El siciliano Agatocles, hombre no solo de condición oscura sino baja y abyecta, se convirtió en rey de Siracusa. Hijo de un alfarero, llevó una conducta reprochable en todos los períodos de su vida; sin embargo, acompañó siempre sus maldades con tanto ánimo y tanto vigor físico que entrado en la milicia llegó a ser, ascendiendo grado por grado, pretor de Siracusa. Una vez elevado a esta dignidad, quiso ser príncipe y obtener por la violencia, sin debérselo a nadie, lo que de buen grado le hubiera sido concedido.
Este fragmento corresponde al octavo capítulo de la obra El príncipe, el que lleva por título De aquellos que se han elevado a la soberanía por medio de maldades, en el que Maquiavelo pone como ejemplo del epígrafe a un inclasificable personaje de la Antigüedad: el hímero Agatocles, un hombre de origen modesto que llegó a ser tirano de Siracusa, venció a los cartagineses en su propio suelo, se proclamó rey de casi toda la Magna Grecia y falleció nombrando heredero… ¡al pueblo de Siracusa!
Agatocles, natural de Terme (la actual Termini Himerese), una polis cercana a Hímera (la más occidental de las ciudades griegas del norte de Sicilia), nació en torno al 361 a.C., hijo de un alfarero llamado Carcino que se había exiliado de Rhegion (así se llamaba antiguamente la región italiana de Reggio di Calabria) y que, casado con una mujer local, tuvo dos hijos: el mencionado y Antandro, que era mayor y siempre colaboró con él en el plano militar. Terme pertenecía a la epicracia, es decir, la parte occidental siciliana, que estaba bajo dominio de Cartago; de hecho estaba habitada por antiguos hímeros (cuya urbe habían arrasado los púnicos en el 409 a.C.) y colonos libios.
Desde su nacimiento mismo estuvo rodeado de presagios, aunque quizá sean añadidos posteriores porque eso era algo típico de los gobernantes. Diodoro Sículo le llama hijo del destino porque Carcino envió a unos theoroi (embajadores sagrados) cartagineses a consultar el oráculo de Delfos y éste anunció que cuando Agatocles fuera mayor se convertiría en un azote para Cartago y Sicilia, razón por la que debía ser eliminado. El progenitor, asustado, se lo entregó pero la madre logró llevarse al niño y ponerlo a salvo confiándoselo a su tío Heráclides, hermano de ella. Luego Carcino aceptó la acción y por eso tuvo que huir de Terme.

El destino fue Siracusa, a donde el general corintio Timoleón animaba a ir a colonos de la Magna Grecia para repoblarla. Como las fechas son inciertas, entre el 343 a.C. y el 338 a.C., Diodoro dice que la familia llegó cuando Agatocles tenía siete años; Polibio, en cambio le atribuye ya dieciocho. En cualquier caso era joven todavía, menor de edad, lo que no fue óbice para que su madre tuviera una visión de una estatua de su vástago, erigida por ella misma y rodeada de abejas como metáfora de poder y fama. ¿Cómo pudo alcanzar esa posición? Depende de la fuente que se consulte.
El historiador siciliano Timeo, hostil a su figura, asegura que se prostituyó (…estaba disponible para los hombres más incontinentes, descarado en sus palabras, lascivo, dispuesto a entregarse de manera inmodesta a todos aquellos que lo deseaban). Polibio y Diodoro no comparten esa negativa visión, aunque el segundo admite que tuvo un amante masculino, un general siracusano llamado Damas, pero que ejerció con él de erastés, algo que no estaba mal visto siempre y cuando terminase al dejar atrás la adolescencia. En ese sentido es posible que ellos continuasen la relación, de ahí el desprecio de Timeo.
Justino introduce un elemento que complica las cosas: a partir de cierto momento Agatocles empezó a interesarse más por la mujer de Damas que por él y, cuando éste falleció de una enfermedad, legalizó el adulterio casándose con la viuda en segundas nupcias. No se conserva el nombre de ella, que le dio tres hijos, pero el caso es que ese matrimonio le abrió a Agatocles las puertas de la alta sociedad. Había heredado el oficio de su padre y, aunque probablemente era un artesano acomodado, dueño de un taller, aquel ascenso social constituía un cambio radical porque consolidaba su acceso a la política.
De hecho, Damas le había incorporado como oficial a su quiliarquía (una de las unidades en que se dividía la falange, menor que el taxis) y gracias a ello se estrenó en la vida militar, en una guerra entre Siracusa y su eterna rival, Agrigento. Se ignora la fecha, por lo que hay que suponerla por detalles secundarios de la obra de Justino hacia el 339 a.C. Por entonces todavía gobernaba Timoleón; murió cuatro años después, quedando Siracusa envuelta en la inestabilidad por el enfrentamiento entre demócratas y oligarcas. Estos últimos, apodados los Seiscientos, ostentaban el poder amenazando la libertad que Timoleón había intentado garantizar con una reforma legal.

Eso provocó que surgiera un movimiento opositor de carácter marcadamente popular. Agatocles se mostró neutral, si bien al principio parecía inclinarse hacia la facción demócrata pese a que su hermano, elegido estratego del ejército, mantenía buena relación con los líderes oligarcas Sosístrato y Heráclides. Éstos enviaron una expedición en ayuda de Crotona, atacada por los brucios (un pueblo autóctono de Calabria), a cuyo frente marcharon los dos hermanos, Agatocles como quiliarca y Antandro como estratego. Regresaron victoriosos, pero los oligarcas no quisieron dispensarles el merecido reconocimiento y Agatocles les acusó de tiranía.
Consecuentemente fue desterrado y comenzó una vida como mercenario, poniéndose al servicio de las polis de la Magna Grecia mientras su denuncia se materializaba: Sosístrato y Heráclides pasaron a gobernar despóticamente y eso desembocó en disturbios internos. Los opositores reclamaron el retorno de Agatocles, que al volver con sus tropas trocaba la situación en una guerra civil. Sin embargo, las cosas no iban a salir como esperaba. Un revés militar al intentar tomar Crotona para los demócratas le forzó a huir a Tarento y la oligarquía se impuso en varias ciudades.
En una segunda intentona derrotó a las tropas que ésta había enviado en ayuda de los oligarcas de Rhegion y eso provocó la caída de Sosístrato y Heráclides. Los demócratas se hicieron con el gobierno siracusano mientras los derrocados mandatarios escapaban a Cartago y Agatocles entraba de nuevo en la ciudad que tuvo que dejar tiempo atrás. Era el año 332 a.C. y por delante se presentaba un panorama complicado, ya que los cartagineses acudían en ayuda de los oligarcas y los siracusanos no tenían plena confianza en Agatocles, nombrando estratego en su lugar al corintio Acestórides.

Acestórides acordó la paz con los púnicos y Agatocles tuvo que irse otra vez al exilio con los demócratas para evitar un intento de asesinato ordenado por el corintio. Se refugió entre los sículos, que detestaban a Siracusa al estar sometidos por ella, y formó un ejército privado al que poco a poco fueron sumándose todos los pueblos oprimidos por los siracusanos, pese a que el gobierno era ahora más moderado. Éste reclamó ayuda de nuevo a Cartago, pero Agatocles hizo un alarde de habilidad estratégica negociando con Amílcar II, sufeta púnico de Sicilia, el apoyarse mutuamente para mandar en Sicilia.
Sin los cartagineses, Siracusa tuvo que ceder y permitir la vuelta de Agatocles, quien fue puesto al mando del ejército por la versión local de la boulé griega tras jurar en el templo de Deméter (la diosa favorita de los tiranos siracusanos, de quien se pretendían hierofantes) que nunca instauraría una tiranía; el mayor temor, en ese sentido, era que su carisma le llevara a convertirse en un nuevo Dioniso I. Efectivamente, no cumplió su juramento y entre el 317 a.C. y el 316 a.C., con el pretexto de afrontar un peligro exterior, reunió las tropas y dio un golpe de estado arguyendo que varias decenas de oligarcas tramaban una conspiración contra él.
Los mandó ejecutar y a continuación lanzó a sus hombres a masacrar a los demás, sembrando el caos y el pánico durante dos días. Se calcula que cayeron unos cuatro millares, todos ciudadanos acomodados, huyendo otros seis mil a Agrigento. Agátocles justificó su iniciativa como necesaria para salvar la democracia, pero eso ni hubiera bastado para convencer a la gente. Lo hizo gracias a un ardid que sigue usándose hoy: anunciar su retirada para incitar a que le aclamasen. Efectivamente, se quedó y recibió plenos poderes, acumulando cargos en su persona como strategos autókrator.
¿Cómo pudo mantenerse en aquella situación? Gracias a que se atrajo el favor popular condonando todas las deudas y acometiendo una redistribución de tierras. Otra cosa eran las demás ciudades -Agrigento, Gela, Messana y Tauromenium; Rhegion tenía un gobierno demócrata y, por tanto, afín-, que no estaban dispuestas a quedar supeditadas una vez más a Siracusa y por eso acogieron a los oligarcas fugados, provocando un casus belli. En efecto, Agatocles inició una campaña… que tuvo que detener poco después al recordarle Amílcar Giscón su promesa de mantener el equilibrio pactado.

Pero Agrigento, dominada por la oligarquía, organizó en el 314 a.C. una liga a la que se sumó Esparta. Los éforos de ésta no dieron su aprobación y Acrótato, hijo del rey Cleómenes II, acudió con tropas particulares. No se sabe con exactitud cómo transcurrieron los hechos, pero Agatocles logró imponerse a Agrigento, derrocar a los oligarcas y disolver la liga agrigentina a cambio de prometer autonomía. Cartago refrendó el acuerdo y el mandatario de Siracusa tuvo las manos libres para incrementar su ejército con miles de mercenarios, de modo que se vio lo suficientemente fuerte como para no temer a los cartagineses.
Los oligarcas, reunidos ahora en Mesana, no renunciaban a combatirle bajo el liderazgo de un amigo suyo de la infancia, Dinócrates de Siracusa, al que había perdonado la vida durante su asonada, por lo que sitió y tomó la ciudad. Pero antes Dinócrates tuvo tiempo de llamar otra vez a Cartago, que envió una flota contra Siracusa. Amílcar II acababa de morir, por lo que Agatocles carecía ahora de mediador. Justino y Diodoro difieren sobre quién desató las hostilidades, si los púnicos con su escuadra o él ocupando su territorio siciliano, consciente de que su baza era la infantería.
Efectivamente, venció por tierra a Dinócrates y sus tropas oligárquicas, recuperando las polis de Galaria y Centuripe, aunque mientras tanto los barcos cartagineses atacaron el puerto siracusano cortando las manos de todos los marineros que encontraron. Agatocles y los púnicos se enfrentaron por fin en la colina Ecnomo, donde los segundos, dirigidos por Amílcar Giscón, se impusieron gracias a los refuerzos que recibían continuamente por mar y le causaron siete mil bajas. Agatocles se atrincheró en Gela intentando entretener al enemigo para que los siracusanos tuvieran tiempo de realizar la cosecha y quedar así en disposición de resistir un asedio.
Cuando Giscón se percató de ello ya era tarde y Agatocles había regresado a una Siracusa bien aprovisionada, por lo que le puso sitio a Siracusa tras apoderarse de toda la jora (el territorio que dominaba una polis). Sin embargo, el gobernante siracusano era consciente de que la derrota de Ecnomo comprometía su prestigio , por ende, su posición política, de ahí que adoptase una nueva estrategia, tan osada como inaudita hasta entonces: llevar la guerra a la propia Cartago, deponer a su gobierno y poner otro en su lugar que no fuera intervencionista, como aquel que representaba el difunto Amílcar II.

Recaudando dinero de donde pudo, equipó sesenta barcos, embarcó a sus soldados (entre ellos reclutas y mercenarios, pero también muchos esclavos a los que liberó para compensar las bajas sufridas en Ecnomo), confió el mando de Siracusa a su hermano, zarpó sin que los sitiadores se enterasen, cruzó el canal de Sicilia y desembarcó en el cabo Bon. Era el año 310 a.C. Agatocles mandó quemar las naves para que no hubiera vuelta atrás y emprendió la marcha, conquistando varias ciudades -Neápolis, Hadrumento, Tapso, Útica-, firmando una alianza con Ofelas de Cirene para repartirse las ganancias y sitiando Cartago.
No faltaron problemas, por supuesto. Por motivos desconocidos mandó asesinar a Ofelas y tuvo también que apaciguar el malestar surgido entre la oficialidad después de que uno de sus capitanes, Licisco, acusara a su hijo Arcagato de seducir a su esposa. Pero el 307 a.C. fue un año tan victorioso que, según Diodoro, Agatocles no se resistió a autoproclamarse rey a imitación de los diádocos (los sucesores de Alejandro Magno), aunque otras fuentes retrasan esa decisión al 304 a.C, a su vuelta a Sicilia. Sea como fuere, la apurada situación de Cartago la llevó al caos de una guerra civil, de la que, no obstante, salió un gobierno fuerte que evitó la tiranía.
Por suerte para los púnicos, Agatocles tuvo que interrumpir la campaña y, dejando a Arcagato al mando, regresar a Sicilia ante la noticia de que Dinócrates había reavivado la rebelión oligarca. En una rápida operación, restauró el orden y partió de nuevo hacia África, donde se encontró con un desastre: su hijo había sido batido por una salida sorpresa de los cartagineses, perdiendo ocho mil hombres y estando muy descontento el resto porque se les adeudaban los salarios. En una apuesta desesperada, Agatocles decidió no esperar a rendir Cartago por hambre y ordenó un asalto. Salió mal; las fuertes defensas de la ciudad resistieron.
Trescientos muertos, tres mil prisioneros -sacrificados por el enemigo- y diez mil libios aliados que optaron por cambiar de bando constituyeron unas cifras excesivas para poder continuar. Agatocles quiso dejar a su ejército allí, con su hijo, pero los soldados se negaron y entonces se fue en solitario, dejándolos abandonados; se vengaron matando a sus dos vástagos, Arcagato y Heráclides, lo que le provoco tan feroz resentimiento que al alcanzar Sicilia envió un mensaje a Antandro mandando masacrar a todos los familiares de los soldados siracusanos. Mas eso no contribuyó a mejorar su situación, que continuaba siendo apurada.

Las tropas que dejó en África habían sido crucificadas por los cartagineses o incorporadas a sus filas, mientras que en Sicilia su hermano había podido resistir a los púnicos pero, a cambio, estaba siendo asediado por el ejército de Dinócrates. Para colmo, Pasífilo, su general de confianza, le traicionó y entregó a los oligarcas las ciudades orientales de la isla salvo Siracusa. En un alarde de realpolitik, Agatocles negoció con Dinócrates traspasar el poder a los oligarcas a cambio de que le cedieran un par de fortalezas, Terme y Cefalú, las únicas que le seguían siendo leales. Desconfiando de su proverbial capacidad de recuperación, el otro se negó exigiendo una rendición incondicional; fue un grave error.
Agatocles, en otro audaz giro, acudió a los cartagineses proponiéndoles la paz y alertándoles sobre el creciente poder que estaba acumulando Dinócrates. Los púnicos eran conscientes de que en ese momento la mayor fuerza militar estaba en manos oligarcas y eso podía ser el comienzo de otra guerra, algo en lo que no les convenía en absoluto meterse de nuevo, así que prefirieron pactar con un adversario conocido que esperar a ver cómo salía otro por conocer. El acuerdo permitía a Cartago recuperar sus ciudades sicilianas a cambio de pagarle a Agatocles trescientos talentos de plata y veinte mil medimnos de trigo (un medimno equivalía aproximadamente a treinta y un kilos).
Con esos medios económicos, Agatocles organizó otro ejército de cinco mil infantes y ochocientos jinetes con el que fue al encuentro de Dinócrates. Los efectivos de éste eran muy superiores, veinticinco mil de infantería y tres mil de caballería, pero el siracusano estaba a costumbrado a luchar en inferioridad y terminó imponiendo su maestría táctica: capaz de sostener batalla durante mucho tiempo, sus enemigos se agotaron y rompiendo filas escaparon hacia unas colinas de las que sólo bajaron cuando el vencedor les prometió clemencia. Mintió y una vez que depusieron las armas mandó pasarlos a cuchillo.
Entre los cinco y siete mil muertos que se calculan no figuraba Dinócrates, que no sólo volvió a ser perdonado por su viejo amigo/enemigo sino que se incorporó a su ejército, encargándose de reducir y ejecutar a Pasífilo. La guerra todavía duró dos años más, dándose por concluida en el 304 a.C. -según una versión, fue entonces cuando Agatocles se proclamó rey-, aunque todavía habría expediciones a las islas Lípari (Eolias). El objetivo era hacer botín y aliviar la economía, para lo cual saqueó las ofrendas en metales preciosos del pritaneo (sede del gobierno) insular.

Durante la singladura de retorno una fuerte tempestad hundió los barcos, privando al mandatario siracusano del dinero; como dichas ofrendas estaban dedicadas a Eolo y Hefesto, se dijo que había sido una venganza del primero, dios del viento, mientras que el segundo también obtendría satisfacción más tarde: una leyenda dice que años más tarde, cuando Agatocles estaba agonizando, fue quemado vivo en unas brasas por decisión de Hefesto; luego lo veremos. El caso es que apenas se apagaba una contienda surgía otra y en el 301 a.C. tocó combatir en la Magna Grecia (la zona meridional de la península itálica).
Agatocles envió una expedición junto a su sobrino Arcagato para ayudar a la población local contra una agresión bárbara. No está claro si los invasores eran brucios, lucanos o mesapios, pero la intervención siracusana coincidió con otra macedonia del diádoco Casandro y se enzarzaron entre sí en la costa adriática, que Siracusa consideraba suya en la práctica. Se impuso Arcagato, obligando a retirarse a la infantería de Casandro y quemando su flota, lo que le permitió apoderarse de las islas Jónicas. Luego derrotó a los bárbaros, tomó Córcira, saqueó Crotona y firmó alianzas con los piratas apulios.
No todo fueron matanzas. Durante una segunda estancia en Italia también aprovechó para llevar a su hija Lanassa a Épiro y casarla con el rey Pirro, lo que le aseguraba la lealtad de Iliria. Lanassa era hija de Alcia, su segunda esposa (la primera, recordemos, fue la viuda de su benefactor, Damas), con quien también tuvo un varón llamado como él. Todavía tendría una tercera mujer, Teoxena, segunda hija que tuvieron los reyes egipcios Berenice I y su primer esposo, Filipo; con ella, Agatocles tuvo dos vástagos más, Arcagato y Teoxena la Joven, que huirían con su madre a Egipto al fallecer su padre.
Éste aún pisó la Magna Grecia una vez más con un poderoso ejército de treinta mil infantes y tres mil jinetes para conquistar la ciudad brucia de Ipponio (hoy Vibbo Valentia) y extender su dominio por la península. Afectado por una enfermedad, tuvo que regresar a Sicilia y los bruscios no desaprovecharon la ocasión de rebelarse. También hubo alteraciones en los estratégicos matrimonios concertados, pues Lanassa se divorció cuando su padre firmó una alianza con el monarca macedonio Demetrio Poliorcetes, que era enemigo de Pirro, aunque su primogénito reinaría en Épiro como Alejandro II.

Agatocles preparaba una gran expedición a Libia, con objeto de presionar a Egipto, cuando la enfermedad le obligó a cancelar el plan. Estaba lo suficientemente mal como para proclamar heredero a su hijo Agatocles II, el hijo de Alcia (hermano, pues, de Lanassa), a quien ya había mandado tiempo atrás a Macedonia para que Demetrio Poliorcetes le avalase como sucesor al trono de Siracusa. Esa designación no gustó a su sobrino Arcagato, que decidió envenenar tanto al soberano como a su heredero a través de uno de los favoritos del primero llamado Menón. Consumado el crimen de Agatocles II, el asesino arrojó el cadáver al mar, de donde fue recuperado más tarde en medio de grandes muestras de dolor.
El rey desheredó a Arcagato y convocó una asamblea popular en la que proclamó sucesor al pueblo de Siracusa. Luego falleció y su cuerpo fue incinerado. Diodoro dice que Oxysitemis, ministro de Demetrio Poliorcetes, fue quien colocó el cuerpo en la pira funeraria y la encendió pese a darse cuenta de que Agatocles todavía respiraba, quizá porque el veneno aparentaba su muerte sin matarle realmente; de ser así, se habría cumplido, como decíamos antes, la venganza de Hefesto. Los historiadores actuales creen que la causa del óbito pudo ser un cáncer de boca, que ya llevaría tiempo afectando su salud.
Teoxena siguió la recomendación de su difunto marido y escapó a Alejandría con sus hijos, así que la dinastía no se perpetuó en Siracusa; el poder recayó en manos del general Hicetas, que logró ser proclamado strategos autokrator y su período derivó en tiranía. De ese modo, la figura de Agatocles resultó única. Como dice Maquiavelo:
Si se examina la conducta de Agatocles, muy poco o nada se encontrará que pueda atribuirse a la fortuna (…) Tampoco puede decirse que fuera virtuoso un hombre que degolló a sus conciudadanos, que se deshizo de sus amigos, que no guardó fe ni tuvo piedad ni religión; medios todos que podrían conducir a la soberanía, pero de ningún modo a la gloria.
Mas, si por otra parte consideramos la intrepidez de Agatocles en arrostrar los peligros y su habilidad para salvarse de ellos, la firmeza y robustez de su ánimo para sufrir o superar la adversidad, no se encuentra razón para que se le excluya del número de los capitanes más célebres.
FUENTES
Justino, Epítome de las «historias filípicas» de Pompeyo Trogo
Diodoro de Sicilia, Biblioteca histórica
Polibio, Historias
Christopher de Lisle, Agathokles of Syracuse. Sicilian Tyrant and Hellenistic King
Melanie Jonasch, The fight for Greek Sicily. Society, politics and lanscape
Gabriele Marasco, Agatocle e la politica siracusana agli inici del III secolo a.C.
Wikipedia, Agatocles
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