total unos ciento diez mil efectivos según Heródoto (cuarenta mil según historiadores actuales).

Pausanias Esparta rey emparedado
Busto de Pausanias. Crédito: Jona Lendering / Wikimedia Commons

Marcharon hacia Beocia al encuentro del enemigo y lo encontraron en el río Asopos, cerca de la ciudad de Platea. Como los otros les triplicaban en número, los griegos evitaron el choque directo y construyeron un campamento fortificado, pero al ordenar Mardonio que se contaminara el agua del río para impedirles beber, optaron por retirarse hacia Platea, donde tendrían un mejor suministro. Lo hicieron en dos columnas que fueron por rutas distintas, movimiento que los persas interpretaron como una huída y se lanzaron al ataque; ellos contra los espartanos y teganos, sus aliados tebanos contra el resto de la Liga.

Pausanias envió mensajeros a los atenienses pidiéndoles ayuda, pero al no obtener respuesta frenó su retirada, ordenó formar la falange para presentar batalla y los dos ejércitos entablaron combate. Si bien resultó algo caótico, la maestría de Pausanias para aprovechar el terreno y la tradicional disciplina de las falanges lacedemonias permitieron salvar la inferioridad numérica y otorgar al general espartano «la victoria más gloriosa de cualquier conocido por nosotros», en palabras de Heródoto. Ese mismo día, simultáneamente, Leotíquidas derrotaba a los persas en Mícala y con ambas victorias se ponía fin a la Segunda Guerra Médica.

Acabado el peligro persa iba a ser la rivalidad por la supremacía de Grecia lo que centrase la atención de Atenas y Esparta con la Guerra del Peloponeso. Pero esa contienda no estallaría hasta el 431 a.C. Entremedias, Pausanias se convertiría en protagonista de unas sospechas inimaginables hasta entonces, por cuanto era uno de los héroes del momento. Criticaron que se conducía con despotismo y soberbia, acumulando demasiado poder personal. Y entre lo que le afeaban sus aliados, especialmente los atenienses, estaba, por ejemplo, haber grabado unos versos autolaudatorios en el trípode de oro que los griegos habían erigido en el templo de Apolo, en Delfos, para conmemorar la victoria de Platea.

Pausanias Esparta rey emparedado
Restos de la fortificación espartana en el campo de batalla de Platea. Crédito: George E. Koronaios / Wikimedia Commons

Ese trípode coronaba la Trikarenos Ofis o Columna de las Serpientes, una obra de ocho metros de altura formada por tres serpientes enlazadas que, cuenta Heródoto, se hizo con el bronce fundido de las armas capturadas al enemigo y se colocó junto al altar del dios, sobre una base de piedra. En el 324 d.C. fue llevado por Constantino I el Grande a Constantinopla -hoy Estambul- para ponerlo en el centro de su Hipódromo, junto al obelisco de Teodosio. Se mantuvo más o menos intacto hasta el siglo XVII, cuando se quedó sin las cabezas de los reptiles.

En cambio, el trípode se perdió mucho antes, saqueado por el focidio Filomenos en el 355 a.C. para pagar a sus mercenarios, lo que llevó a Filipo II de Macedonia a expulsar a Fócida de la Anfictionía (una liga religiosa de las tribus de Grecia central) y a multarla con cuatrocientos talentos). Se trataba de un monumento dedicado a Apolo por las treinta y una polis que integraron la Liga Helénica, pero parece ser que Pausanias estaba descontento por el poco reconocimiento que recibió hacia su participación en la batalla y por eso se quiso reivindicar a sí mismo. Los versos decían así:

Aquel capitán griego que Pausanias se llamó, ya que a los medos venció con gran trabajo y afán que en la guerra padeció, por honra del dios Apolo, aquí puso esta memoria, aplicando su victoria sólo al favor de aquel Dios.

Pausanias Esparta rey emparedado
Reconstrucción artística del trípode de Platea hecha por el arqueólogo alemán Ernst Fabricius en 1886. Crédito: Ernst Fabricius / Wikimedia Commons

Hay otras versiones de lo que ponía en el trípode. Tucídides y el pseudo-Demóstenes, apuntan una más sencilla en la que se ofrendaba la obra a Febo («Brillante»), que es como se apodaba a Apolo en la mitología clásica:

Tras derrotar al ejército de los medos, Pausanias, comandante en jefe de los griegos, erigió este monumento a Febo.

Lamentablemente, hubo acusaciones peores contra Pausanias. Tras reconquistar Tebas, recibió el mando de una escuadra de cinco trirremes con la que recuperó Chipre y Bizancio. En esta última concedió la libertad a algunos prisioneros de alcurnia que eran nobles, algunos incluso familiares de Jerjes. Él adujo que en realidad habían escapado, pero también se denunció que, según cuenta Tucídides, había entablado contactos con el rey persa a través de Gongylos de Eretria, un estadista eubeo que había tenido que huir y establecerse en Persia -Jerjes le entregó el gobierno de Pérgamo- por colaboracionista. Diodoro de Sicilia dice que el mediador fue otro, Artabazos I de Frigia, uno de los comandantes de Mardonio.

Fuera quien fuese, lo importante estaba en qué pretendía Pausanias con aquella relación y lo que se rumoreó no le dejaba precisamente en buen lugar: aspiraba a contraer matrimonio con una hija del sátrapa aqueménida Megabates, primo del fallecido Darío I y consejero de su hijo Jerjes. De hecho, la otra parte habría aceptado la propuesta porque a cambio se le ofrecía facilitar otra invasión, por eso Pausanias empezó a vestir al estilo oriental y a adoptar costumbres persas; algo tan ofensivo a ojos griegos que fue sometido a juicio. Le absolvieron por falta de pruebas, pero la desconfianza no se borró y por el momento se le prohibió dirigir nuevas campañas militares.

Pausanias Esparta rey emparedado
Lo que queda de la Columna de las Serpientes, en la plaza Sultán Ahmet de Estambul. Partes recuperadas de las cabezas se exponen en el Museo de Arqueología. Crédito: Jorge Láscar / Wikimedia Commons

Aquello le irritó tanto que desobedeció la orden y, con los trirremes que aún tenía, navegó hacia la Argólida y desde allí a Tróade (la región de Asia Menor donde estaba la antigua Troya) para apoderarse de la ciudad de Colonas. Cuando regresó a Esparta no fue recibido precisamente con aplausos sino al contrario: los éforos decretaron su arresto y procesamiento. Sin embargo, una vez más, a pesar de que los griegos de otras polis aseguraban que les intentó sobornar para rebelarse a favor de Persia e insistían en una condena, nadie pudo presentar ninguna prueba de deslealtad en su contra; sin ellas no se podía mantener a un monarca espartano encerrado, así que otra vez fue absuelto.

La situación parecía zanjada. No obstante, para Atenas era importante quitarse de enmedio a aquel hombre que podía frenar su ascenso hacía la hegemonía en Grecia, mientras que en Esparta se difundía el rumor de que Pausanias planeaba lo inadmisible: liberar a los ilotas. Por eso era cuestión de tiempo que saliera a la luz alguna evidencia de su traición, fuera real o no. Así fue cómo los éforos volvieron a recibir otra denuncia, en esa ocasión con la presentación de un mensajero originario de Argilo (una ciudad macedonia) y conocido por su presunta lealtad a Pausanias, al que éste habría entregado una carta para el citado Artabazo.

En ese documento se insistía en la oferta reseñada y advertía al sátrapa que matase al heraldo después de leerla para borrar cualquier rastro. La presunta víctima debió de sospechar y no llevó la misiva, optando por entregársela a los éforos. Éstos no se fiaban del todo y recelaban de que se tratase de un montaje, así que decidieron organizar otro para comprobar si era verdad: ordenaron al mensajero que se citase con Pausanias en el templo de Poseidón de Ténaro y le recriminase que ordenara su muerte mientras ellos, escondidos, escuchaban la conversación. Pausanias, incauto, acudió y se disculpó con el otro proponiéndole un soborno para que mantuviera silencio.

Por fin se había conseguido algo tangible en su contra, pero él esquivó la inminente detención refugiándose en el templo de Atenea Calcieco, que estaba situado en la acrópolis espartana -esa diosa era la patrona de la ciudad- y en cuyo interior, según la tradición, no se podían llevar a cabo acciones punitivas. Los soldados rodearon el perímetro y decidieron tapiar la entrada para hacer morir al fugitivo de calor, hambre y sed; es decir, de forma natural, de modo que no hubiera sacrilegio de por medio. Como vimos, Teano, su propia madre, puso el primer ladrillo.

Pausanias Esparta rey emparedado
La muerte de Pausanias vista por un dibujante anónimo en 1882. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

El cadáver de Pausanias fue entregado a su familia para que lo enterrara, cosa que se llevó a cabo no muy lejos de allí, cerca de la tumba de Leónidas. Los versos que había escrito en aquel trípode fueron borrados por orden del Consejo Anfictiónico (el organismo que gestionaba el Oráculo y organizaba los Juegos Píticos), que además condenó a los lacedemonios a pagar mil talentos. Algo que, por cierto, ofendió a Esparta y se sumó a las diversas causas que, explica Tucídides, al acumularse durante cinco décadas terminaron desembocando en la Guerra del Peloponeso.

Según dice Diodoro, la controvertida inscripción de Pausanias fue sustituida por un dístico (una estrofa clásica compuesta por un hexámetro seguido de un pentámetro) compuesto por el poeta lírico Simónides. Los nuevos versos eliminaban el protagonismo del difunto monarca en favor de una alabanza más general a todos los griegos. Decían:

Los salvadores de Grecia en general dedicaron esta ofenda, tras haber rescatado a sus ciudades de una odiosa esclavitud.

Tras esta historia tuvo lugar un curioso epílogo: a pesar del esfuerzo de los éforos y el de todos los espartiatas para evitar la profanación del santuario, la sacerdotisa del Oráculo de Delfos declaró que la diosa Atenea estaba disgustada al haber resultado muerto uno de sus suplicantes y que, por ello, exigía que se le devolviera la vida al difunto. Dado que eso resultaba imposible, Esparta colocó en el templo dos estatuas de bronce de Pausanias; así que acabó homenajeado, pese a todo.


FUENTES

Heródoto, Los nueve libros de la Historia

Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso

Diodoro de Sicilia, Biblioteca histórica

Cornelio Nepote, Vidas

Wikipedia, Pausanias (general)


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