Alejandro Dumas, el célebre autor de Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, tuvo una vida casi igual de rocambolesca que sus personajes. Entre otras cosas, se batió en duelo varias veces, tanto a espada como a pistola, y una de ellas fue contra el escritor Frédéric Gallardet, quien le acusaba -con razón- de haberse apropiado de un drama teatral suyo, La torre de Nesle (a menudo retitulado en español Margarita de Borgoña). El lance terminó con ambos heridos leves y el asunto en los tribunales, pero lo que nos interesa hoy aquí es el episodio histórico que dio origen a esa obra, un escándalo ocurrido en el seno de la familia real francesa en 1314.

La versión de Gallardet -o más bien la de Dumas, ya que prácticamente la reescribió- se ajusta a todos los tópicos que caracterizaban el romanticismo literario de la época: ambientación medieval, amores imposibles, crímenes alevosos, nocturnidad, destino inexorable… En realidad el escritor mezcló su argumento con una cruenta leyenda posterior en la que una princesa asesinaba a sus amantes y los arrojaba al Sena, pero aun así la auténtica resultó tan estentórea que no sólo provocó encarcelamientos, torturas y ejecuciones sino que también la promulgación de una legislación para evitar que se repitiera el caso y que iba a tener gran trascendencia en Europa: la Ley Sálica.

Sucedió durante el reinado de Felipe IV el Hermoso, monarca que ha pasado a la posteridad sobre todo por el papel protagonista que jugó en la persecución de la Orden del Temple y la muerte de su último gran maestre, Jacques de Molay, en 1314. Ese mismo año se produjo el mencionado escándalo de la torre de Nesle, aunque hay que retrotraerse uno atrás para entender cómo empezó: fue en 1313, cuando Eduardo II de Inglaterra visitó Francia con su esposa Isabel, que era la única hija todavía viva que el monarca francés había tenido con la difunta Juana I de Navarra, fallecida en 1305.

Escandalo Torre de Nesle Francia Ley Sálica
Ilustración anónima de 1450 que muestra la llegada de Isabel de Francia a París. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

A Isabel, cuya mano se entregó con vistas a solucionar la disputa que mantenían ambos países sobre Aquitania y Flandes, no le resultó dichosa el ser reina consorte inglesa; era vox populi la relación que su marido mantenía con Poers Gaveston, duque de Cornualles, a quien su suegro, el fallecido Eduardo I, había desterrado a Francia al enterarse del affaire con su vástago -y tuvieron una sonada bronca-. De hecho, el joven rey británico tenía más favoritos y ella se llevaba especialmente mal con uno de ellos, Hugo Despenser el Joven, cuñado de Gaveston (estaba casado con Leonor de Clare, nieta de Eduardo I), lo que repercutía negativamente en su relación conyugal.

El caso es que, durante la mencionada visita a Francia, Isabel había bordado personalmente unos monederos que regaló a sus hermanos y cuñadas durante la fiesta que se organizó para recibirla. Porque Felipe IV tenía también tres hijos varones que luego serían reyes, los futuros Luis X, Felipe V y Carlos IV, que se casaron respectivamente con Margarita, Juana y Blanca de Borgoña. Como era habitual, se trataba de matrimonios pactados y únicamente Felipe y Juana tuvieron una feliz -y prolífica- vida juntos, siendo las otras dos parejas poco avenidas.

Esto, combinado con el regalo de su hermana, iba a desatar los acontecimientos en un contexto de crisis financiera que ahogaba económicamente a Francia y que había llevado al soberano a actuar contra los templarios, seguramente con el objetivo de confiscarles las fabulosas riquezas que acumulaban y mejorar así la situación. Poco imaginaba Felipe IV que el éxito de aquella acción iba a oscurecerse en poco tiempo por un escándalo familiar que, por una vez, rompería su fama de imperturbabilidad («Ni hombre ni animal, sino estatua» le describió Bernard Saisset, obispo de Pamiers y enemigo suyo).

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Ilustración de un manuscrito de 1310 mostrando a Felipe IV de Francia, en el centro, con sus hijos. Empezando por la izquierda: Carlos, Felipe, Isabel y Luis. A la derecha, Carlos de Valois. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Curiosamente, la chispa se encendió meses más tarde, durante un banquete ya de vuelta en Inglaterra , cuando Isabel se percató de que dos caballeros normandos llevaban monederos exactamente iguales que aquellos con los que había obsequiado a Blanca y Margarita de Borgoña. Algo imposible puesto que no los había comprado sino hecho ella misma… salvo que se tratase de los mismos. Los caballeros, Gutierre y Felipe d’Aunay, eran hermanos y estaban al servicio de Felipe, el marido de Juana, todo lo cual llevó a Isabel a sospechar de una relación adúltera de sus cuñadas con ellos.

Consecuentemente, cuando en 1314 realizó una nueva visita a su padre le contó lo que había visto y la consiguiente conjetura. El rey, del que ya dijimos que era muy cauto, no actuó de forma inmediata pero sí ordenó que se vigilase a los dos normandos. Los informes resultantes apuntaron visitas periódicas de ambos a la torre de Nesle, coincidiendo en ellas con las dos cuñadas puestas en el punto de mira: las citadas Blanca y Margarita. El círculo se cerraba sobre los cuatro y el monarca galo ya tenía una base para tomar medidas al respecto.

Construida hacia el año 1200 y llamada originalmente torre Hamelin, la torre de Nesle se alzaba en la orilla izquierda del Sena, frente a la torre del Louvre, siendo una de las cuatro principales de la muralla de Felipe Augusto, que envolvía el perímetro de París. Medía veinticinco metros de altura y diez de ancho, estaba coronada por una plataforma almenada y de noche se enlazaba con su gemela de la otra ribera mediante gruesas cadenas que descansaban sobre un puente de barcas (donde hoy está el puente de las Artes) para cerrar la navegación fluvial en ese horario (tenía un característico fanal colgante).

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Aspecto de la torre de Nesle en la Edad Media, según una ilustración decimonónica de Viollet-le-Duc. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

En 1308 Felipe IV compró la torre al preboste de la Isla por cinco mil libras parisinas, quizá porque, al parecer, tenía un pasadizo subterráneo que la comunicaba con una casa situada en el número 13 de la calle Nesle. Es posible que los cuatro amantes recurrieran a ese corredor para acceder a dicho inmueble, ya que tener encuentros amorosos en una recia y austera torre de vigilacia no sólo no era muy romántico sino impropio de su condicion social. Y, lo que es peor, poco discreto, ya que había centinelas en las almenas.

¿Existieron realmente aquellas relaciones ilícitas? Hay quien lo duda, apuntando a la ambición de Isabel, que acababa de dar a luz a su hijo Eduardo (el futuro Eduardo III de Inglaterra) y planearía deshacerse de sus cuñadas para que los vástagos de éstas quedaran apartados de la línea sucesoria. Otros rechazan esa hipótesis porque eso no impediría que sus hermanos volvieran a casarse y tener nueva descendencia. Además a Juana, la mujer de Felipe, no se la implicó directamente en un primer momento y sólo se la acusaba de complicidad, manteniendo el secreto.

También se ha sugerido una posible trampa tendida por el gran chambelán, Enguerrand de Marigny. Éste, mano derecha de Felipe IV que había sido nombrado tesorero real y canciller, mantuvo unas negociaciones con Flandes que impidieron una guerra de la que los príncipes eran partidarios, ganándose así su animadversión. Incluso fue acusado de soborno por Carlos de Valois, tío del rey, aunque éste mantuvo su confianza en él. Entonces ¿sería todo una celada urdida por el chambelán para perjudicar a sus enemigos a través de las esposas de éstos? Imposible saberlo.

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Juana de Borgoña en un dibujo de 1573. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Sea como fuere, Felipe IV terminó dictando orden de detención contra los hermanos normandos, que trataron de escapar a Inglaterra sin éxito (una versión dice que uno de ellos logró llegar a York, pero fue extraditado). Se recurrió a la preceptiva tortura para obtener su confesión y al final admitieron la infidelidad. Por supuesto, Margarita y Blanca sufrieron un interrogatorio más liviano, en un juicio en el parlamento, donde también admitieron su culpa. Se les rapó la cabeza para después, vestidas con basto hábito religioso, escuchar una condena a cadena perpetua en el castillo de Gaillard (Normandía).

Al morir Felipe IV el marido de Margarita subió al trono como Luis X, exigiéndole que firmase una asunción de culpabilidad para poder declarar nulo el matrimonio y casarse con Clemencia de Hungría; esperaba engendrar un heredero porque no estaba seguro de ser el padre del bebé que esperaba ella. El vacío de poder que pasaba la Santa Sede hasta la elección de un nuevo Papa (acababa de morir Clemente V) impidió el divorcio, al que Margarita se negaba de todos modos; en 1315 fue hallada sin vida, oficialmente por las complicaciones de un resfriado provocado por su celda, fría y expuesta al viento. Antes había dado a luz a una niña, Juana, que reinaría en Navarra.

Blanca fue encerrada en el mismo castillo, si bien después se la autorizó a retirarse a la abadía real de Maubuisson, originalmente llamada Notre-Dame-la-Royale y situada en el valle del Loise. Obtuvo la libertad tras la muerte de Felipe V, previa anulación por el nuevo pontífice, Juan XXII, de su matrimonio con Carlos (que sucedió a su hermano en el trono y se casó en segundas nupcias con María de Luxemburgo) gracias a la presión ejercida en ese sentido por Felipe. Falleció al poco, en 1326, con la salud muy quebrantada por los duros años pasados en prisión.

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Esta miniatura de 1350 muestra al papa Juan XXII anulando el matrimonio entre Blanca y Carlos. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Juana, inicialmente considerada mera encubridora, también acabó juzgada por adulterio. Al no haber ninguna prueba se la absolvió, pero tuvo que permanecer en un convento de Dourdan durante un año, saliendo en 1325 gracias a la presión que ejerció su madre y a que su marido, Felipe, nunca quiso repudiarla bien porque continuaba amándola, bien porque perdería el condado de Borgoña (que ella había aportado como dote). La muerte de su hermano menor la convirtió en condesa palatina de Borgoña, pasando a ser Juana II; en 1317 otro óbito inesperado, el de Luis X, le permitió ser reina consorte de Francia junto al que seguía siendo su marido. Murió trece años más tarde, habiendo heredado de su madre el condado de Artois.

Peor lo pasaron los amantes, Gutierre y Felipe d’Aunay, que sufrieron un destino brutal al ser condenados por lesa majestad. Este delito, considerado ya desde la Antigüedad el más grave porque se cometía contra el soberano y, por tanto, contra el estado y el pueblo mismos, no sólo implicaba la pena de muerte sino que ésta se aplicaba de forma atroz. Los dos hermanos fueron arrastrados por las calles, desollados vivos y castrados (sus genitales se arrojaron a los perros). Les rompieron los huesos en la rueda y los embadurnaron con azufre y plomo incandescente antes de ahorcarlos, eviscerarlos y descuartizarlos.

«El cuerpo nunca había sufrido tanto» dice una crónica de la época. Los maltrechos cadáveres -o lo que quedaba de ellos- quedaron expuestos públicamente, colgados de los hombros, para servir de ejemplo al pueblo. Éste culpó a Isabel de ser la responsable, rumor que se repitió en 1327 al morir su marido, Eduardo II, y subir ella al trono como regente de su hijo Eduardo III -menor de edad- junto a un amante con el que llevaba un año, Roger Mortimer, barón de Wigmore y conde de March, tras liderar una rebelión en la que derrotaron a los odiados Despenser.

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Ruinas del Castillo Gaillard, donde fueron encarceladas Margarita y Blanca tras ser halladas culpables de adulterio en 1314. Crédito: Casper Moller / Wikimedia Commons

Por todo ello se ganó el apodo de la Loba de Francia, inspirando personajes que la retratan, de forma directa o indirecta, con rasgos tan diferentes como los bondadosos de la princesa Isabelle que simpatiza con William Wallace en la película Braveheart (en realidad ella sólo tenía diez años cuando Wallace fue ejecutado, pero Robert the Bruce sí estuvo a punto de apresarla en 1319) o los fríos y taimados de Cersei Lannister en la serie televisva Juego de tronos. Al final, Eduardo III no perdonó a su madre la vergüenza de su relación con Mortimer y mandó ahorcarlo, retirándose ella al castillo de Risingt y tomando el hábito de monja clarisa. «La belleza de las bellezas», como la describió el cronista Geoffrey de París, murió en 1358.

Decíamos antes que el escándalo de la corte francesa sirvió para implantar la Ley Sálica, una norma que impedía reinar a las mujeres y cuyo origen se remontaba al siglo V, a tiempos de Clodoveo I, rey de los francos salios -de ahí su nombre- que ordenó incluirla en el corpus legislativo que recopiló. Se recuperó en 1358 para justificar retroactivamente el ascenso al trono de los Valois y evitar así tanto el derecho de Juana II de Navarra (aquella hija que tuvo Margarita de Borgoña y que Luis X no quiso reconocer) como el de la propia Isabel (por temor a que Francia terminase subordinada a Inglaterra).

En cuanto al escenario principal de los hechos, la torre de Nesle, ya no existe; fue demolida entre 1663 y 1665 para ubicar en su lugar la Biblioteca Mazarino y el Colegio de las Cuatro Naciones, institución fundada por el cardenal homónimo donde estudiaron el enciclopedista d’Alembert, el pintor David y el químico Lavoisier, entre otros.



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