Eunapio de Sardes, historiador y retórico griego que vivió a caballo entre los siglos IV y V d.C., escribió una Vida de los sofistas en la que cuenta las biografías de veintitrés filósofos de su época y constituye la única fuente que se conserva sobre el neoplatonismo de ese período. A esta corriente se adscribía una mujer llamada Sosípatra, a la que conocemos sólo por el texto de Eunapio, por otra parte tan trufado de fantasía que difumina la historicidad de una de las filósofas y místicas más curiosas de la Antigüedad.
Como ya explicamos otras veces, en la civilización helénica, tan extremadamente patriarcal, la mujer tenía un rol secundario: carecía de ciudadanía y, por tanto, del derecho a participar en la vida política, dependiendo de un kúrios (tutor, ya fuera el padre, marido o pariente) y siendo educada expresamente para el matrimonio y la procreación, de manera que desarrollaba la mayor parte de su vida en el gineceo (parte de la casa exclusiva para mujeres). Al menos, así era en Atenas, que es el lugar mejor conocido por la abundancia de fuentes y que se extrapola al resto de Grecia sin tener la seguridad de que fuera así en todas partes (sabemos que en Esparta, al menos, era diferente, con mayor igualdad).
Evidentemente, eso no impidió que fuera surgiendo un rosario de mujeres que lograron hacerse un hueco en el masculino campo de la filosofía. De alguna ya hablamos aquí, caso de Aglaonice de Tesalia, y otras tenían ventaja familiar como Téano y Damo (la esposa y la hija de Pitágoras, respectivamente), Perictione (madre de Platón), Eumetis (alias Cleobulina por su padre, Cleóbulo de Lindos, uno de los Siete Sabios de Grecia), Areta (hija de Aristipo de Cirene, fundador de la escuela cirenaica) o las cinco vástagas de Diodoro Cronos (Menexena, Argea, Teognis, Artemisia y Pantaclea).

A ellas se les pueden sumar otras como Hiparquia de Maronea, Areta de Cirene, Temistoclea de Delfos, Aspasia de Mileto, Melisa de Samos, Myia, Fintis, Clea, Pánfila, Temista de Lámpsaco, Leontion, Nicarete de Mégara, Aesara de Lucania, Catalina de Alejandría y, en la transición al Medievo, la famosa Hipatia de Alejandría.
Ya vimos que siguieron escuelas como la pitagórica, la platónica, la epicúrea, la estoica o la cirenaica. En el neoplatonismo, una revitalización del platonismo que se hizo en el Imperio Romano durante el siglo III -extendiéndose hasta el VII-, militaron Gémina, Anficlea y la que nos ocupa, Sosípatra.
Nació a principios del siglo IV en Éfeso, ciudad situada en Anatolia (en la actual Turquía) pero de cultura griega, o en alguna localidad de sus alrededores. Lo hizo en el seno de una familia acomodada que poseía una importante finca con varios trabajadores. El relato de Eunapio empieza aquí a tomar dimensión fantástica al narrar que dos de ellos, ancianos vestidos con pieles y recién llegados, consiguieron que se les confiara la gestión de la finca y obtuvieron de las viñas una vendimia excepcionalmente abundante, prometiendo más si el padre de Sosípatra les cedía también la educación de la niña durante un lustro.
Sosípatra tenía entonces cinco años y cuando su progenitor regresó al cabo del tiempo estipulado, la pequeña no sólo había crecido físicamente, convirtiéndose en una belleza, sino también en intelecto y poderes psíquicos. Eunopio, que presenta a los dos misteriosos trabajadores como seres sobrenaturales («los demás poderes o facultades que poseemos nos los guardamos ocultos y secretos»), quiza divinos, quizá demoníacos («sea que fueran héroes, o daimones, o de alguna raza más divina todavía»), la habían iniciado en el cristianismo caldeo, que le permitió adquirir el don de la clarividencia y ser capaz de realizar oráculos.

Lo demostró relatando a su propio padre con todo detalle cómo había sido el viaje de éste, quien quedó convencido de que su hija se había convertido en diosa y se postró ante los ancianos rogándoles que se quedaran con ella y con la hacienda. Pero ellos «no hablaron ni una palabra más» y le indujeron a un sueño mientras investían a Sosípatra de sus atributos (vestiduras, entrega de libros arcanos) antes de desaparecer. En los años sucesivos, ella «a medida que fue creciendo hasta la plenititud de su vigor juvenil no tuvo otros maestros, pero siempre estuvieron en sus labios las obras de los poetas, filósofos y oradores».
Cuando decidió casarse, una nueva predicción le permitiría obtener información acerca del hombre elegido, el único digno. Se trataba de Eustacio de Capadocia, filósofo y teúrgo neoplatónico que había sido discípulo de Jámblico primero y Edesio después, ocupando la dirección de la Escuela de Pérgamo cuando este último falleció. Según Eunapio, era tan gran orador que el emperador Constancio II le envió como embajador ante la corte del rey sasánida Sapor II para convencerlo -con éxito- de evitar una guerra. Al parecer, Eustacio quedó tan encantado con su visita a Persia que decidió permanecer allí atendiendo a unos presagios.
También los tuvo Sosípatra, que, como adelantábamos, el día antes de su boda le hizo a su prometido una contundente profecía sobre su descendencia y muerte: «Escúchame Eustacio, y que los hay aquí sean testigos de ello: yo te engendraŕe tres hijos y todos ellos dejarán de conseguir lo que se considera la felicidad humana, pero en lo que respecta a la felicidad que otorgan los dioses ninguno dejará de lograrla. Pero tú partirás de aquí antes que yo (…) solamente durante cinco años más prestarás tus servicios a la filosofía». Eunapio dice que Sosípatra, «por su sobresaliente sabiduría, hizo que su propio marido pareciera inferior e insignificante». El caso es que todo ocurrió tal como había predicho «supuesto así lo habían dispuesto las Moiras o Parcas».

El único de los vástagos del que sabemos su nombre fue Antonino, que también se dedicó a la filosofía neoplatónica -aunque no mostró afición a la teúrgia- y fundó una escuela en Canopo, una ciudad del delta del Nilo, conociendo a Hipatia de Alejandría dada la cercanía que había entra ambas urbes.
Pese a ser de ejemplar conducta moral según Eunapio, Antonino se debatía entre sacudirse la herencia pagana y el dolor de perder «las cosas más hermosas de la Tierra» que esa cultura había alumbrado, en alusión concreta al Serapeo, el imponente santuario dedicado al dios egipcio Serapis en Alejandría, cuya destrucción predijo. Conviene aclarar que Eunapio era hostil al cristianismo, cuya difusión describió como «una fabulosa e indigna oscuridad».
Tras quedar viuda, Sosípatra se retiró a Pérgamo para aprender con el mencionado Edesio, del que se convirtió en pareja. Pronto adquirió su sabiduría, hasta el punto de que los estudiantes más avanzados acudían a escuchar las lecciones de ella tanto como las de su maestro, aunque tenían que hacerlo en su casa porque las mujeres no podían impartir clases en la academia.

Entre ellos figuraron filósofos que alcanzarían cierto prestigio, como Crisantio de Sardes y Máximo de Éfeso; el primero, que llegaría a ser sumo sacerdote de Lidia, rechazó la oferta de Juliano el Apóstata para ayudarle a restaurar el paganismo, pero le admiraron tanto cristianos como paganos; el segundo, inició en teúrgia al emperador.
Cabe explicar que teúrgia es como se denomina a una de las dos grandes ramas de la magia, la divina (la otra es la taumaturgia o magia práctica), empleada para invocar deidades y alcanzar la hénosis o unión mística con lo divino. Constituía una de las bases del neoplatonismo, que concebía el universo espiritual como resultado de las emanaciones (la Nous o mente divina, de la que a su vez emanó la Psyche o alma del mundo) del Uno, de ahí que armonizara con la vertiente esotérica del cristianismo al identificar a ese Uno con Dios.
Eunapio resalta que Sosípatra era una teúrga experta en adivinación y rituales, capaz de ver el pasado, el presente y el futuro. Al fin y al cabo, la primera referencia a la teúrgia aparece en los Oráculos caldeos, unos comentarios oraculares del siglo II d.C. en los que el Uno era identificado como Padre y que se atribuyen -con muchas dudas- a otro Juliano, en este caso el apodado el Teúrgo (o el Caldeo), un legionario de Marco Aurelio que presumía de poderes especiales. Caldea es como denominaban a Mesopotamia -y más en concreto a Babilonia,- los griegos del siglo IV. Sosípatra, recordemos, fue instruida en la sabiduría caldea por aquellos dos enigmáticos empleados de su padre.
Lamentablemente no se conserva ningún escrito de esta filósofa, así que resulta imposible conocer con detalle su pensamiento más allá de los apuntes que dejó Eunapio. Algunos autores sugieren que el hecho de que él sea la única fuente podría ser un indicio de una sobrevaloración; otros, por contra, opinan que la falta de fuentes quizá obedezca a una especie de damnatio memoriae por alguna razón desconocida. En realidad, la importancia que Eunapio otorga a Sosípatra quizá se deba a que él era pagano e intentaba oponer un modelo femenino distinto al de las mártires y santas cristianas coetáneas. Por otra parte, Eunapio era familiar de Crisantio de Sardes, que como vimos fue discípulo de Sosípatra.

Ésta tenía en el otro seguidor citado antes, Máximo de Éfeso, un compañero leal y confidente, hasta el punto de que a él le confesó los sentimientos encontrados que tenía hacia un pariente, Filómetor, que estando enamorado de ella «impresionado por su belleza y elocuencia, y reconociendo la divinidad de su naturaleza» le hizo un hechizo para atraer su amor. Máximo anuló ese encantamiento con otro y Filómetor, avergonzado, se disculpó ante Sosípatra, que le perdonó contemplándole «con ojos puros y transformados» en lo sucesivo, si bien él todavía sería protagonista involuntario de otra demostración de ella.
Durante una conferencia que impartía sobre el alma en el más allá, en la que Filómetor no estaba presente, Sosípatra tuvo una visión de que él sufriría un accidente y envió a sus criados para ayudarle: «¿Qué es esto? ¡Mira a mi pariente Filómetor corriendo en un carro! ¡El carro ha volcado en un lugar escabroso del camino y sus dos piernas están en peligro!». Después de eso todos se convencieron de la omnipresencia de aquella excepcional mujer, de su capacidad para verlo todo «como los filósofos afirman ocurre con los dioses».
Eunapio deja un poético epitafio sobre Sosípatra, Eustacio y Antonino: «De esta familia sobrevivieron ciertas emanaciones o efluvios, como los que proceden de las estrellas».
FUENTES
Eunapio, Vidas de filósofos y sofistas
Sarah B. Pomeroy, Diosas, rameras, esposas y esclavas. Mujeres en la antigüedad clásica
Marilyn Bailey Ogilvie, Women in Science. Antiquity through the nineteenth century. A biographical dictionary with annotated bibliography
Heidi Marx, Sosipatra of Pergamum. Philosopher and oracle
Kimberly B. Stratton, Dayna S. Kalleres, Daughters of Hecate. Women and Magic in the Ancient World
Wikipedia, Sosípatra
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