Desde que hay civilizaciones -y quién sabe si antes- la Humanidad no ha tenido más remedio que alcanzar acuerdos entre vecinos para poder vivir en paz. En ese sentido, el tratado más duradero que se conoce fue el que firmaron los gobernantes musulmanes de Egipto y el reino cristiano de Makuria, que estaba en lo que antes era Nubia: se pactó en el siglo VII y duró hasta mediados del XII, lo que significa casi setecientos años. Historiográficamente recibe el nombre de Bakt (o Baqt), que no se sabe si deriva de la antigua palabra egipcia equivalente a trueque o del latín pactum.
Makuria era uno de los tres reinos surgidos tras la caída de Kush a manos de Aksum hacia el 350 d.C. Frente a los otros dos, Nobacia y Alodia, que ocupaban la ribera oriental del Alto Nilo, Makuria estaba en la occidental, entre la tercera y cuarta cataratas, en la región conocida como Napata. Allí se fundó la Vieja Dongola, capital de una monarquía hereditaria de sucesión matrilineal en la que el rey, que también era sacerdote, contaba con un consejo político de siete obispos para gobernar. Dicho gobierno, como la administración, tenía una fuerte influencia occidental que impulsó especialmente Justiniano en el siglo V para frenar la expansión sasánida.
El influjo bizantino se reflejó también en la religión, pues los makurianos abandonaron el paganismo para hacerse cristianos con un credo que inicialmente enfrentó el calcedonismo del emperador y el miafisimo de su esposa Teodora; la llegada de misioneros de la segunda opción fue determinante y el resultado terminó convergiendo con la fe copta. Como en el reino vecino de Nobacia se resistió a ese cambio, el rey makuriano Mercurios lo invadió y anexionó, lo que le servía de paso para proteger sus fronteras del islamismo que se había apoderado de Egipto.

Efectivamente, en el año 642 el Califato Ortodoxo conquistó el país del Nilo a los bizantinos, que una década antes se lo habían arrebatado a los sasánidas para recuperar su provincia, aprovechando el habitual caos sucesorio que siguió a la muerte del emperador Heraclio el año anterior. La invasión corrió a cargo de Amr ibn al-As, que contó con cuatro millares de guerreros -la mayoría yemeníes pero también otros-, y no resultó demasiado difícil pese al escaso número de efectivos porque aplicó la misma táctica que luego facilitaría también la conquista de la Península Ibérica: ofrecer la posibilidad de conversión al islam o pagar la yizia (un impuesto a los no musulmanes) como alternativas a la guerra.
Al parecer, los coptos egipcios jugaron un papel similar al de los judíos hispanos, pactando y apoyando a los intrusos debido a que su patriarca Benjamín había sido destituido por Constantinopla. No faltaron batallas, por supuesto, y algunas terminaron en masacres deliberadas para sembrar el terror y debilitar la voluntad de resistencia. Pero el sistema administrativo local hacía depender la defensa de los gobernadores provinciales, que formaban sus propios ejércitos y cuando éstos perdían no había nadie para tomar el relevo ni para organizar nuevas fuerzas, lo que llevó a caer una ciudad tras otra.
La capitulación de Alejandría supuso el final del Egipto bizantino apenas dos años después de haber empezado la campaña, que fue la más corta de la época inicial musulmana. El siguiente objetivo era el sur y hacia allí emprendió la marcha Uqba ibn Nafi, por orden de su primo Amr ibn al-As, en el verano del 642. En realidad no se trataba de una invasión propiamente dicha sino más bien de marcar territorio y dejar claro a los cristianos makurianos que Egipto tenía un nuevo dueño, por eso todo se redujo a escaramuzas y enfrentamientos menores, con los nubios evitando las batallas campales.

De hecho, defendieron su tierra con ferocidad, optando por una guerra de guerrillas en la que se impusieron al enemigo merced a su potente caballería y a sus formidables arqueros, que disparaban auténticas nubes de flechas dirigidas especialmente a la cara -cientos de adversarios quedaron tuertos- y Uqba ibn Nafi terminó ordenando la retirada. Durante tres años hubo tranquilidad, pero en el 645 los bizantinos trataron de reconquistar Egipto fracasando definitivamente (salvo un postrer intento de Constante II en el 654 que no pudo llegar a desembarcar siquiera). Alejandría perdió la capitalidad en favor de la nueva Fustat y sólo quedó pendiente la cuestion nubia.
Dicha cuestión se acometió en el 651 con otra expedición, esta vez a las órdenes de Abdallah ibn Abi Sarh, que había empezado como escriba de Mahoma y que, tras una crisis de fe, pasó a ser militar. Adoptado como hermano por el califa Uthman, fue nombrado gobernador de Egipto y tomó el mando del ejército que emprendió la marcha hacia Makuria. Sin embargo, las relaciones entre cristianos y musulmanes en el Alto Nilo no se iban a solucionar por la vía de las armas sino por la de la diplomacia, después de que la llamada segunda batalla de Dongola volviera a poner en aprietos a los invasores.
El choque tuvo lugar en el 652, una década después de aquel primero en el que los nubios rechazaron al adversario. Al-Maqrizi, historiador egipcio del siglo XIV, insinúa que algo hicieron los makurianos para violar la tregua y desatar las hostilidades, aunque la escasez de fuentes documentales impide saber la causa exacta; otros consideran que el único objetivo de Abdallah ibn Abi Sarh era subordinar la región a Egipto. en cualquier caso, los reinos cristianos se unieron a Makuria y, bajo el liderazgo del rey Qalidurut, se dispusieron a resistir.

Cinco mil soldados musulmanes equipados con caballería pesada y al menos una mangana (también denominada mangonel, catapulta de largo alcance, que seguramente los makurianos nunca habían visto) pusieron sitio a Dongola, que contaba con recias murallas de seis metros de altura y cuatro de grosor, así como varios torreones de piedra y mortero, todo ello protegido por los implacables arqueros que de nuevo tenían oportunidad de hacer alarde de la temible puntería demostrada con anterioridad.
Los jinetes islámicos se estrellaron en sus asaltos contra esas defensas y sufrieron fuertes pérdidas, siendo el único daño importante a la ciudad el inflingido por un proyectil incendiario de la catapulta, que prendió fuego a la catedral. Algunos historiadores califales posteriores hablaron propagandísticamente de victoria porque al final se negoció una tregua, pero otros reflejaron la impotencia de las tropas de Abdallah ibn Abi Sarh. Lo cierto es que esas conversaciones de paz cristalizaron en la firma del Bakt, algo que no tenía precedentes.
No se conserva ninguna copia y únicamente hay reseñas posteriores que presentan diferencias entre sí, quizá por errores o manipulación de los amanuenses. También es posible que ni siquiera llegara a ponerse por escrito, limitándose a un pacto verbal. Aun así, constan algunas condiciones acordadas, como el carácter otorgado a Nubia de tierra libre de conquista, el compromiso mutuo de no atacarse entre sí y, en ese sentido preventivo, prohibir el asentamiento de emigrantes tanto en un sentido como en el otro.

Asimismo se garantizaba el libre comercio entre ambos, con intercambio de trigo, cebada, vino, caballos y lino de Egipto por trescientos sesenta esclavos de Nubia al año, incluyendo el deber de devolver a los fugitivos. Esos lotes tenían que ser mixtos, de hombres y mujeres, pero al exigirse la máxima calidad quedaban excluidos los niños y los ancianos. Según algunas fuentes, los lotes se ampliaron para proveer de cuarenta anuales extra a los nobles y notables egipcios, por los que pasaron a ser cuatrocientos; dado que el tráfico no se interrumpió en siete siglos, más de un cuarto de millón de personas sufrió ese triste destino.
Ibn abd al-hakam, compilador e historiador egipcio del siglo IX, cuya obra es fundamental para conocer la conquista musulmana de Egipto y que fue de los primeros en reflejar documentalmente la existencia del Bakt, da dos versiones sobre el mismo. En la primera, los nubios enviarían esclavos al norte sin más contrapartidas económicas, lo que reflejaría su subordinación; en la segunda habla de reciprocidad transaccional, lo que significa que ambas partes eran iguales y además coincide con la versión que dan las fuentes nubias.
Si es así, se comprende que el Bakt levantase ciertos recelos en los teólogos musulmanes, ya que renunciar a la conquista de otras tierras para expandir el islam sería contrario al deber de difundir su fe. Es probable, no obstante, que el tratado no se cumpliera en términos absolutos y se produjeran esporádicos enfrentamientos, acaso fronterizos, lo suficientemente leves como para no degenerar en guerra a gran escala. De hecho, como decíamos, el Bakt se mantuvo siete siglos, aunque con altibajos.

Del rey Qalidurut no hay casi datos y su aparición historiográfica no se produce hasta la batalla, que es cuando las fuentes islámicas empiezan a hablar de él confirmando su aceptación del tratado, la reconstrucción de la catedral quemada y la erección de un edificio memorial en honor de los caídos. Su reinado posterior llevó a Makuria a una gran prosperidad y fue sucedido por su hijo Zacarías I. Posteriormente hubo una crisis cuando los omeyas tomaron el poder y sitiaron Fustat para más tarde, en el 750, ser desalojados y tratar de refugiarse en Nubia.
El Bakt se suspendió por un tiempo en el segundo cuarto del siglo IX, estando Egipto sacudido por la Cuarta Fitna, la guerra civil que enfrentó a los hermanos Al-Amín y Al-Mamún por la sucesión del Califato Abásida tras el fallecimiento de su padre, Harun al-Rashid en el 809. La contienda duró hasta el 827 pero todavía quedaron flecos en las provincias y eso lo aprovechó el rey Juan para dejar de pagar a Egipto. Restablecida la normalidad con la victoria de Al-Mamun, se exigió la entrega de los atrasos; el nuevo monarca makuriano, Zacarías III, envió a Bagdad a su hijo Georgios en el 830 para negociarlo y obtuvo un notable éxito, evitando el pago y arrancando del califa que pasara a ser cada tres años.
Durante el Califato Fatimí (909-1171) las relaciones de Egipto con Nubia experimentaron una gran mejora y se intensificaron los intercambios comerciales, hasta tal punto que las remesas de esclavos nubios enviadas constituyeron el principal sostén del ejército califal. La razón de esa extraordinaria afinidad se debió a que los fatimíes eran chiítas, una minoría en un mundo musulmán mayoritariamente sunita que, por ello, tendía a darles la espalda. Por tanto buscaban aliados donde pudieran y el Bakt lo facilitaba con Makuria, aun siendo ésta cristiana.

Las cosas cambiaron con la subida al poder de dinastía Ayubí (1171-1250), cuyo primer gobernante había sido también el primer sultán de Egipto: Saladino. Era sunita y defensor de la ortodoxia del islam, por lo que rompió con la política que habían llevado sus predecesores y retomó la expansionista conquistando Palestina, Siria, la Alta Mesopotamia y Yemen. Los makurianos aprovecharon el río revuelto para hacer una incursión, rompiendo así lo pactado en el Bakt. Turan Shah, el hermano de Saladino, les devolvió el golpe apoderándose de Qasr Ibrim dos años después.
Turan envió un emisario a negociar y el rey Moisés Jorge contestó marcando a fuego una cruz en su manos, así que la guerra se reanudó. No obstante, aquella situación no le venía bien a ninguno de los bandos y Turan terminó por retirarse, aunque lo hizo habiendo conquistado varias ciudades. Es probable que la lucha contra la Tercera Cruzada mantuviera a Saladino demasiado ocupado y alejase su atención de los nubios, pero cada vez parecía más evidente que tarde o temprano todo terminaría por estallar otra vez. Y lo hizo en el 1265, con la expedición enviada por el sultán mameluco Baibars I. Nubia fue asolada, aunque mantenía poder suficiente para responder en el mismo tono.
De nuevo volvían los vientos de guerra; el Bakt se desmoronaba. Los mamelucos resultaron ser un hueso demasiado duro de roer para el rey makuriano David, que fue derrotado, capturado y ejecutado. Makuria entró en un período de decadencia en el que durante quince años se sucedieron efímeros monarcas títeres; todo terminó en el 1290, con la secesión del pequeño reino meridional de Dotawo y el de la región montañosa de Yébel Adda. En teoría el Bakt seguía vigente, pero la disgregación territorial dificultaba cumplir adecuadamente sus cláusulas y los mamelucos decidieron poner al mando de Makuria a Abdallah Barshambu.
Pese a ser musulmán no obligó a la población a convertirse; ahora bien, el tratado carecía ya de sentido y se dio por concluido. Eso sí, incluso cuando se instauraron reinos islámicos, a partir del siglo XIII, por el desplome demográfico que supusieron una epidemia de peste y varias guerras civiles que favorecieron el asentamiento de tribus mahometanas, los egipcios continuaron exigiendo el envío de esclavos. Era un negocio demasiado bueno para renunciar a él, con Bakt o sin Bakt.
FUENTES
S. Jakobielski, Christian Nubia at the height of its civilization
Giovanni R. Ruffini, Medieval Nubia. A social and economic history
Derek A. Welsby, The medieval kingdoms of Nubia. Pagans, christians and muslims along the Middle Nile
Nehemia Levtzion y Randall L. Pouwels, eds., The history of Islam in Africa
Alexander Mikaberidze, Conflict and conquest in the Islamic world. A historical encyclopedia
Wikipedia, Bakt
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