Hace tiempo publicamos un artículo titulado Saigō Takamori, la verdadera historia del último samurái, en el que contábamos la historia de este singular personaje y que terminaba con una sucinta narración de su muerte. Falleció en la batalla de Shiroyama, combate que ponía final a la llamada Rebelión de Satsuma, que tuvo lugar en el contexto de aquella turbulenta modernización forzada del Japón que impulsó la Revolución Meiji, y que el cine inmortalizó en una célebre película porque el medio millar escaso de leales a Takamori, sin esperanza de victoria ante su inferioridad numérica y ante la muerte de su líder, protagonizaron una épica carga en la que cayeron abatidos por ametralladoras.

Tras los primeros contactos con Occidente en el siglo XVI, a través de misioneros portugueses y españoles -a los que luego se sumaron comerciantes neerlandeses e ingleses-, el shogunato Tokugawa decretó en 1639 el sakoku, una política de repliegue y aislamiento de Japón que establecía la pena de muerte para cualquier forastero que entrase o para los japoneses que salieran sin permiso del bakufu (gobierno). Para adoptar tan drástica medida se basaba en la idea de que el país estaba perdiendo su identidad y su cultura, dado el éxito que tuvo entre muchos daimíos (señores feudales) la expansión del cristianismo.

El shogun consideraba que los extranjeros habían introducido esa religión como un subterfugio para apoderarse del país, igual que habían hecho en Filipinas, así que se desató una brutal persecución contra los nuevos adeptos y se cerraron las fronteras, quedando únicamente un pequeño resquicio para el comercio con los Países Bajos exclusivamente en Dejima. El sakoku se mantuvo vigente dos siglos, hasta que en 1853 fondeó en Tokio una escuadra estadounidense al mando del comodoro Matthew Perry. El marino obligó al shogunato a firmar el Tratado de Kanagawa, por el que Japón debía abrir al libre comercio varios puertos, recoger a los náufragos extranjeros y admitir la presencia de un cónsul.

Shiroyama
Saigō Takamori retratado por el pintor Ishikawa Shizumasa, que le conoció personalmente. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

El intimidante tono de exigencia esgrimido por Perry, sus amenazadores buques de vapor anclados en la bahía, el hecho de que hubiera ya un precedente (en 1808 la fragata británica HMS Phaeton amenazó con bombardear Nagasaki si no abría su puerto), la cada vez más frecuente llegada de barcos extranjeros (sobre todo balleneros necesitados de aprovisionamiento), la evidencia en suma de que el sakoku resultaba ya inviable ante el poder superior de los forasteros llevó al bakufu a admitir la inexorable necesidad de dar un giro a la situación y proceder a una modernización del país.

El Bakumatsu, nombre con que se conoce ese período inicial, se extendió hasta 1867. Pero la apertura no gustó a todos y muchos notables se aferraron al Sonnō jōi («reverenciar al emperador, expulsar a los bárbaros»), una ideología política que continuaba oponiéndose a los extranjeros y que cristalizó como eslogan ontra el shogun Tokugawa Yoshinobu contando con el favor del emperador Kōmei, quien veía la oportunidad de recuperar el poder efectivo perdido siglos atrás. Yoshinobu había contratado ya asesores militares franceses y eso fue demasiado para los descontentos, que se rebelaron abiertamente.

Era el inicio de la Guerra Boshin, una contienda civil que se caracterizó por tener cierto tono confuso, contradictorio incluso, ya que el emperador estaba en el bando insurrecto y éste, que defendía al Japón tradicional, contaba con un ejército más moderno que el del bakufu, pese a que era el shogun el que abogaba por la apertura. Yoshinobu fue derrotado y pactó un retiro tranquilo con el joven Meiji Tennō, que acababa de subir al trono y estaba decidido a convertir el país en una potencia mundial; lo que ha pasado a la Historia como Revolución Meiji.

Origin of japanese people revealed
Samurai del clan Chosyu, durante el periodo de la Guerra Boshin Crédito: Felice Beato / Dominio público / Wikimedia Commons

Los incondicionales del shogunato se refugiaron en la isla de Hokkaido fundando la República de Ezo, que fue efímera -un año y medio-porque el ejército imperial le puso fin en el verano de 1869. El nuevo gobierno contaba entre sus miembros con representantes del dominio de Satsuma, uno de los feudos más poderosos, siendo uno de ellos Saigō Takamori, samurái de clase baja que había alcanzado un estatus superior y fue nombrado sangi (consejero) para acometer una profunda reforma administrativa y militar. Ahora bien, Takamori no estaba contento con la dirección que tomaban las cosas.

Y es que él era partidario de la modernización, pero temía que la Revolución Meiji fuera demasiado lejos; tanto que desnaturalizase la idiosincrasia nipona y se extendiera la corrupción, mostrándose contrario, por ejemplo, a la introducción del ferrocarril y al libre comercio total. Esas discrepancias se agravaron en 1873, cuando se manifestó partidario de hacer una campaña de castigo contra Corea por un agravio diplomático mientras que sus compañeros de ejecutivo preferían evitar más gastos bélicos y le acusaban de querer dar trabajo a los samuráis desocupados que carecían de medios de subsistencia porque el propio Takamori, para asegurar su pureza moral, había decretado -irónicamente- que no tuvieran sueldo.

Es lo que se conoce como Debate Seikanron, que llegó al punto de que Takamori se ofreció a ir de embajador para provocar a los coreanos y que le agredieran o incluso mataran, de modo que Japón obtuviera un casus belli. Su estrambótico plan fue rechazado y entonces él dimitió junto a varios seguidores, regresando a su casa de Kagoshima. Allí fundó una academia militar para ayudar a los citados samuráis; tuvo tanto éxito que pronto abrió un centenar de sucursales en otros sitios y gracias a ellas formó un ejército privado dotado de fusiles Enfield 1853 y artillería (una treintena de cañones de montaña y otra de morteros). Al contar con el apoyo del gobernador local, se hicieron con el poder en toda Satsuma y la llevaron a la secesión en 1876.

Shiroyama
Takamori y sus oficiales en una ilustración del periódico francés Le Monde Illustré (1877). Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Era un movimiento de dimensiones mucho mayores que los de algunas pequeñas revueltas samuráis acaecidas recientemente en Kyūshū y quedó demostrado cuando el medio centenar de integrantes de una delegación gubernamental enviada a investigar fueron detenidos y torturados, acusados de planear el asesinato de Takamori. Parecía inminente una rebelión abierta, por lo que en enero de 1877 el gobierno mandó un barco de la armada para incautar el arsenal de Kagoshima; pero los ánimos estaban especialmente caldeados debido a la suspensión del aprovisionamiento de arroz y un grupo de estudiantes se llevó las armas antes para iniciar la lucha armada.

Entonces arribó otro buque, el Takao, llevando a bordo al ministro del Interior, Hayashi Tomoyuki, a quien visitó el gobernador explicándole que la causa del levantamiento fue el intento de matar a Takamori. El ministro no le permitió volver a tierra y, mientras, Takamori se puso al frente de la sublevación dirigiendo personalmente una columna que se dirigía a Tokio. Por el camino puso sitio al castillo Kumamoto, pero a pesar de que la guarnición estaba mermada por una de aquellas revueltas y andaba escasa de víveres, el asedio fracasó porque los soldados lograron resistir y se les anunció de la llegada de refuerzos.

Los quince mil hombres de Takamori fueron interceptados por los noventa mil del ejército imperial que mandaba el general Yamagata Aritomo y fueron obligados a atrincherarse en la ciudad de Tabaruzaka. Los combates se prolongaron ocho días, durante los cuales Takamori escribió al emperador asegurándole que su propósito no era rebelarse y estaba abierto a una negociación. Sin embargo, no sólo recibió una negativa por respuesta sino que la armada ocupó Kagoshima, dejándole así sin base a retaguardia. Las tropas insurrectas, cansadas y desmoralizadas, se retiraron a Hitoyoshi.

Shiroyama
Desarrollo de la Rebelión de Satsuma. Crédito: Hoodinski / Wikimedia Commons

Como las bajas habían sido importantes por ambos bandos, hubo un impasse de unas semanas para recuperarse. Luego se reanudaron las hostilidades y el ejército de Takamori puso rumbo a Miyazaki, disgregándose por el camino en pequeños grupos con la intención de acosar a sus perseguidores con una guerra de guerrillas. Eso dejó al grueso de la columna reducida a apenas tres millares de hombres, la mayoría de los cuales ya sólo podían contar con sus armas blancas tradicionales, puesto que apenas les quedaban municiones.

El enemigo, imparable por número y porque usaba fusiles Snider de tiro rápido, fue envolviéndolos poco a poco hasta arrinconarlos contra las faldas de la montaña Enodake. Empezaba el que sería el último episodio de la guerra. El general Yamagata impuso su superioridad de siete a uno y, tras algunos combates, forzó a la mayoría de los rebeldes a rendirse. Únicamente quedaban Takamori y sus samuráis, una parte de los cuales se quitaron la vida y otra logró romper el cerco y escapar a Kagoshima, a donde llegaron a principios de septiembre.

Lamentablemente para ellos, recordemos, la ciudad había sido tomada y no les quedó más remedio que atrincherarse en el cercano monte Shiroyama. Desde allí contemplaron impresionados cómo las fuerzas combinadas de Yamagata y el almirante Kawamura Sumiyoshi (casado con una tía de Takamori) rodeaban el perímetro con sus treinta y cuatro mil hombres -que incluían caballería, en una desproporción que había aumentado y ahora era de unos sesenta contra uno.

Shiroyama
Fortificaciones de la Armada Imperial construidas en Shiroyama para cercar a los rebeldes. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Eso hacía previsible que las defensas que Takamori estuvo construyendo durante una semana (parapetos, muros, zanjas, presas…) no hicieran más que retrasar el inevitable desenlace, máxime teniendo en cuenta que los cinco buques de guerra de la Armada Imperial se unían a las dieciocho baterías de la artillería terrestre para bombardearlas. Aún así, el líder insurrecto no se molestó en contestar a una oferta de rendición y Yamagata no tuvo más remedio que resolver aquello por las armas, ordenando un ataque frontal.

Los defensores no tenían escapatoria, pues los imperiales habían rodeado su posición con fortificaciones para impedírselo. Takamori, muy escaso de munición, tuvo que fundir estatuas de metal de templos vecinos para improvisar balas que fabricaba con las herramientas comunes disponibles, como sierras de carpintero. Tras soportar un diluvio de bombas que duró casi toda la noche, al despuntar las primeras luces vieron cómo una marea humana cargaba contra sus posiciones.

La respuesta de los samuráis fue dejar los fusiles y correr hacia ellos katana en mano, entre feroces gritos, como si todavía estuvieran en esa Edad Media que tan apresuradamente acababan de dejar atrás. Fue algo tan sorprendente que desconcertó a los atacantes e hizo fracasar la operación de Yamagata; sus soldados habían sido entrenados ya para una guerra moderna y no sabían contrarrestar la tradicional con arma blanca, insólita, que presentaba el adversario. Así que, confusos, empezaron a retroceder.

Shiroyama
Pintura japonesa anónima recreando la carga de los samuráis en la batalla de Shitoyama. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

No obstante, pasaron dos cosas que terminaron por revertir la apurada situación aquel amanecer del 24 de septiembre de 1877. En primer lugar, la diferencia numérica era tan grande que aunque se rompieran las primeras líneas había decenas detrás para contener la situación formando un bosque de fusiles. En segundo, unos disparos hirieron a Takamori en la femoral y el abdomen, causándole, parece ser, la muerte en ese mismo momento; o segundos después, si hacemos caso a una versión según la cual tuvo tiempo de pedir perdón a su ayudante.

Hablando de versiones, la más popular, probablemente legendaria, cuenta que dicho ayudante, Beppu Shinsuke, un joven -treinta y un años- pero veterano oficial que al parecer era muy tímido, lo arrastró a retaguardia, buscó un rincón más o menos tranquilo y le asistió como kaishakunin. Un kaishakunin era alguien de confianza que tenía la misión de decapitar al que se practicaba el seppuku (el suicidio ritual) para evitarle sufrimiento y que la expresión de su rostro no quedase marcada por una mueca de dolor.

Por tanto, la leyenda dice que Takamori se quitó la vida él mismo y luego Shinsuke escondió su cabeza para que el enemigo no la encontrara, aunque fue todo tan precipitado que un mechón de pelo reveló a los soldados donde estaba escondida y se la enviaron a Yamagata. La verdad sólo hubiera podido revelarla Shinsuke, pero no pudo porque imitó al resto de sus hombres -con los que solía repartir su salario- en lo que más fama daría a aquella batalla.

Shiroyama
La tumba de Saigo Takamori en Kagoshima. Crédito: SATcatype / Wikimedia Commons

Y es que el ayudante de Takamori desenvainó su katana y, pese a renquear también de una pierna en la que había recibido una herida en un enfrentamiento anterior, decidió correr ladera abajo junto a un compañero, tal como poco antes habían hecho los cuarenta samuráis que aún se mantenían en pie, cargando contra las líneas contrarias; las ráfagas mortales de las ametralladoras Gatling los aniquilaron en pocos segundos. Con ello finalizó la Rebelión Satsuma.

El conflicto supuso una grave sangría humana pero también de dinero, obligando al gobierno a dejar el patrón oro e imprimir papel moneda. Ahora bien, fue un paso adelante en la firmeza de la decisión de modernizarse, pues quedó patente que el estilo de guerra tradicional no podía contra la tecnología armamentística: los samuráis habían sucumbido ante los reclutas heimin (plebeyos), las espadas ante las armas de fuego, las cargas banzai ante las ametralladoras y cañones; consecuentemente desaparecieron como clase en la práctica.

Japón entró en una nueva época, el Período Meiji, cuyo emperador consiguió occidentalizar y actualizar el país , convirtiéndolo en una potencia mundial en ciernes tomando como modelo la Prusia de Guillermo I pero sin renunciar a sus tradiciones. Gracias a su reforzado estatus, en 1889 perdonaría a Takamori póstumamente.



  • Compártelo en:

Descubre más desde La Brújula Verde

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.