Decir que el corazón de los Habsburgo está en Viena parece una frase típica para embellecer un dato histórico, pero lo cierto es que se puede interpretar literalmente si uno visita la iglesia de los Agustinos, que forma parte del Palacio Imperial de Hofburg. Allí hay una pequeña capilla dedicada a la Virgen de Loreto, la Loretokapelle, tras la que se encuentra la Herzgruft o Cripta del Corazón, que no se llama así por casualidad: se trata de una cámara funeraria que alberga los corazones de medio centenar de miembros de la poderosa familia.
La Casa de Habsburgo, también conocida como Haus Österreich (Casa de Austria, como la llamaban sobre todo los españoles) fue una de las dinastías más poderosas de Europa. Lo demuestra el hecho de que ocuparan el trono del Sacro Imperio Romano Germánico durante más de tres siglos, desde 1438 hasta 1740 (aunque después tuvieron más emperadores esporádicos), además de reinar en países como Hungría, Croacia, Inglaterra, Bohemia y Portugal; España fue la perla de esa corona y ya en la segunda mitad del siglo XIX añadieron a la lista el efímero Segundo Imperio Mexicano que representó Maximiliano I.
Los Habsburgo eran originarios del cantón suizo de Argovia, siendo el fundador de la familia el conde Radbot, un noble nacido en el año 985, hijo del conde Lanzelin de Alteburgo y de Luitgarda de Turgovia (que fue quien aportó al matrimonio las posesiones en Suiza que heredó el vástago).

Radbor, que también era nieto de Guntram el Rico (un poderoso señor germano que perdió muchas de sus propiedades por un conflicto indeterminado con el emperador Otón I), construyó en Argovia el Habichtsburg (Castillo del Halcón), hoy denominado Castillo de los Habsburgo por haber sido la primigenia sede familiar. Su nieto, Otón II, fue el primero en llevar el apellido allá por el siglo XII.
La vinculación de ese linaje con el Sacro Imperio empezó en 1273, cuando Rodolfo I de Habsburgo fue nombrado Rex romanorum (Rey de Romanos, título que usaban los emperadores futuribles votados por los príncipes electores pero aún no coronados por el Papa) y se enfrentó a Ottokar II de Bohemia, descendiente de otra destacada estirpe, la de los Hohenstaufen.
Como resultado de esa disputa Rodolfo amplió enormemente sus territorios y consiguió proclamarse emperador, si bien efímeramente ante la oposición de muchos príncipes, de ahí que se considere que el gran período imperial de los Habsburgo empezó en 1438 con Alberto II.

El último soberano del Sacro Imperio fue Francisco II, que asistió imponente a la disolución de la institución en 1806 por parte de un Napoleón Bonaparte que acababa de crear su propio imperio y no admitía otro. Bien es cierto que para entonces hacía mucho que los emperadores germanos habían perdido su poder; concretamente desde 1648, cuando la Paz de Westfalia convirtió sus dominios en una confederación de facto. Una década más tarde, ante su fracaso en ser elegido emperador, el rey francés Luis XIV creó la Liga del Rin como punta de lanza contra Leopoldo I, buscando aislar a la Casa Austríaca de los Habsburgo respecto a España.
Durante ese tiempo se sucedieron muchas generaciones de habsburgos -tras la muerte de la emperatriz María Teresa vinculados a la Casa de Lorena-, entre los que destacaron decenas de margraves (príncipes), duques, archiduques, emperadores del Sacro Imperio y emperadores de Austria.
Decíamos al comienzo que los corazones de cincuenta y cuatro de ellos reposan en la cripta de la Loretokapelle, en la iglesia de los Agustinos, que está en el palacio vienés de Hofburg y se puede visitar con guía. Ese templo, conocido por su advocación como Augustinerkirche, tiene una nave de ochenta y cinco metros de largo por veinte de ancho.

Fue construido para la orden de San Agustín en 1327 por Federico el Hermoso, duque de Austria y Estiria además de rey de romanos, que encargó el trabajo al arquitecto Dietrich Landtner. El lugar no pudo ser consagrado hasta 1249 y en ese tiempo, pese a contar con un monasterio y claustro -hoy sigue habiendo seis frailes a su cuidado-, quedó absorbido por el complejo palaciego.
Por esa razón en 1634 se decidió convertirlo en parroquia de la familia imperial, celebrándose allí numerosas bodas (incluyendo la de la archiduqesa María Luisa de Austria con Napoleón), pese a que exteriormente no es un edificio especialmente vistoso. En 1784 fue sometido a una restauración que le devolvió su estilo gótico.
Fruto de esa labor restauradora fue la construcción de la Loretokepelle, es decir, la capilla en honor de Santa María de Loreto, que imita a la homónima de Praga y que se situó en la parte sur, realizada con paredes de piedra vista sin revocar. Fue una iniciativa de la emperatriz Leonor Gonzaga, esposa mantuana de Fernando II, que financió su contrucción donando muchas de sus joyas y, al fallecer, ocho mil florines para su mantenimiento. En la parte de atrás está la mencionada Herzgruft o Cripta del Corazón, mausoleo de los Habsburgo, parcial, como veremos.

Como curiosidad cabe decir que la capilla no sólo es un lugar funerario, pues allí se casó en 1631 el futuro emperador Fernando III con la infanta española María Ana, hija del rey Felipe III, si bien es cierto que ése y el de su prima Cecilia Renata con Vladislao IV Vasa de Polonia son los únicos enlaces que ha acogido. También era allí donde las mujeres Habsburgo rezaban por su descendencia tras el parto. María Teresa de Austria incluso depositó allí, sobre el altar, el peso en oro de su hijo menor, Maximiliano Francisco.
Hubo que esperar a que Fernando IV, rey de romanos además de soberano de Bohemia, Croacia y Hungría, manifestara el deseo de que a su muerte se llevase su corazón a la cripta y se colocara dentro de un cáliz a los pies de la figura de la Virgen, de la que era muy devoto. El óbito, causado por la viruela, tuvo lugar el 9 de septiembre de 1654 y al día siguiente se cumplió lo dispuesto en ese sentido: tras ser expuesto al público junto al cuerpo, fue el primer órgano cardíaco depositado en la Herzgruft, a la que se bautizó así por ello, iniciando toda una tradición.
Hasta entonces, los corazones se enterraban con su dueño, pero el cadáver de Fernando se disecó y se ubicó en la catedral de San Esteban, lo que facilitó las cosas. Una sencilla ceremonia fúnebre y a las nueve de la noche el corazón quedó en la cripta, abriendo camino a los siguientes Habsburgo. De hecho, en 1754 se promulgó una ley sobre la nueva costumbre que estipulaba “distribuir el cuerpo para el entierro en diferentes lugares ” de manera que tres iglesias de Viena “tuvieran cada una una parte del cuerpo de un señor reinante“.

De ese modo, los cuerpos se llevaban a la Kaisergruft (Cripta Imperial o de los Capuchinos), en la iglesia de Santa María de los Ángeles, donde descansan ciento cuarenta y tres -entre ellos doce emperadores y dieciocho emperatrices-, mientras que las vísceras, envueltas en telas y guardadas en recipientes de cobre llenos de formaldehído, quedaban en la Herzogsgruft (Cripta Ducal) del Stephansdom, como se conoce popularmente a la bella catedral medieval de San Esteban, conservándose allí quince ataúdes.
Hasta 1784, la Cripta del Corazón consistía en una pequeña cámara revestida de mármol en el suelo que hay detrás del altar, ante una hornacina en la pared que acoge la estatua de la Virgen. El espacio para las urnas no llegaba a medio metro de profundidad que quedaba cerrado mediante una placa de hierro con otra de mármol encima, de ahí que hasta la reseñada reforma de la capilla de 1784 únicamente hubiera veintiún corazones enterrados.
Ese año, el arquitecto jefe Johann Ferdinand Hetzendorf von Hohenberg demolió el sitio y lo reconstruyó donde le indicó el emperador José II: la parte inferior de la capilla de San Jorge, que había servido como sala capitular del monasterio en la Edad Media. Allí se trasladaron las urnas, dentro de una caja sellada, hasta que en 1802 se hizo la cripta actual con una pequeña sala semicircular, separada de la cripta por una puerta de hierro y habilitada para ellas y para las que habían de venir. En total hay cincuenta y cuatro urnas con corazones que corresponden a un amplio espectro cronológico que va desde 1618 hasta 1878 e incluye nueve de emperadores.

Esas urnas tienen forma de corazón y son todas de plata excepto la del emperador Matías, que está fabricada en oro; la del duque de Reichstadt, el hijo de Napoleón apodado el Aguilucho, cuyo cuerpo está en Los Inválidos de París trasladado por orden de Hitler, también presenta una pequeña diferencia ornamental porque se adorna con cintas tricolores alusivas a la bandera francesa. El corazón más antiguo, de 1618 aunque incorporado tardíamente, corresponde a Ana de Habsburgo-Gonzaga, esposa del citado Matías; el más reciente, al archiduque Francisco Carlos, padre de los famosos emperadores Francisco José I y Maximiliano I de México.
También están, entre otros: el del fundador de la Herzgruft, el mencionado Fernando IV; el del emperador Carlos VI, pretendiente al trono de España al morir el rey Carlos II y que perdió la Guerra de Sucesión ante el que sería Felipe V de Borbón; y el de la emperatriz María Teresa I, primera y única mujer que ejerció ese poder por sí misma y que fue también la última gobernante Habsburgo, pues al casarse con Francisco Esteban de Lorena incorporó este apellido al suyo y la dinastía pasó a renombrarse así.
En ese sentido es interesante añadir que María Cristina de Habsburgo-Lorena, hija favorita de María Teresa, no sólo tiene su corazón en la iglesia de los Agustinos sino que en la nave principal le dedicó su marido, el duque Alberto de Sajonia-Teschen, un monumental cenotafio bellamente esculpido entre 1798 y 1805 por el maestro italiano del neoclásico, Antonio Canova. Contemplarlo es una experiencia que mejora con los conciertos de música sacra que acoge el templo; al fin y al cabo, allí estrenaron Schubert y Bruckner sus respectivas misas en Fa Mayor y Menor.
FUENTES
Martyn Rady, Los Habsburgo. Soberanos del mundo
Benjamin Curtis, The Habsburgs. The history of a Dynasty
Augustine Kirche, Die Herzgruft in der Loretokapelle
Lina Schnorr, Imperial Vienna 2011
Wikipedia, Herzgruft
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