El Schuztruppe (ejército colonial del Imperio Alemán) no dejó buen recuerdo en el África del Sudoeste, lo que actualmente es Namibia, ya que fue responsable del primer genocidio cometido en el siglo XX, contra los nativos herero y namaquas. Sin embargo Alemania se disculpó oficialmente en 2004 y hoy, ciento veinte años después, uno de los atractivos monumentales y turísticos más curiosos del país viene precisamente de esa época. A la Costa de los Esqueletos, Swakopmund, las cataratas Epupa y los parques nacionales, por citar sólo algunos fascinantes rincones, se suma algo tan insólito como el Castillo de Duwisib, una construcción que pareciera transportar al visitante a una Edad Media a la africana.

Pese a tener aspecto medieval, en realidad se trata de un edificio contemporáneo, construido en 1909 por un colono germano llamado Hans Heinrich von Wolf, un antiguo oficial de artillería del Schuztruppe que, una vez que terminó la guerra contra los indígenas y tras haber contraído matrimonio con Jayta Humphreys (Summit, Nueva Jersey, 1881), hija del cónsul estadounidense en Alemania, aspiraba a fundar una cuadra para criar caballos. Nacido en Dresde en 1873, era hijo de Ernst Hugo von Wolf, mayor general de artillería del Königlich Sächsische Armee (Real Ejército de Sajonia), que era de familia noble pero no barón, como suele leerse.

El joven Hans Heinrich siguió los pasos de su padre y empezó la carrera militar en 1890, sirviendo en Egipto y Hanover hasta que en 1901 fue destinado a Königsbrück como instructor de equitación. Tres años más tarde, al estallar la insurrección de los herero, hizo como muchos jóvenes y solicitó la baja del ejército sajón para incorporarse al Schuztruppe, entrando con el grado de comandante. Una apurada retirada en la que perdió varios hombres y un cañón le hizo tener que someterse a un consejo de guerra, pero fue absuelto y más adelante hasta resultó herido, ganando un par de condecoraciones: la Rote Alderorden y la Albrechts-Orden.

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Hans Heinrich von Wolf de uniforme y luciendo sus condecoraciones. Crédito: Sam-Cohen-Bibliothek / Wikimedia Commons

Mientras se restablecía obtuvo un permiso y volvió a Alemania, donde en 1906 se reintegró en el regimiento de Königsbrück. Fue entonces cuando conoció a Jayta y se licenció para casarse, decidiendo la nueva pareja vivir en África. Llegaron en la primavera de 1907 y solicitaron la compra de ciento cuarenta mil hectáreas en la región de Hardap, de las que inicialmente les concedieron veinte mil aunque luego pudieron obtener otras treinta mil. Pensaban dedicarlas a la cría de ganado equino, ya que había una gran demanda por la escasez que ocasionaron la guerra y la peste equina -endémica en esa zona-, para lo que importaron setenta y dos caballos ingleses y australianos, de los que treinta y ocho eran yeguas, nueve de ellas purasangre.

Además, tenían dieciocho mulas y burros, una decena de cerdos, sesenta pollos, seiscientas ovejas merinas y karakul (de esta última raza es hoy Namibia uno de los principales productores mundiales), un centenar de vacas hereford e incluso dromedarios árabes. En cuatro años el número de caballos ya sumaba trescientos cincuenta más, lo que les permitió empezar a venderlos a la policía colonial y el ejército. De ese modo se convirtieron en ricos hacendados que si no continuaron ampliando la superficie de sus propiedades fue porque el estado les negó el permiso, al haber limitaciones legales a acumular tantas fincas, y opinar que sería imposible administrar adecuadamente una granja tan grande.

El símbolo de aquel pequeño imperio probablemente podría considerarse el Schloss Duwisib, es decir, el castillo del que hablábamos al comienzo. Von Wolf quería que la residencia principal del lugar resultara fácil de defender en caso de un nuevo levantamiento indígena, de ahí que la forma elegida no fuera casual: imitaba los fortines almenados que los alemanes habían erigido en la colonia y de los que quedan ejemplos en Windhoek: los castillos de Schwerinsburg, Sanderburg y Heinitzburg, además del Tintenpalast, que hoy es la sede del parlamento nacional pero antes era un edificio administrativo.

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El castillo Duwisib, en las colinas del sur de Namibia. Crédito: Andy.Cowley / Wikimedia Commons

Para diseñarlo contrató a Wilhelm Sander, famoso arquitecto berlinés asentado en África desde 1901 y autor de los edificios reseñados de la capital. La única diferencia era que la granja de los Wolf estaba en un paraje remoto, a cuatrocientos kilómetros al sur de Windhoek y trescientos de la costa, por lo que requería especiales condiciones de defensa. Como además estaba cerca del desierto, la necesidad de dotarla de infraestructuras de servicios constituyó todo un reto, igual que lo fue el tener que importar todos los materiales, salvo la característica piedra arenisca roja con que está construido el castillo.

Todo lo demás, desde el cemento hasta el hierro, pasando por la madera, las lámparas y otras cosas, se transportó en barco desde Europa y luego se llevó a la granja en carromatos de bueyes (había veinticuatro animales destinados a ello), a veces atravesando tramos de desierto. Durante las obras, que empezaron en 1907 y no terminaron hasta 1909, los dueños y el escaso personal con que contaban al principio (un gerente, un guarnicionero llevado desde Dresde, un experto en caballos y un criado herero), ampliado con la contratación de albañiles y carpinteros europeos (italianos, suecos, irlandeses…), así como peones nativos, se alojaron en una rústica cabaña y tiendas de campaña.

El matrimonio también arrimó el hombro aquellos dos años, ya fuera acarreando materiales, ya plantando palmeras, ya trasladando material en coche; hasta viajaron a Alemania para adquirir el mobiliario del castillo de Gottorf (en Schleswig-Holstein), que estaba subastándose, y a EEUU para conseguir más financiación (el abuelo de Jayta era Frederic Humphreys, un acaudalado médico, homeópata y fabricante farmacéutico). Cuando regresaron en marzo de 1909 el Schloss Duwisib estaba prácticamente acabado, inaugurándose con una gran fiesta a la que asistieron como invitados todos los jefes tribales de la región y personalidades coloniales.

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El patio del castillo. Crédito: Willyman / Wikimedia Commons

Se trata de un edificio de planta rectangular (treinta cinco metros de largo por treinta y uno de ancho), con un avant-corps o resalte en cada esquina más un cuerpo central rematado por un torreón almenado y algunos matacanes. Alberga veintidós habitaciones, una bodega y un patio inspirado en los claustros monásticos, abriéndose al exterior mediante una única puerta principal debidamente reforzada y muy pocas ventanas que, además, son muy pequeñas para facilitar la resistencia ante un hipotético asedio, tal como había encargado Wolf por si brotaba otra rebelión (excepto el balcón acristalado de la fachada, que es un poco más grande).

Por lo demás, contaba con las comodidades propias de un hogar acomodado de la época que sus dueños vieron como el inicio de algo mayor, una auténtica misión que contase con iglesia y todo. Aunque Wolf era protestante, pensaba erigir un templo católico y para ello encargó a EEUU un altar, un órgano y un vitral que viajarían desde Nueva York hasta Hamburgo y de ahí a África. Lamentablemente para sus planes, cuando el vapor Muanza se acercaba a Lüderitz con ese cargamento en agosto de 1914, recibió la noticia del estallido de la Primera Guerra Mundial y el capitán tuvo que desviar su rumbo a Sudamérica.

Lo mismo les pasó a los Wolf, quienes tras embarcar ese mismo día en el Gertrud Woermann para ir a Inglaterra a comprar un semental purasangre, se enteraron en plena navegación de que Gran Bretaña declaraba la guerra a Alemania y el buque terminó en Río de Janeiro. Hay quien dice que Wolf, veterano militar, ya imaginaba la inevitabilidad de la contienda y, temiendo que la colonia cayera en manos británicas, optó por irse con su esposa. El caso es que de Brasil, donde estuvo un breve tiempo bajo custodia, pasó a Nueva York, donde él tomó el vapor holandés Niew Amsterdam (neutral) con destino a Róterdam. Quería volver a su país para alistarse.

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Detalle de la puerta principal del castillo. Crédito: Zairon / Wikimedia Commons

Dice la leyenda que durante una escala en Vigo (España) fingió abandonar el barco pero que en realidad se disfrazó de mujer y asumió la identidad de su esposa, continuando la singladura y asombrando a los camareros por lo mucho que bebía aquella americana, tan reservada que apenas salía del camarote. Esa audaz farsa le sirvió para evitar su detención cuando la Royal Navy obligó al Niew Amsterdam a atracar unos días en Southampton y, después de registrarlo, arrestar a dos agentes germanos. Nadie sospechó de él y así pudo pisar otra vez su país, reincorporándose a su viejo regimiento de Königsbrück.

Combatió en Flandes y en la batalla del Somme, en la que la explosión de una granada cerca del pueblo francés de La Foret le hirió fatalmente en el abdomen y terminó quitándole la vida, apenas dos semanas después de haberse alistado. Era el 4 de septiembre de 1916 y sólo tenía cuarenta y tres años. Habiendo quedado viuda tan pronto, Jayta no quiso o no pudo regresar al castillo de Duwisib; primero, porque el África del Sudoeste ya no era alemana sino que había pasado a manos británicas; y segundo, porque no debía de guardar recuerdos especialmente buenos, ya que la granja no había funcionado como esperaban al necesitar más tierras para sacarle rentabilidad a causa de su extrema sequedad (las tierras fértiles se habían adjudicado mucho antes de su llegada).

Eso había llevado a su difunto marido a aliviar su frustración en la bebida, como vimos que siguió haciendo a bordo del barco, o con arriesgadas intentonas en otros nichos económicos, caso de la búsqueda de diamantes, que tampoco dio fruto. Por todo ello, la viuda prefirió permanecer en Baviera, pues su padre dirigía el consulado estadounidense en Múnich.

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Vista lateral del castillo de Duwisib. Crédito: Willyman / Wikimedia Commons

A finales de los años treinta, ante el panorama de una nueva contienda mundial, se estableció en la neutral Suiza, en Zúrich, donde contrajo segundas nupcias con Erich Schlemmer, cónsul general en Siam. En 1945 volvió a Nueva Jersey, quedándose definitivamente con sus progenitores hasta su fallecimiento a principios de los años sesenta. ¿Qué fue, entretanto, de la granja y el castillo?

Cuando los Wolf se fueron dejaron como apoderado a un amigo suyo, el conde Max Graf von Lüttichau, pero al término de la Primera Guerra Mundial el negocio entró en quiebra y hubo que vender la propiedad. La adquirió por siete mil quinientas libras esterlinas la familia sueca Murrmann, que tampoco fue capaz de sacarla adelante porque el padre falleció enseguida y su único hijo, que era miembro de la SAAF (South African Air Force), cayó en la Segunda Guerra Mundial. Consecuentemente, se produjo otra transacción por importe de veinticinco mil libras. La nueva propietaria fue una empresa privada, Duwisib Pty Ltd, que se quedó con el castillo pero parceló la tierra y la vendió por lotes.

De ese modo, aquel frustrado emporio se repartió entre varias manos y así fue pasando, de unas a otras, a lo largo del siglo XX hasta llegar a 1979, en el que lo compró el gobierno de Namibia para incorporarlo a su patrimonio histórico. Restaurado en 1991, desde 2014 es un hotel de ocho habitaciones de la cadena Namibia Wildlife Resorts -con piscina y cámping anexo incluidos, más un museo de armas antiguas- y un atractivo turístico monumental, como lo es natural el de los caballos del desierto que vagan en libertad por la región de Garub y que, según se dice -erróneamente, en opinión de los expertos-, descienden de las manadas de los Wolff, liberadas por von Lüttichau al no poder mantenerlas.



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